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  • El alfiler del amante

    Dice ser que la noche y la bebida nos transforman, nos volvemos más salvajes, sinceros y hasta más nosotros mismos. Quedaron varias veces para cenar, en las primeras citas nocturnas, entre confesiones, miradas flamantes y bocas secas por probar el uno al otro, los cuerpos temblorosos, detonando la química de ambos seres, tras tantas horas hablando, dejaron claro las intenciones de esa relación. Besándose en los bares más elocuentes, escondidos de la ciudad, atrapados en su propia merced, se devoraban a mordiscos, suaves caricias, de cuello a pecho. Bailaban una sola música, nadie más que ellos dos. Atreviéndose a abrazarle, deja reposar su nariz en el cuello de él, para ser acariciada, seducida, provocada por los dedos de su compañero. Las palabras se hunden dando bienvenida a una nueva tregua, acercando ambos rostros con los ojos cerrados, retratan ese momento, inmortalizan, entrelazan los dedos y poco a poco, dan paso a un temido, torpe  y seguro beso. Con ello, dan rienda suelta a una escena desbordada por la fantasía de ella, embriagada por la misma bebida, los sofocos de ese calor atrapado, las gargantas silenciosas comienzan con la sugerencia de gemir en susurros a oídos de él. Causando así, una excitación irrefrenable, imparable. Como si el local hubiera censado la planta de arriba para próximos clientes de esa misma noche, se hacen dueña de ella. Él la manda a sentarse en sus rodillas, por encima de sus partes íntimas, colocándole suavemente, comiendo los labios del uno y el otro, entrecortando los besos para coger aire, el compañero araña la espalda bajo la ropa y ella, más excitada que segundos antes, nota como sus partes sudan, fluyen los fluidos como cascada del Niagara, sin reprimirse un minuto más, desabrocha el jersey de él, seguidamente los pantalones (quiénes se resisten y termina haciéndolo su compañero). Le palpa el miembro, lo nota duro, con el miedo en el aire, agacha la cabeza para clamar la voraz hambre, se lo mete dentro sin importar que hubiera restos, se lo traga para volver a meterla y sentirla, siendo dueña de esa parte que tanto deseaba desde hacía tiempo. A la vez, le introduce los dedos, perdiendo la noción de todo en cuanto les rodean, saboreando los fluidos, atento a cualquier ruido para que nadie les pueda ver ni encontrar en una situación poco agradable.  Sin embargo, para su sorpresa, la compañera, levanta la cabeza, sonríe maliciosamente y satisfecha del premio, le reclama con gestos que siga seduciéndola. Desprende los dedos del interior de su amante, se los seca y lame uno de los senos mientras al otro lo aprieta con fuerza, provocando un gemido más que detallado a su oído. –     Fóllame… por favor… – susurra ella a horcajadas. –    No cariño… aquí no podemos. Pero te prometo que buscaremos un sitio para hacerlo bien, tranquilamente, en un hotel. Tú y yo… Créeme que quiero arrancarte todo esto, hacerte mía, follarte como jamás te habían hecho… –          No… Quiero ahora cariño. Al poco rato, él oye que alguien sube por las escalera y hecha a un lado a su amiga. –     En breves cerramos el local, señores. – informa el barman. –    Vale. Nos vamos enseguida. – responde el chico –    Gracias – dice la chica procurando contenerse para no saltarse encima del compañero de nuevo, sin importar la presencia del camarero. Así fue, como pudieron, cogieron sus cosas intentando relajarse cada uno por su parte. Cogidos de las manos, besándose a cada rato, como dos adolescentes, se dejan seducir por palabras, miradas, por las confesiones que se habían dicho. En la burbuja de su cuento, se despidieron con muchas promesas, con un amor que era algo más que un simple “¿Quedamos mañana para tomar un café?” o cualquier otra escusa barata. Quedaron para verse muy pronto y saciarse la sed, el hambre canino que llevaban dentro. ¡Cuánto sudor! ¡Cuánto placer! Dos amantes del sexo perverso, atrevido y jugoso. Dos cómplices y un solo deseo, unirse en una misma sábana, amarse sin importar el mañana, respetándose sus paralelas vidas. ¿Por qué aferrarnos solamente a la pareja dejando de lado nuestras fantasías, quiénes dan vida a nuestra rutina? ¿Por qué amarrarnos a una sociedad quemada y criticada por cada paso que damos? De Tirupathamma Rakhi

  • Los amantes sucios

    Un viernes roto por su rutina. Deseosa de ver a su amigo, se arregló como pudo tanto para el trabajo como para la compañía que la esperaba en la gran ciudad, Barcelona. Cómoda, formal, elegante y con sus colores preferidos, dejándose llevar por el tren y hablando por teléfono con su amiga, también compañera de trabajo, para así calmar los mismos nervios que llevaba encima. En cuanto llegó a su cita, avisó al compañero para concretar el lugar. Las avenidas de Barcelona son tan grandes y largas que parecen que nunca llegan a terminarse del todo, solo cambian los nombres. Ella fue hacia dónde él la esperaba, le saludó con un abrazo y dos besos en la mejilla, mientras a la vez se despedía de su amiga, quién entre carcajadas le deseó buena suerte. Ambos comenzaron a andar a la par, en tanto, el chico iba pensando un lugar bonito, íntimo y tranquilo para llevarla a desayunar, hablar de la semana, de cómo transcurrió sus respectivos trabajos…Una mañana distinta. Un zumo de naranja y un bocadillo de cereales  con queso fresco acompañado de rodajes de tomate, otro zumo hecho de mezclas. Miradas, risas, sonrisas, sinceridad, sin embargo, ella, de alguna manera quería detener el paso del que se había encaprichado desde la primera vez, y la última. En aquél bar de copas, dejando con ganas los mutuos deseos. Tras ella terminar de desayunar, cogieron sus cosas y salieron del local para envolverse con la suave brisa matutina, el calor del asfalto, paseando de un lado a otro, entrando en librerías con perfume a páginas antiguas, tiendas curiosas, música de tantas melodías, calles con olor a tantas culturas… No supo si realmente fue capaz de esconder ése miedo que llevaba para sus adentros, lo que iba a suceder nunca jamás antes lo había hecho con nadie, los remordimientos la devoraban, aunque a la vez ansiaba envolverse de un sudor distinto, ése que la provocaba de lejos, excitándola sin cesar. Él le decía que se podían esperar, habría más días para disfrutar con calma, sin ninguna prisa. De hecho se sorprendía a si mismo pronunciando esas palabras hacia a su compañera, quién le atraía con todo su cuerpo y alma, la tenía un cierto sentimiento más allá de sus acuerdo, ese tipo de agrado que viene des del corazón.  Estuvieron hablando un buen rato, él apoyado en la pared justo al lado de una columna, a pocos metros del hotel, ella casi le rogaba que quisiera entrar, que no le pasaba nada en la mente, tan sólo un poco alterada por un tema del que se había mencionado en la conversación telefónica y por su situación personal. Y para relajarse, aprovechó antes de entrar  para fumar un cigarro. Se sentaron en el suelo,  dejando en blanco su mente, observando los balcones adornados de ropajes, a cada inspiración del humo del tabaco volaba más allá de esa calle estrecha, de los escondidos rayos iluminando las sombras, devorando toda oscuridad… terminó con una última calada, decidida se levantó para enfrentarse al destino llevándose consigo al amigo, aunque éste no las tenía todas. Quizá tuviera los mismos miedos que ella, dudas que desatan ciertos temores, nervios y hasta aceleración de los latidos. –          Aún estas a tiempo de retirarte si quieres… – le dijo con una sonrisa. –          No cariño. Quiero entrar y estar contigo. Voy algo perdida porqué no había hecho esto antes. –          Yo tampoco… -respondió tras la confesión de ella- Vamos, entonces. Picaron el timbre. Les abrió un chico alto, delgado y con un trato excelente les dio la bienvenida. Mientras ella observaba el curioso local, ambientado para los más discretos, con todos y cada uno de los detalles bien cuidados, él pagaba la habitación reservada del día anterior. El camarero, o recepcionista, les acompañó al ascensor, antes de despedirse de la pareja, les indicó que tras terminar de su momento que llamaran por el teléfono y que ellos mimos les abriría la puerta. Durante unos breves instantes ambos dejaron caer la mirada a la decoración, pocos detalles, lo justo y preciso. Una cama de matrimonio con cuatro almohadas, un espejo a ambos lados de la cama y otra a los pies de ésta, situado una pica para lavarse las manos. A la derecha, una ducha con mampara de cristal con dibujos y a mano izquierda un pequeño aseo. Dejaron bolsas, chaquetas, bufandas cada uno en una butaca distinta, los móviles encima de la mesita. Ella se quitó los anillos que llevaba y la pulsera que se había comprado media hora antes. Él por otro lado, se quitó los zapatos y calcetines para dejarse caer encima de la cama de un simple y ligero salto. Rompiendo los nervios. Prosiguió ella dejándose cruzar por encima de él e ir al otro extremo de la cama, se tumbó. –          Qué bonita es la habitación, tiene unos colores tierras que me gustan mucho. –          Sí. Sí que es bonito. –terminó la frase. Se miraron a los ojos, sonriéndose, se acercaron sus labios, inhalando los suspiros que se dejaban entre beso y beso, sus cuerpos comenzaron a rugir del hambre acumulado aún por saciarse. Ella se puso encima de él, cogiendo las riendas de la situación… –          Me encantas- le susurró el chico. Ella que no era afán de cumplimientos, sonrió. –          ¿ah sí?- a lo que el chico, le respondió que sí. Tras esas breves palabras, se buscaron sin más espera, desabrochando pantalones, quitando camisetas, sostenes, camisas, tirándolas sin importar el lugar de la caída, seguían comiéndose. La puso encima, manejándola a su antojo, la sentó encima de su boca para chupar y tragar los fluidos que desprendía la parte íntima de su amiga. –          Ay cariño… uf…ay…ooh… – gemía sin pudor Desataron todo aquello callado, siendo los perfectos amantes del uno al otro, con las posturas más comunas, hasta los gritos más placenteros resonando en las paredes de la habitación,  quizá hasta del hotel también, reflejados en el espejo les excitaba más que nunca. El rostro de placer de ella por ser penetrada siendo por una vez la sumisa, y él… ¿Qué decir de él? disfrutando del momento tanto como ella o más,  de la posesión que tenía sobre el cuerpo de su amiga. Ya habiendo llegado dos veces, habiendo gozado desde hacía tiempo ,ambos se dejaron caer encima de la cama, cansados, sudados, felices. –          Gracias por este momento… Y perdona que te haya pedido tantas veces disculpas. – le dijo entre jadeos. –          No te preocupes. – le respondió con una sonrisa. Él acomoda su cabeza en el pecho de ella. –          Me encantas… de verdad y a continuación le proporcionó varios besos sinceros, deseosos de ella. Abrazados, susurrando las palabras más escondidas en sus almas, olvidaron que fuera de esas paredes y puertas, les esperaba la realidad más dura, cruel que hasta entonces quisieron borrar de sus memorias… ¿Qué nos impide tener alguien con quien compartir el placer del buen sexo? De ése… fóllame cariño mío que necesito de tu sal en mis labios, de tu fuego en mis entrañas para explotarlas. Seamos uno solo en una habitación de las calles de Barcelona. De Tirupathamma Rakhi #sígueme #juegoseróticos #diversiónerótica #secretoslatidos #amantessucios #sudores #labiossellados #cortos #amoresprohibidos #sexo #literaturaerótica

  • Estación de sudores

    Las ganas de verse eran inconfesables y sus obligaciones eran la mayor prioridad ante su deseo carnal. Cuando podían se veían mientras ella estaba en el trabajo, al inicio de la jornada, tomando un café o un suave desayuno a la vez que él arreglaba sus horarios para poder llegar a todo con el tiempo entre piernas. Los escasos minutos que tenían, disfrutaban de las meras caricias. En los bares de las grandes avenidas de Barcelona, corriendo riesgos para poder estar con su amigo, sentir sus dedos entrelazados, comerse con las miradas, y en su interior rugía el volcán del pecado incondicional, el frenesí de atraparlo en una alguna esquina sin importar quién les pudiera ver, besarle hasta dejarlo saciado, devorarlo a cada parte del minucioso, lujoso cuerpo varonil. Y sin embargo, todo y  nada les frenaba. Los mensajes de textos eran a diario, si coincidían se llamaban para oírse aquello que no se habían dicho aún, detalles de situaciones que por Whattsup son demasiados largos para escribir y por audio son excesivamente largos. En una de las noches, ella le llamó llorando para explicarle una situación, no sabía qué hacer ni qué decisión tomar, el miedo había vuelto a ella, a revivir aquello que hacía unos años había sufrido sin reparo, dónde la soledad la escogió una vez más mientras las lágrimas brotaban, su mundo se hundía y le tierra la succionaba para envolverla en esa lava putrefacta de odio a sí misma. Se culpaba de cada paso dado, las horas entregadas, las palabras compartidas y hasta de caer en la misma piedra, el amor. Y aunque, al otro lado su amigo la escuchaba, a su manera la calmó de la mejor manera que él podía (y sabía hacer), sincerándose, prometiendo la palabra de su compañía, una de esas amigas especiales que a uno cuesta tener, la confianza que se había creado entre ambos (y desde un buen principio). La relación era más de allá de una simple y mera amistad, menos que una relación de pareja, una estima afligida a la afinidad del deseo no carnal, tal vez de ambas almas. En el encuentro más cercano, ella se puso su vestido preferido acabado en volantes y unas gafas de sol estilo aviador y él, más moderno, bermudas y una camiseta de algodón fresquito con gafas de sol tipo Rayban, con esa colonia que a ella volvía loca tan sólo olerlo a un kilómetro. Se sentaron en la terraza de una pequeña plaza, pidieron cada uno su bebida, hablaron de esto y aquello, a la vez que él atendía a unas llamadas de trabajo, ella hablaba por los dos sin freno, quería aprovechar el máximo tiempo posible a su lado, de tanto en tanto le pedía disculpas por ser tan habladora y él encantado que le distrajera la mente para así no pensar en lo suyo, le sonrió invitándola a proseguir. En una de las llamadas de teléfono de él, ella, sin preámbulo ni importar quién hubiera allí, se levantó, poniéndose a sus espaldas, le abrazó mientras dejaba recorrer sus labios en el cuello de su amigo, mordiendo suavemente la oreja, acariciando el pecho del compañero con sus delgados dedos. Su amiga le había encendido en el momento más comprometido, conteniéndose por no cerrar el teléfono y dejar a su jefe con la palabra en la boca, respiraba con intensidad para calmar sus pensamientos, como un buen hombre de negocios, al terminar la conversación. – Ha sido muy mala…- le susurró acercándose a ella. – Te echo de menos, cariño… no puedo más. – Lo sé y yo a ti… hoy no puedo ser, niña…- en su interior la deseaba igual o más que ella. A continuación él, le comenzó a acariciar la pierna de ella, subiendo la mano por el muslo y debajo del vestido, quería de esa carne que hacía tanto que no probaba, de ésos pechos que como volcanes se los comía sin miedo a hacer daño alguno, arañar la espalda mientras al excitarla oía los orgasmos salidos de la garganta de su amante. Quería volver a verla sudando en una cama mirándose al reflejo de un espejo, viéndola como su niña gozaba del placer entregado por él. Ambos habían tenido mismos pensamientos más a menudo de lo que se podían imaginar creer el uno y el otro. Pero les llegó la hora de la despedida, pidieron la cuenta y él le dijo: – Vamos a dentro. Pero no vamos al baño que te conozco. – le advirtió, demasiado bien la conocía. – Demasiado bien me conoces y esto no puede ser. Sonrió y sus adentros reía carcajada pensando “no sabes lo bien que te conozco nena… sé lo que quieres y pronto nos veremos a nuestra mejor manera”. Tras pagar, salir del local, se fueron a la estación, se dieron un abrazo y unos besos que empezaron en la mejilla y terminaron en sus labios. Piel a piel. Sucios en la cama, libres y maestros del sexo sin pudor, les queda mucho por descubrir del uno y del otro mientras sigan devorándose con la mirada, amándose en sus silencios, queriéndose a su manera. Tirupathamma Rakhi #amantes #desenfreno #lujuria #rojosynegros #encaje #cortos #sexo #amigosdelanoche #palabras

  • Deslizando sabores

    Sus encuentros eran cada vez más tardíos, aún así, procuraban pasárselo igual de bien que en sus fantasías. O en sus añoranzas, o el recuerdo del día que fueron al hotel, mientras el sexo mirándose en el espejo, algo que ambos les excitó más que cualquier otra postura que hubieran hecho hasta entonces entre las sábanas. Sin embargo el día que se vieron, cuando él la fue a recoger en su casa después de su reunión, era tan inesperado… Al menos por la parte que le tocaba a ella. Esperaba que fuera como de costumbre, tomar algo, hablar de sus respectivos trabajos, familias, etc. Salieron del barrio, a través de las indicaciones de ella se fueron a un lugar más tranquilo, un bar dónde ella había ido una vez cuando estaba soltera. Había tomado una copa de vino tinto mientras leía un libro y escuchaba la música de los ochenta del local. Cuando ambos llegaron a la taberna, pidieron unas cervezas en el mostrador y después ella escogió una mesa al lado de la ventana en el que había tres sillas. Ella se sentó al lado de la ventana y él, en el medio, justo al lado de la compañera, con quién tenía unos objetivos más allá de tomar y hablar solamente. –    Bonita… ¿Cómo estás? Me encanta esta camiseta, estas preciosa hoy…- mientras le tocaba la ropa y luego le acariciaba el rostro sonriendo. –    Bien… entretenida en casa estos días… no me he maquillado nada.- respondió al comentario de él –   Estas muy fea…- divertido- lo sé…Le dio la razón la amiga con voz de resignación. Siguieron así un buen rato hasta que él le apresuró para marcharse, ella que se negaba alejarse de la grata compañía, resistiéndose hasta que pudo. Rindiéndose, terminó la cerveza dejándose unas gotas que el otro aprovechó para terminar y no dejar rastro alguno. Con ello, volvieron al coche, donde su aventura empezaba a tener sorpresas. Él se acercó a los labios de ella, la besó como si se terminara el mundo. Ella le devolvió, volcándose completamente. Se besaron con tanta intensidad, con ese frenesí que no había ni segundos para respirar, olvidándose de toda realidad. Las manos buscaban el cuerpo del otro, torpe como alguna que otra vez le había pasado, deslizó la mano en la camisa que llevaba el compañero, disfrutando del tacto y la excitación que le provocaba a medida que iba bajando hasta llegar a los pantalones. –     Ufff…cómo te echaba de menos, cariño…- le susurró ella entre beso y beso –      Y yo a ti cariño…tenía tantas de ganas de verte y tenerte, tocarte…- le respondió. Es lo que tenían ambos. La sinceridad, sin secretos ni mentiras. –      Vámonos de aquí, nos puede ver alguien- comentó él. –      Sé de un sitio en el que estaremos tranquilos a estas horas de la noche. Aparcaron el coche a unos cien metros más adelante. Se quitaron el cinturón. –     Antes de seguir, quiero hacer una cosa. Dame un segundo- ella, se quedó quieta en su sitio. Su compañero asentó un poco los asientos traseros para seguidamente ponerse detrás invitándola. –     Cuánto tiempo hacía que no lo hacía en el trasero de un coche. – rió ella.Se puso al lado de él y éste le dijo. –     Ven aquí, ponte encima.- la cogió de la mano, después de las caderas y la hizo suya de nuevo. De nuevo, se besaron, saciando la sed de tantos meses acumulados, buscando la piel del uno y el otro. Ella le deseaba más de lo que él jamás se podría imaginar, soñaba con él. Concienzuda de que iban a tardar otros meses más para volver a divertirse, quiso guardarse unos grandes recuerdos de ese momento tan salvaje hasta que el comentario de él la volvió de sus pensamientos. –     Tenía tantas ganas de follarte…- dijo sin más. Le hubiera gustado decirle que le encantaba que le dijeran esas cosas y hasta de más atrevidas pero se contuvo. En un momento ella cambió de postura, le desabrochó la camisa y luego los pantalones. Comenzó a besarle todo el pecho hasta que termino tocando el duro miembro, excitándola cada vez más. Agachó la cabeza, con una mano lo cogió y se lo metió en la boca, golosa y gozando como una perra en celo, gimió. Gimió del gozo mientras que él, tocaba sus pechos, por detrás el coño, haciendo que ambos jadearan como desesperados. –     Dame un segundo.- él buscó en su bolsa un par de preservativos. –     ¿Ya venías preparado?- le comentó la amiga. –     Quería follarte. Ella, que pocas veces la ponía, se lo puso. Volvió a hacerse la dueña de él dejándose empotrar, sin dejar de estar encima de él. Se movían juntos, compartiendo sudores, sexo a sexo, saliva a saliva. Hasta que ella llegó. Pararon unos segundos, cambiaron de preservativos y retomaron la embestida. De vez en cuando él gritaba, ella jadeaba, sus flujos eran tantos que no paraban. –     Vamos nena, sigue…- y a continuación le comenzó a dar palmadas en el trasero. Ella le quería decir que siguiera pero no podía. –     Vamos cariño… dámelo… dame lo que es mío. Al rato, unos minutos más tarde, llegó él también. Se besaron, quedándose unos segundos cogiendo aire. –      Me encantas cariño…- el compañero. –      Y tú a mi… Sin embargo hay algo que se dice… Con el roce se hace al cariño. Tal vez fuera cierto y lo que para ella era un mero capricho de la diversión con el sexo, esas ganas de verle y saber de él era más que solamente un amigo con quién pasárselo bien. El sexo entre ambos era fascinante. Una migración de la rutina, una ruptura de sus vidas privadas. Y ella, sin que él lo sepa, le quiere con demasía. Cuándo el sexo es más atrevido que nunca, se juega mejor con las cartas hasta ya casi imposibles de apostar. Deslizando cortinas en ventanas. #blog #sexo #erotismo #literaturaerótica #amigosdelanoche

  • Terraza de pecados

    Y los buenos amantes de la ciudad colmada de tentaciones son añorados por la ausencia del otro, la promiscuidad de aferrarse a los juegos para fantasear en las altas horas de la noche, la diversión entre ambos era lo que les había unido desde un buen principio y aunque muy a pesar de los dos, la rutina les acechó en sus vidas disolviendo la frecuencia del contacto piel a piel, labio a labio. Los amantes con complicidad van más allá de una mera cita hablando de todo aquello que rara vez se puede comentar con otras amistades sin importar qué pueda pensar, tan sólo ser escuchado/a y de alguna manera hasta ser comprendidos. El contrato verbal tendrá el mismo valor que el escrito, ninguna. Los amigos no esperaban lo que les sucedió cuando después de muchas circunstancias, situaciones que no pudieron controlar, la distancia se había puesto entre ambos y él, prendido del dolor tomó la decisión que a su amiga la cogió desprevenida. Él, dañado por la distancia que su compañera interpuso entre ambos, tomó la decisión de seguir distintos caminos muy a pesar del disgusto que se llevaba consigo e igual que su amiga, vieron el vacío que les provocaba estar separados, alejados. Y un sentimiento que floreció en el chico que no predijo que pudiera ocurrir hacia su amiga. Durante un par de días conversaron, explicándose mutuamente qué pensaban cada uno del motivo por el cual habían llegado hasta dónde estaban, su amiga le planteaba otra oportunidad pues igual que él, se había dado cuenta de las sensaciones y emociones que como su compañero no conjeturó. Hasta la vida de los amantes se complica cuando en lo único que busca es eso, la simplicidad. Sin embargo, como dos adultos que eran, tras darse cuenta de la impresión que se tenían, prosiguieron con la aventura de detener el tiempo al estar a solas con ellos dos y nadie más. Por no romper la tradición de sus visitas, él la llevó a un bar del que sabía lo mismo que la amiga, desconocimiento absoluto.  Atreviéndose a no tener la intimidad que acostumbraban a tener en las terrazas, la mesa para verse impidiéndoles sentarse al lado. Hablaron de tanto que los minutos corrían a contracorriente, la velada se acortaba tras revisar la hora el compañero “habrá que hacer algo antes que nos vayamos y me haya quedado con las ganas de probar su boca, acariciar esa piel tan suave, delicada”.  Se levantó de su silla, acercándose al calor que ella desprendía, la besó con tal frenesí, pasión y ternura que creía que rompería en pedazos, pues hasta entonces no tuvo la oportunidad ni de pasarla los dedos para sentir la delicadeza de su piel. Ella, con los remordimientos dándole vueltas le había impedido ser tan atenta como solía ser con él. Pero, cuando su hombre la atrajo hacia a él, respondió con la misma sinceridad al besarle. Eran de esos besos que hablaban más que las palabras, a veces la ausencia de los vocablos no provocaba ningún dolor. Sus fervores hacían de los cuerpos un temblor incontrolable, tomaban aliento entre beso a beso. El amigo, ansioso por hacerla suya ni que fuera unos breves y escasos instantes, la cogió de la nuca con una mano y con la otra, arañó la espalda de la amiga, provocando el efecto que quería. Ella, deslizó la mano por debajo de la camiseta para sentir el contacto de su piel, al que tanto había extrañado hasta soñado, con el pudor entre acelerados latidos, quiso deslizar la mano notando así el mástil al que hacía demasiado que no la tenía en su boca, devorando cual golosa hambrienta de la exquisitez más deslumbrante para una lengua un tanto juguetona. –    Cariño… te echado tanto de menos… – le confesó entre susurros –    Y yo a ti … deseaba verte y sentirte … –    Perdóname… discúlpame por no haber estado cuando más me necesitabas … –    No tienes que pides perdón, es cosa de dos esto. No te preocupes. Ven. La volvió a besar dejándola sin aliento, sin tiempo para nada más que jugar y pasarlo bien. Retomando la situación, el control y el timón del barco en el que navegaban, los labios de ella dejaron los de él para morderle suavemente el cuello, recorrer la lengua por su garganta y hacerle perder la noción de todo en cuanto les rodeaba. Luego, él siguió haciendo lo mismo a ella, quién se dejaba mordisquear, ponerla a cien en cualquier lugar, qué le importaba a ella qué pudieran pensar los demás. Nadie sabía de ellos ni lo harían. –    Uff cariño… te quiero… – susurraron los labios de él a oídos de la amiga. –    Y yo a ti… Cuando  él la arañó en la espalda con una mano y con la otra estrujaba uno de los pechos, ella comenzó a abrirse de piernas para que él pudiera hacer lo que quisiera. –    No te abras de piernas aquí cariño… –    Pero… es que no puedo más … –    Ni yo tampoco, quiero tenerte cuerpo a cuerpo. Pero aquí no. Para que la situación no se fuera a más, conociéndola bien, su compañero frenó, confesándose y aclarando miedos que aún pudieran quedar restos, mientras decidieron abandonar el local tras pagar. Cogidos de las manos, se dirigieron hacia al metro dónde él aprovechando la ocasión, la llevó al rincón del ascensor, la atrapó entre su cuerpo y la pared. La besó con esa intensidad suya, agarrándola del cabello, acariciando los muslos por debajo del vestido, acelerando nuevamente los latidos… –   Cariño… te quiero – su amiga estaba sorprendida del lugar en donde la besaba descontroladamente –         Y yo a ti… No la quería soltar, la había echado tanto de menos, que la hubiera follado allí mismo pero las cámaras estaban acechándole en la nuca. En contra de su voluntad, con la sensación de no haber hecho todo cuanto quería con la compañera, forzó un despido que tendría un retorno tan pronto como en cuanto tuviera la escusa para verla  y entregarse entre cuatro paredes con cristales, mejor espejos. –        Ve con cuidado con cariño con la moto…  Te quiero – se despidió ella –        Descuida cariño. Te quiero. Avísame cuando llegues a casa. –          Vale. Te quiero. –         – Y yo a ti. Hay tantas formas de amarse como colores tiene el arco iris. Hay tantos amantes que nadie sabe que el sexo es la diversión más genuina, que las palabras “Cariño, fóllame por favor que mi tentación es tener tu mástil en mi boca, mi coño en tu boca. Un sesenta nueve atractivo con mi cuerpo y el tuyo” son las historias que nos dejan soñar para fantasear con él/ella… Tuya entre sábanas y fuera de ellas. Tirupathamma Rakhi #amantes #novedades #terrazadepecados #cortos #sexo #erotismo #amigosdelanoche

  • Esculpidos juegos

    Las horas en solitarios comparten demasiadas fantasías con las historias transcurridas con una buena compañía. Los libros entienden nuestras mentes, aunque quién mejor nos puede comprender es aquél (o aquella) que su lengua es la misma que la tuya, mirada feroz, manos preparadas ya para despojar cualquier cuerpo sin escrúpulos. El sexo es el mayor vicio sucio, depravado, atrevido, contratado para el disfrute de dos sin que nadie salga dañado. Un pacto apalabrado, hay quien que prefieren dejarlo escrito con sus respectivas condiciones para evitar futuros mal entendidos. Un juego que pocos están dispuestos a participar. Los compañeros, retomaron las habladurías diarias, con sus distintos ritmos de jornadas. La compañera se atrevió a mandarle: “echo de menos tu lengua”, cuando el amigo leyó el sutil mensaje se quedó anonado, no creía lo que veían sus ojos en la pantalla de su móvil, miró a su alrededor y releyó, una y otra vez, hasta darse cuenta que no eran imaginaciones suyas. Cuando quiso responder debidamente, ella le pedía disculpas por el atrevimiento. Lo que ella no sabía es que él era más abierto de lo que se podía imaginar, su respuesta fue “me encanta”. Hasta el día que se vieron, dedicaron a mantener conversaciones de situaciones que habían vivido, como el caso de la primera vez en el hotel o la segunda en el coche, hasta que finalmente, el compañero tuvo que hacerse un apaño solitario con su mano derecha,  confesando a la amiga. Ella celosa de esa intimidad no compartida, fantaseó con la situación y mojó su ropa interior, y como venganza, haría de su hombre la tortura destinada a follarla sin condiciones. Como un lujo de los que se permiten una vez cada tanto, el hombre hizo una reserva en un hotel especializado para su caso. Y para hacer tiempo antes de entrar, la llevó a un bar que estaba frente el apartamento, se sentaron en una terraza. –   Perdona amor, asuntos de trabajo…- como solía empezar cada vez que la veía cuando estaba pegado al teléfono. –   No pasa nada. Tranquilo. Desesperado por notar el calor de su amiga, la cogió de las manos, acariciándola suavemente, sin embargo, ésta respondió de forma tímida y a los segundos se apartó. –   No es que no quiera cariño… pero, estamos en una zona un tanto delicado… –   Ui…. Lo siento, pensaba que… –   No no, no te preocupes. Siguieron hablando. Dejaron el trabajo de lado para relajarse y hablarse de aquello que les había unido desde el principio, la química en las sábanas. Comentaron entre risas, muertos de los deseos de no alargar más la conversación, él, la apresuró para ir a la habitación. La reserva estaba hecha dentro del garaje de un hotel, donde había otro pero de placeres. Les atendió una chica de unos treinta años, informal pero con las prisas hasta en las puntas de los pelos. –   Buenos días – les saludó –   Hola, buenos días. – respondieron al unísono –   ¿venís con reserva? –    Sí. Una vez él diera sus datos, la recepcionista les acompañara hasta la habitación, él cerró la puerta desde dentro mientras su amiga hacia una repasada completa al lugar. La habitación era pequeña, la cama a mano izquierda redonda con pequeños cojines color negro, a mano derecha había un pequeño armario sin puertas para dejar accesorios de joyas, gafas y poco más. A continuación de éste se toparon con una bañera jacuzzi que al chico le encantó. Frente la bañera y detrás de la cama, se encontraba un baño con una ducha y las puertas de mampara, espacioso a pesar del tamaño general. Después de que ella terminara de  fumar el cigarro, él de preparar el jacuzzi con agua caliente y estar medio desnudo. Ella, se quitó sus joyas y dejarlo encima de la cabecera de mármol de la cama, su amigo se colocó al borde de la cama, ella fue hacia él. Con pausa, delicadeza, casi con una cierta ceremonia, comenzó a desbotonar su camisa de cuadros rosas sin mangas, mientras él ansioso por ser seducido, miraba como lo hacía. Al tercer botón, besó con delicadeza los pechos de la compañera, extrañaba tanto esos pequeños volcanes que hasta soñaba y pensaba en ellos, a todas horas. Sin poder aguantarse más, ella se arrancó la camisa para caer rendida al encanto que tenía delante, besándolo con frenesí, necesitados los dos, devorándose sin miramiento alguno. –         Me encantas cariño… eres increíble. – empezó a susurrar mirándola a sus ojos mientras el pelo de ella les hacía de cortina y la intimidad más exagerada. –         Y tú a mi… ¡Qué mal he pasado todo este tiempo que no hemos podido estar juntos! Él se echó atrás y ella se tumbó encima de él, besándolo cada rincón de su cuerpo, desde la parte detrás de la oreja, seguidamente el cuello, la garganta mientras él disfrutaba de la acción, le tocaba los pechos. Los manoseaba, los mordía, los chupaba, jugaba con ellos excitado. Terminaron de quitarse la ropa interior, ella bajó hasta las entre piernas de él para recordar y saborear aquello que era suyo, de nadie más.  Hambrienta, miró con sumo gusto el cipote, relamiéndose los labios y sonriendo maliciosamente a los ojos de él, quién a su vez gozaba de cómo le miraba con esa carita de tener tantas ideas malas… Se la metió dentro de su boca, engullendo el miembro de centímetros inconfesables, anchura más que impresionable. ¿Qué medía? ¿15? ¿Quizá más? aun con la curiosidad que tenía jamás se lo preguntó. Se entregó a chuparla con desde la lentitud hasta la rapidez más feroz, succionando el tesoro más apreciado para hasta entonces. Cuando se dio cuenta que su boca estaba algo cansada, ella paró y ambos buscaron los labios del otro para perderse entre excitantes besos destinados a estar más rato unidos que separados. Sus cuerpos sudados, pedían más diversión y eso mismo fue lo que hicieron. Ella desesperada sin soltar los labios de la boca de él, quería el mástil dentro de su cuerpo y hasta que no consiguió que se metiera entera, hasta el fondo no paró. Entonces, con toda provocación, seduciendo con cada uno de sus movimientos, pretendió que su hombre la recordara cuando estuvieran separados, independientemente con quién compartiera la cama, que fuera ella quién apareciera en mente. Él, como un niño pequeño con un juguete del que podía disfrutar unas meras horas, se dejaba asombrar por esa mujer que le tenía perdido en cada momento compartía. Tenerla para sí mismo, era un lujo que sólo podía disfrutarla él y nadie más, qué le importaba si otro besaba esa boca, ¿quién lo iba hacer mejor que él? Había soñado infinitas noches con ella y el jolgorioso juego de sus ojos, el pelo intacto, pero sobretodo; le hechizaba en todas y cada una de las veces que se citaban. En más de una ocasión se había dado cuenta que su mujer disfrutaba llevando el control de la situación, pero también él se lo pasaba muy bien cuando poseía las riendas sobre el cuerpo de ella. Con ello, sin que el miembro se saliera de sí, agarrando con fuerza y prudencia, la cogió para tumbarla de espaldas al colchón. Siguió con el baile, follándosela, besando sus labios y los pezones. Lamió los labios de ella, esperando a ver la respuesta, ésta le siguió, para que le mordiera el antebrazo y el pecho desnudo de pelos. La admiraba aunque ella no lo sabía, en su interior fascinaba todo aquello que escondía ante los ojos de cualquier desconocido. Tenerla en bajo el control, ver la sonrisa que traía consigo era deslumbrante. –   ¿qué quiere decir esa sonrisa…? –   Uf…cariño…que me encantas. –   Y tú a mí, nena… Lo que él no sabía era que su amiga le ocultaba las ganas que tenía de decirle que la mordiera el cuello, besara, chupara y sus pequeños pezones. Con el pudor entre carnes, se calló. Sacó el miembro del interior de ella, se la metió en la boca para que pudiera saborear los propios fluidos, sin rechazar el plato, la amiga lo aceptó. Estuvieron un buen rato hasta que quisieron descansar un poco, se salieron de la cama y se metieron en el jacuzzi. Relajándose juntos en las aguas calientes, uno al lado del otro. Dónde la niña la demostró una vez más que le deseaba en cualquier lugar, se colocó encima de él para besarle los labios, pasando los suyos por su cuello mientras con una mano jugaba con su miembro. No cesó hasta que consiguió que se excitara, para ella verlo en toda su desnudez era un lujo que le gustaba poco compartir con nadie más. –   Fóllame cariño…- le imploró la amiga –   Nena…- río con esa voz provocadora que tenía él. –   Por favor… –   Ni que fuera yo quién no te deseara, cariño… –   Cariño… fóllame… No tardó ni dos segundos en salir del agua en cuanto éste le respondió que sí. La tumbó encima de la cama y él enterró su cara en el coño para volverla fuera de sí, esos labios tan grandes que tenía le permitía succionar el clítoris y luego meter la lengua hasta al interior de su órgano que le era su debilidad. Gozaba tanto del placer de le quedaba que podría estar horas. Su compañía gemía mientras iba agarrando con fuerza las sábanas hasta sacarlas del colchón, también los cojines para no explotar gritando como hacía de costumbre. Sus fluidos de un disfrute inimaginable. Apartó la cara de allí para colocarla hasta arriba de la cama y cuando quiso poner la polla en su boca ella se resistió. –   ¿No quieres…?- preguntó éste –   …- le sonrió ella –   Me vas a obligar a…- ella le respondió con una mirada de decir que era lo que quería La agarró de los largos cabellos de ella y se la metió en la boca. Era buena, muy buena. ¡Qué desperdicio quién estuviera con ella que no quisiera toda esa fantasía cumplirla. Juguetona de forma discreta le hacía pasar su miembro por la cara, el cuello y en los pechos. –   Quiero correrme encima de ti – le sugirió él. –   Hazlo… Encantado por su respuesta, meneó el miembro hasta que notó sus fluidos salían como una gran fuente por el cuerpo de ella. A continuación la limpió para después besarla con amor, cariño y ternura. Se tumbó encima de ella, cansado, dándose unos segundos para recuperar fuerzas. La arrastró hasta el borde la de cama de nuevo, la puso a cuatro patas, follándosela como ambos les gustaba. –   Míranos en el espejo. La obligó a mirarle a través del reflejo, viéndola las caras de gozo que ponía, los gemidos que soltaba mientras la empotraba sin contemplación. Poco a poco ella se fue dejando caer para terminar recostada y él seguía con sus movimientos. Su amiga, observaba cada entrada y salida del miembro, como su trasero deseaba más de ella. Varias penetraciones más tarde, ella se volvió hacerse dueño de él, poniéndolo debajo para romper ese orgasmo que callaba y la estaba ahogando, quería darle lo que le pertenecía. Observándose a través del espejo cuando llegó al máximo clímax, estalló en el mayor orgasmo del juego. –  Eres mía… – susurró él mientras la tenía cogida del cabello, movilizada. Y esas palabras la hechizaron, hacía tanto que deseaba los siseos de los vocablos pronunciados del hombre que se la follaba, a quién amaba. Le besó con pasión, lujuria y la determinación de la promesa que aquello el próximo día sería el sado del que él tendría que probar. Vieron la hora, les quedaba poco tiempo para ir desalojando la habitación. Se metieron en las aguas de nuevo, divirtiéndose con los pies, acariciando las piernas. Una mezcla de desahogo, satisfacción, declaraciones que no se pronunciaron aunque ya sabían que aquello seguía siendo solamente el principio de una gran aventura de meses infinitos. Salieron de allí, se ducharon, poniéndose sus ropas, arreglándose para la discreción absoluta. Marcharon del hotel con gozo, preparándose cada uno para sus obligaciones. Se despidieron con un beso a medias, un abrazo que lo decía todo. ¿Por qué desperdiciar el placer de la satisfacción con otro/a? Como el buen vino, el sexo se comparte con la mejor compañía del catálogo de los amantes. Y si con ello, cabe la posibilidad de mantener una amistad, un sentimiento correspondido. El resultado de la diversión es mucho más atractivo. Tirupathamma Rakhi #amantes #lujuria #blog #cortos #sexo #erotismo #Desamor #palabras

  • Tornado de tentaciones

    La delicia del pecado es la prohibición de confesar el pecador, los pecadores, y sus artimañas. El saber guardar hasta el secreto más confesable a los vientos y no a las voces emergidas de la nada, la ciudad de la pasión surgida y resurgida de tantas formas que nadie ni supo ni sabe decir qué provoca esa alteración en cuerpos adheridos a la rutina. Sin embargo, allí estaban los dos. Detenidos en las gradas de una catedral, en la plaza de las alianzas disfrazadas de ojos asombrados por las maravillas, aunque en esa noche, solo quedaban ellos dos y algún que otro turista entre sombras iba y venía de la soledad compartida. Los amigos se vieron sin saber qué decir, ella en su interior sentía que debía gritar a la oscuridad de su sentimiento para que la pudieran oír hasta en la otra punta del continente más cercano. Su corazón palpitaba a cada paso que daba hacia a su compañero, cuánto más cerca más rápido iban sus pulsaciones, respiraciones entre cortadas, delirios que la envolvían de nubes y la sensación de desmayo era casi continuo. –   Bonica…¿¿Cómo estás? estás preciosa con este vestido…- no era el saludo que acostumbraba a escuchar –     Cariño… yo…- las palabras las tenía atrapadas en la garganta Incapaz de pronunciar una sola letra, el estómago se le había girado, hundido hasta adentrarse en las entrañas de las costillas. Él con las manos en los bolsillos de los bermudas, la camisa de lino con tres botones dejaba descubrir su torso del pecho, invitándola a perderse en la genuinidad abierta a propuestas tan indecentes como hacerla suya en las mismísimas escaleras de la catedral. –    cariño… tengo que decirte algo… he visto…-  se atragantaba –      Nena… ¿qué pasa? ¿Estás bien? –     A ella… con su ropa… contigo… cuando yo venía para aquí, a reunirme contigo…se iba… –      Oh…nos estábamos despidiendo y… lo siento…ha sido complicado… –      Yo, creí… creí que tú y yo… –     Y lo somos… Y te quiero, te quiero mucho bonica… ven- quiso abrazarla pero ella no hizo ningún ademán. Su dolor reflejaba en las palabras pronunciadas, un duelo que debería asumir como el veneno de haberse enamorado de su compañero. –   tengo que decirte algo, sé que no debería haber pasado esto, ni tan solo creí iba a suceder pero no puedo callármelo más… Te necesito –    Bonica… y yo también a ti. Estos días que no nos hemos podido ver, me he vuelto loco. Quería tenerte, tocarte, besarte, follarte, hacerte mía. Escuchar  tu voz y verte sonreír y… –    Hasta ahora te había dicho que te quiero… –    Sí, yo también te quiero a ti, nena –    Me he enamorado de ti Y como una garrafa de agua fría con cubitos de hielo, derramándose de cabeza a pies, el amigo no supo cómo ni qué responder. Los segundos fueron un eterno silencio para ella. –    Siento que te necesito verte, sentirte, escucharte, verte sonreír, saber de ti… estos días que hemos estado distanciados por cosas que no han impedido estar juntos. No te he podido sacarte de la cabeza, y me pasa lo mismo que a ti. –    No se me da bien estas cosas. Lo siento –    No me tienes que pedir perdón. Eres un solete… y me encanta estar contigo cariño. Sin darse cuenta, estaban los dos uno frente al otro, abrazándose y sentados en aquellos escalones de adoquines. Ella llevaba su vestido que la hacía sentirse espectacular, verde oscuro con flores blancas y manga corta, con unos tacones de color beige cerrado y cordones. Con el deseo de pecarse nuevamente, se besaron con tanta pasión como la primera vez. Desnudando sus almas, hambrientos de saciarse, colmarse de fantasías, sexo salvaje ya no en las calles de la Barcelona prohibida, ahora ya en las plazas adornadas de farolas con luces amarillentas casi desgastadas. Las lenguas entraban en la boca del otro una y otra vez, jugando, seduciendo en el campo de lo desconocido, saboreando el deseo de sentirse y jugarse el sentido común por ese encuentro que ya llevaban de hace tiempo. Las manos de él agarraban del pelo suelto de ella, cogiéndola de por debajo de la nuca, con la otra mano, arañando la espalda y haciéndola sentirse llena de pasión. Los fluidos de ambos surgían, aunque el amigo procuraba que no saliera y manchara los calzoncillos. Ella, dejó besar sus labios para bajar suavemente desde de atrás de la oreja con unos deliciosos mordiscos, lamiendo con la punta de la lengua la garganta, el pecho depilado, un vientre poco poblado. Él a su vez, con la mano que tenía en la espalda de ella, la estrujaba el pecho de tal manera que la causaba cierto dolor, uno que a ella ya le gustaba, la excitaba aún más. De rodillas, la cabeza gacha iba a aventurarse cuando de repente, oye decirle. –   Levántate- una orden sin opciones –   Pero creía que… –   Levántate que nos esperan. Pero antes quiero que hagas una cosa.- Le señala las tiras de su sujetador y las bragas –    ¿Qué le pasa? –     Quítatelo… todo…- le susurró al oído. Sin decir nada más, ella se lo quitó todo y lo guardó bien plegado en su pequeño bolso de flores.  A continuación fueron andando calles adentro, cuando el chico vio el edificio, entraron con una llave que tenía en la bolsa que llevaba. –   ¿Dónde estamos? ¿Y este lugar qué es?-  preguntó ella asombrada del peculiar lugar. –   Nuestro apartamento. Exclusivo para nuestra intimidad. –   ¿Has traído a alguien más aquí? –    No. Lo alquilé hace un par de semanas y nadie sabe de su existencia… –    Cariño… –     Es para nosotros… La decoración era preciosa. Paredes azul cielo, cortinas blancos, muebles de madera oscura, una pequeña araña de luz caía del techo del comedor, un sofá cama ancho. En la mesa de madera igual que los restantes muebles del piso, había una cubitera con una botella de cava, unos pétalos esparcidos por su alrededor y dos copas de cristal  con un acabado excelente. –   Cariño… ¿qué es todo esto? ¿Para quién es?- no daba crédito de lo que veían sus ojos –  Para ti, para mí… para nosotros. Disfrutaremos de un fin de semana merecido. De los que tantas veces habíamos hablado… y te había dicho que haríamos… –   Oh… cariño…¡qué bonito! Saltó encima de él besándolo con pasión, con la locura de no querer terminar esa noche nunca, ser el uno para el otro por muchas horas más. Mientras se besaban, ella le iba quitando la camisa, desabrochando los bermudas, los calzoncillos…  Fervores con frenesí con mayor excitación que en la plaza, él la terminó tumbando en la cama de sábanas de algodón diseñados con los gustos de ambos. –   Gracias… cariño… de verdad- agradeció entre beso y beso a oídos de él –   a ti por la paciencia que me has tenido cariño… eren un solete… Él le besó el cuello de ella, la debilidad que compartían ambos desde un buen principio. –   Uff cariño…- sentía desmayada de tanto placer que él le proporcionaba –   Ahora te voy a follar como hace tiempo que quiero hacer… como en los hoteles en los que hemos estado La ató en la cama, los brazos en el cabezal de la cama y la hizo suya. Esa mujer que la había pervertido, haciéndole descubrir cielos, lugares y universos paralelos; esa noche iba a follársela con tanto deseo como en sus fantasías. Se puso de rodillas encima de la boca de ella, ésta sonreía de divertida, girando la cabeza de un lado a otro mientras el pene le rozaba la cara. Deslizándose con poco esfuerzo para arriba, el miembro la rozaba los pechos de y los pezones se ponían tiesos. Al ver a qué quería jugar su amiga, introdujo y luego lo sacaba varias veces del coño para seguidamente meterlo en la boca de ella. Quién lamía sin estupor alguno, luego le metió la polla. Se la chupaba con gusto, con sumo gusto, hambrienta, mientras le tocaba los pechos con ambos manos. Su fémina, subía los pechos hasta rozarse con la polla, haciendo una cuba a la vez de la follada oral. –    Uf… oh… si…- jadeaba él. Sacó el miembro de lo boca de ella para seguidamente besarla, saboreando así, sus propios fluidos.  Con la mano metió el miembro dentro del coño. Dentro fuera, dentro fuera, dentro fuera. Al inicio suave y segundos más tarde con más ímpetu, cogiéndola de las caderas. A ratos, volvían a chocarse los labios besándose, gozando del placer que compartían en espacio. Minutos más tarde,  la desató, para cogerla fuerza y dejarla que fuera ella quien llevara la situación. –    Uff cariño… cómo te echaba de menos… –     Y yo a ti nena… Besos, besos de tantos sabores como colores de la vida. Ambos cuerpos comenzaron a erguirse, a sentir cómo los cuerpos se tensaban, él la arañaba la espalda. –      mm… cariño… oooooh…sí…- luego un cachete. Otro, otro y otro. En ambas nalgas. –    Para. Ponte a cuatro patas… – obedeció, pasándose le lengua por labios y con una sonrisa pícara. La empotró, la agarró de las caderas para poder ir al mismo ritmo. De nuevo, le pegó en una de las nalgas, perdiendo la cuenta de las veces que lo había hecho mientras gozaba de esa postura. Ella poco iba estirándose, dejándose caer en las blancas sábanas. Ya cuando él terminó encima de ella, éste la besaba en la nuca, detrás de la oreja. Entretanto entrelazaban ambos sus dedos. Poco rato más tarde, volvieron a cambiar de postura, poniéndola encima de él. La amiga introdujo el pene en su interior y comenzó a moverse, suavemente, con delicadeza, seducción y con los ojos cerrados disfrutaba de ese placer que era tanto de los dos. Notaron como sus cuerpos erguían, aceleró más el movimiento y… –    ¡Ohhh sí!… ¡sí!sí! Oooooh… sí cariño… – estallaron a la vez. La compañera se dejó caer encima del cuerpo de su amigo, exhausta sin fuerzas. Con los latidos a punto de salir de su lugar. Sus respiraciones eran entrecortadas, se besaron, sonriéndose con la satisfacción dibujada en la cara. –    Me encantas…- rompió el silencio el chico –    Y tú a mi cariño –    ¿Te importa que te abrace? –    No cariño… Se metieron dentro de las sábanas, él abrazando su amiga, con los ojos cerrados dejó caerse rendido por el cansancio con la cabeza encima del pecho de ella. Ésta, al igual que su compañero, cerró los ojos para vivir ese momento y dejarse llevar por el sueño. Habla la brisa de un amor inconfesable, de los pensamientos indomables. Él quería más tiempo con ella, ella quería una eternidad junto a él. “Te diría tantas veces que te amo y tú me responderías con tu bella sonrisa y un : yo también a ti. Haciéndome perder la noción de todo cuanto me rodea.” Te quiero mi ángel. Tirupathamma Rakhi #sígueme #juegoseróticos #amantes #desenfreno #lujuria #sexosalvaje #sudores #amoresprohibidos #sexo #erotismo #Desamor #literaturaerótica

  • El reflejo de la sección

    La delicia del pecado es la prohibición de confesar el pecador, los pecadores, y sus artimañas. El saber guardar hasta el secreto más confesable a los vientos y no a las voces emergidas de la nada, la ciudad de la pasión surgida y resurgida de tantas formas que nadie ni supo ni sabe decir qué provoca esa alteración en cuerpos adheridos a la rutina. Sin embargo, allí estaban los dos. Detenidos en las gradas de una catedral, en la plaza de las alianzas disfrazadas de ojos asombrados por las maravillas, aunque en esa noche, solo quedaban ellos dos y algún que otro turista entre sombras iba y venía de la soledad compartida. Los amigos se vieron sin saber qué decir, ella en su interior sentía que debía gritar a la oscuridad de su sentimiento para que la pudieran oír hasta en la otra punta del continente más cercano. Su corazón palpitaba a cada paso que daba hacia a su compañero, cuánto más cerca más rápido iban sus pulsaciones, respiraciones entre cortadas, delirios que la envolvían de nubes y la sensación de desmayo era casi continuo. –   Bonica…¿¿Cómo estás? estás preciosa con este vestido…- no era el saludo que acostumbraba a escuchar –     Cariño… yo…- las palabras las tenía atrapadas en la garganta Incapaz de pronunciar una sola letra, el estómago se le había girado, hundido hasta adentrarse en las entrañas de las costillas. Él con las manos en los bolsillos de los bermudas, la camisa de lino con tres botones dejaba descubrir su torso del pecho, invitándola a perderse en la genuinidad abierta a propuestas tan indecentes como hacerla suya en las mismísimas escaleras de la catedral. –    cariño… tengo que decirte algo… he visto…-  se atragantaba –      Nena… ¿qué pasa? ¿Estás bien? –     A ella… con su ropa… contigo… cuando yo venía para aquí, a reunirme contigo…se iba… –      Oh…nos estábamos despidiendo y… lo siento…ha sido complicado… –      Yo, creí… creí que tú y yo… –     Y lo somos… Y te quiero, te quiero mucho bonica… ven- quiso abrazarla pero ella no hizo ningún ademán. Su dolor reflejaba en las palabras pronunciadas, un duelo que debería asumir como el veneno de haberse enamorado de su compañero. –   tengo que decirte algo, sé que no debería haber pasado esto, ni tan solo creí iba a suceder pero no puedo callármelo más… Te necesito –    Bonica… y yo también a ti. Estos días que no nos hemos podido ver, me he vuelto loco. Quería tenerte, tocarte, besarte, follarte, hacerte mía. Escuchar  tu voz y verte sonreír y… –    Hasta ahora te había dicho que te quiero… –    Sí, yo también te quiero a ti, nena –    Me he enamorado de ti Y como una garrafa de agua fría con cubitos de hielo, derramándose de cabeza a pies, el amigo no supo cómo ni qué responder. Los segundos fueron un eterno silencio para ella. –    Siento que te necesito verte, sentirte, escucharte, verte sonreír, saber de ti… estos días que hemos estado distanciados por cosas que no han impedido estar juntos. No te he podido sacarte de la cabeza, y me pasa lo mismo que a ti. –    No se me da bien estas cosas. Lo siento –    No me tienes que pedir perdón. Eres un solete… y me encanta estar contigo cariño. Sin darse cuenta, estaban los dos uno frente al otro, abrazándose y sentados en aquellos escalones de adoquines. Ella llevaba su vestido que la hacía sentirse espectacular, verde oscuro con flores blancas y manga corta, con unos tacones de color beige cerrado y cordones. Con el deseo de pecarse nuevamente, se besaron con tanta pasión como la primera vez. Desnudando sus almas, hambrientos de saciarse, colmarse de fantasías, sexo salvaje ya no en las calles de la Barcelona prohibida, ahora ya en las plazas adornadas de farolas con luces amarillentas casi desgastadas. Las lenguas entraban en la boca del otro una y otra vez, jugando, seduciendo en el campo de lo desconocido, saboreando el deseo de sentirse y jugarse el sentido común por ese encuentro que ya llevaban de hace tiempo. Las manos de él agarraban del pelo suelto de ella, cogiéndola de por debajo de la nuca, con la otra mano, arañando la espalda y haciéndola sentirse llena de pasión. Los fluidos de ambos surgían, aunque el amigo procuraba que no saliera y manchara los calzoncillos. Ella, dejó besar sus labios para bajar suavemente desde de atrás de la oreja con unos deliciosos mordiscos, lamiendo con la punta de la lengua la garganta, el pecho depilado, un vientre poco poblado. Él a su vez, con la mano que tenía en la espalda de ella, la estrujaba el pecho de tal manera que la causaba cierto dolor, uno que a ella ya le gustaba, la excitaba aún más. De rodillas, la cabeza gacha iba a aventurarse cuando de repente, oye decirle. –   Levántate- una orden sin opciones –   Pero creía que… –   Levántate que nos esperan. Pero antes quiero que hagas una cosa.- Le señala las tiras de su sujetador y las bragas –    ¿Qué le pasa? –     Quítatelo… todo…- le susurró al oído. Sin decir nada más, ella se lo quitó todo y lo guardó bien plegado en su pequeño bolso de flores.  A continuación fueron andando calles adentro, cuando el chico vio el edificio, entraron con una llave que tenía en la bolsa que llevaba. –   ¿Dónde estamos? ¿Y este lugar qué es?-  preguntó ella asombrada del peculiar lugar. –   Nuestro apartamento. Exclusivo para nuestra intimidad. –   ¿Has traído a alguien más aquí? –    No. Lo alquilé hace un par de semanas y nadie sabe de su existencia… –    Cariño… –     Es para nosotros… La decoración era preciosa. Paredes azul cielo, cortinas blancos, muebles de madera oscura, una pequeña araña de luz caía del techo del comedor, un sofá cama ancho. En la mesa de madera igual que los restantes muebles del piso, había una cubitera con una botella de cava, unos pétalos esparcidos por su alrededor y dos copas de cristal  con un acabado excelente. –   Cariño… ¿qué es todo esto? ¿Para quién es?- no daba crédito de lo que veían sus ojos –  Para ti, para mí… para nosotros. Disfrutaremos de un fin de semana merecido. De los que tantas veces habíamos hablado… y te había dicho que haríamos… –   Oh… cariño…¡qué bonito! Saltó encima de él besándolo con pasión, con la locura de no querer terminar esa noche nunca, ser el uno para el otro por muchas horas más. Mientras se besaban, ella le iba quitando la camisa, desabrochando los bermudas, los calzoncillos…  Fervores con frenesí con mayor excitación que en la plaza, él la terminó tumbando en la cama de sábanas de algodón diseñados con los gustos de ambos. –   Gracias… cariño… de verdad- agradeció entre beso y beso a oídos de él –   a ti por la paciencia que me has tenido cariño… eren un solete… Él le besó el cuello de ella, la debilidad que compartían ambos desde un buen principio. –   Uff cariño…- sentía desmayada de tanto placer que él le proporcionaba –   Ahora te voy a follar como hace tiempo que quiero hacer… como en los hoteles en los que hemos estado La ató en la cama, los brazos en el cabezal de la cama y la hizo suya. Esa mujer que la había pervertido, haciéndole descubrir cielos, lugares y universos paralelos; esa noche iba a follársela con tanto deseo como en sus fantasías. Se puso de rodillas encima de la boca de ella, ésta sonreía de divertida, girando la cabeza de un lado a otro mientras el pene le rozaba la cara. Deslizándose con poco esfuerzo para arriba, el miembro la rozaba los pechos de y los pezones se ponían tiesos. Al ver a qué quería jugar su amiga, introdujo y luego lo sacaba varias veces del coño para seguidamente meterlo en la boca de ella. Quién lamía sin estupor alguno, luego le metió la polla. Se la chupaba con gusto, con sumo gusto, hambrienta, mientras le tocaba los pechos con ambos manos. Su fémina, subía los pechos hasta rozarse con la polla, haciendo una cuba a la vez de la follada oral. –    Uf… oh… si…- jadeaba él. Sacó el miembro de lo boca de ella para seguidamente besarla, saboreando así, sus propios fluidos.  Con la mano metió el miembro dentro del coño. Dentro fuera, dentro fuera, dentro fuera. Al inicio suave y segundos más tarde con más ímpetu, cogiéndola de las caderas. A ratos, volvían a chocarse los labios besándose, gozando del placer que compartían en espacio. Minutos más tarde,  la desató, para cogerla fuerza y dejarla que fuera ella quien llevara la situación. –    Uff cariño… cómo te echaba de menos… –     Y yo a ti nena… Besos, besos de tantos sabores como colores de la vida. Ambos cuerpos comenzaron a erguirse, a sentir cómo los cuerpos se tensaban, él la arañaba la espalda. –      mm… cariño… oooooh…sí…- luego un cachete. Otro, otro y otro. En ambas nalgas. –    Para. Ponte a cuatro patas… – obedeció, pasándose le lengua por labios y con una sonrisa pícara. La empotró, la agarró de las caderas para poder ir al mismo ritmo. De nuevo, le pegó en una de las nalgas, perdiendo la cuenta de las veces que lo había hecho mientras gozaba de esa postura. Ella poco iba estirándose, dejándose caer en las blancas sábanas. Ya cuando él terminó encima de ella, éste la besaba en la nuca, detrás de la oreja. Entretanto entrelazaban ambos sus dedos. Poco rato más tarde, volvieron a cambiar de postura, poniéndola encima de él. La amiga introdujo el pene en su interior y comenzó a moverse, suavemente, con delicadeza, seducción y con los ojos cerrados disfrutaba de ese placer que era tanto de los dos. Notaron como sus cuerpos erguían, aceleró más el movimiento y… –    ¡Ohhh sí!… ¡sí!sí! Oooooh… sí cariño… – estallaron a la vez. La compañera se dejó caer encima del cuerpo de su amigo, exhausta sin fuerzas. Con los latidos a punto de salir de su lugar. Sus respiraciones eran entrecortadas, se besaron, sonriéndose con la satisfacción dibujada en la cara. –    Me encantas…- rompió el silencio el chico –    Y tú a mi cariño –    ¿Te importa que te abrace? –    No cariño… Se metieron dentro de las sábanas, él abrazando su amiga, con los ojos cerrados dejó caerse rendido por el cansancio con la cabeza encima del pecho de ella. Ésta, al igual que su compañero, cerró los ojos para vivir ese momento y dejarse llevar por el sueño. Habla la brisa de un amor inconfesable, de los pensamientos indomables. Él quería más tiempo con ella, ella quería una eternidad junto a él. “Te diría tantas veces que te amo y tú me responderías con tu bella sonrisa y un : yo también a ti. Haciéndome perder la noción de todo cuanto me rodea.” Te quiero mi ángel. Tirupathamma Rakhi #sígueme #juegoseróticos #amantes #desenfreno #lujuria #sexosalvaje #sudores #amoresprohibidos #sexo #erotismo #Desamor #literaturaerótica

  • Fervores entre copas

    Las noches comprendidas por saludos amigables entre profesiones, en la intimidad son caricias dominadas por el deseo de desnudarse, complacerse junto con las cartas del juego y sus reglas. Una noche no tiene pecado si no hay pecadores que quieran pecar, perder toda noción de la vida cotidiana y ser sumergidos por sudores llenos de pasión, fogosidad para atreverse a probar, divertirse en los aires más prohibidos y tentadores. Las reglas no están para otra cosa más que romperlas, las tradiciones para ser dejadas en la orilla de los cobardes, las costumbres para… ¿quién sabe? Las condiciones para ser escritas y jamás ser leídas por ojos demasiados curiosos. Y ellos, los cuerpos atraídos por la seducción de los caprichos, los maestros de la brisa nocturna, los caminantes de las avenidas cogidos de la mano, escondiendo de todo ojo chismoso, nacen en los atardeceres y mueren en los primeros rayos del amanecer. Los dos amigos se citaron en una plaza alejada de los barrios céntricos de la ciudad que se acostumbraban a ver. Él, con su barba poblada y sus pelos alocados, sentado en el muro del metro, una bandolera con sus trabajos. Los bermudas dejaban descubrir las finas piernas para su amiga, camiseta de algodón de manga de larga de algodón con tres botones… Y una sonrisa, un ademán de abrazarla hasta dejarse invadir por el perfume que desprendía. Ella, distinta de otras ocasiones, más informal. Pantalones negros y una blusa de manga tres cuartos con un prominente escote que dejaba descubierto sus pequeños pechos, cuando se daba cuenta se subía la blusa para tapar esas carnes. –   ¡Hola guapa!- abrazo formalizado, palabras escuetas y llenas de sentimiento y emoción. –   ¡Hola guapo! Breves presentaciones con el acompañante de ella, minutos de vaga conversación, cordiales en la cita. Los chicos se despidieron del acompañante. Al darse la vuelta, volvieron a sus abrazos, sonrisas, preguntas, comentarios. Caminaron entre jardines de flores azuladas y verdes céspedes, grandes avenidas y pequeñas calles, gotas de lluvia rociaban sus frentes, partes de las carnes descubiertas. Los dedos, de vez en cuando, se entrelazaban cuidadosamente. Entraban en tiendas buscando regalos, detalles para los más cercanos, cigarritos para calmar la ansiedad de atraparlo entre paredes de esas calles nuevas. –          En seguida me termino el cigarrito… –  se excusó ella –          No, no te preocupes. Fuma tranquila. Estoy buscando una terraza. –          No, no. Prefiero estar dentro del local. –          Bueno, entonces. Demos media vuelta y a ver si encontramos algo. –          Vale. A pocos pasos, entraron en un bar cosmopolita. Mesas y sillas altas, madera de tonalidades claras, estilo juvenil, música de ambientación. –   ¿Dónde quieres sentarte? ¿En estos sofás o en las sillas y mesas altas? Tú escoges. –   Pues… en las sillas altas mismas. Me va bien – decidió ella –   Vale. Se sentaron, uno al lado del otro. En realidad la mesa estaba distribuida dos sillas juntas en un lado y otras dos en la otra, y como de costumbre nuestro hombre hizo un cambio de diseño a su antojo. Cogió una de las sillas, la colocó al lado de ella, para que nada pudiera estropear esos momentos tan íntimos que compartían. Para no romper la costumbre, ella hablaba y él entusiasta en escucharla las peripecias, anécdotas  que de un modo u otro siempre le acaba sorprendiendo. Tampoco él se callaba, tenía ganas de tertulia, desvergonzado a medida que las confianzas superaban cualquier muro que se podía interponer entre ambos. Confesaba miedos, las dudas que le albergaba al estar lejos de ella, hablándose consigo. Entre tanto, ella colocaba la mano por dentro de los pantalones para acariciar la piel del muslo de él, excitándose a cada instante, mordiéndole con mimo la garganta y el pecho descubierto. Perdía todo su ser, sus partes sudaban. –          Eres mala pequeña… muy mala… –          No voy a pedir perdón por ello… Le respondía pícara, sin vergüenza alguno por sus atrevimientos, y él encantado. –   Quiero sentirte dentro de mí… tenerla conmigo… –   Tenía pensando llevarte a un sitio, para estar solos. Arrancarte la ropa, robarte… besarte, hacerte mía… –   Estoy sudando cariño… –   No sabes el mástil cómo está… Sin preguntar, tocó su miembro y se excitó, quiso morirse al imaginarse lo que podrían hacer juntos entre cuatro paredes. Él sin ademán de apartarla, disfrutó de esa provocación, aguantando la compostura. Decididos a irse a un hotel, ella pagó y se alejaron del local. En las calles entre llamadas para pedir habitación, buscando lugar, dando tumbos sin sentidos. encendidos con todo el fuego ardiendo en sus interiores, pararon en una esquina. Él colocó su espalda en la pared para atraer así a su amiga, se besaron. Ella le provocaba, le besaba, desatando nuevas tormentas. Bien sabían que él no se veía con coraje para ir a un hotel solamente para tener sexo, quería romanticismo,  y estar más que una hora. Quería sentirla sin límites, exprimirla con cada jadeo suyo, besarla y morderla. Follarnos sin escrúpulos, nos podría provocar un antes y un después en nuestra relación. Ella se merece mucho más que eso, al fin y al cabo… la quiero, la quiero para cuidarla, para aprender juntos de esta aventura. Y con ese pensamiento, decidieron adentrarse a la boca de la estación del metro para separarse una vez más, con la miel en la boca, en el deseo por compartir sudores y desatar tormentas de fantasía. Besos en escaleras de las vías, abrazos. Porque… ¿A caso los amantes no pueden creer en el amor de la aventura? Para ser nutridos de la fantasías, entregarse con la misma intensidad que la relación aceptada por la sociedad. Amar es, amarse de noche y de día. A un cuerpo u dos… En mi vida tengo dos hombres a quiénes amo con todo mi ser… Tirupathamma Rakhi #juegoseróticos #diversiónerótica #amantes #desenfreno #lujuria #sexosalvaje #amantessucios #sudores #amoresprohibidos #Desamor #literaturaerótica #amigosdelanoche

  • Caprichosa brisa

    Dejándose llevar por las caricias saladas, lejanas sin ser rozadas, escuchaban los pensamientos, susurraban con la suave brisa de las genuinas oleadas. Nada preocupante. Respiraba desconcierto, mirada fija a la sabiduría de la naturaleza. Tú mejor que nadie sabe qué es perder la libertad. A ti que te ensucian, conspiran a su antojo. Otros, a sabiendas de la belleza desprendida, te dejas embellecer por los infinitos admiradores recorriendo tu piel. Pasó las horas observando al gentío, fotografiando, durmiendo al sol, hablando y riendo. Sin embargo, ella no era una cualquiera en aquel cuento. Bien sabía quién podía mirarla, mimarla, preguntarla, verla y hablar de esas inquietudes. -Bonita. No sabía que estabas ocupada. – Desconcierto en los hechos de su querida. ¿Cómo iba a entenderla sino sabía qué le ocurría y el por qué de actitudes tan extrañas que hacía de tanto en tanto? -No era nada importante.- se disculpó. Palabras poco creíbles, aun ciertas.- ¿Dónde te apetece ir? -Sé de un sitio que podremos tomar algo tranquilamente. Se adentraron en uno de esos bares que tanto gustaba a su amigo. Blancos como la nieve con decoración minuciosamente pulcros. De trato educado, molestando lo justo para tomar pedido, prepararlos y llevarlos a la mesa. Sentándose uno al lado del otro iniciaron una conversación de lo más cotidiano. – ¿Cómo ha ido el día? ¿Alguna novedad?- se interesó el compañero, preocupado por la situación que su amiga sufría desde hacía un tiempo. -Nada que fuera de mi interés… Gracias por preguntar- respondió ella con su mejor sonrisa.- ¿Y tu cómo estas? ¿Cómo te va todo? -Yo bien, pero quien me preocupa eres tú… Haces muy mala cara. Me gusta esa mujer que sonríe, habla por los dos, dulce. Ésa que esta llena de energía. -Lo siento… No lo estoy pasando muy bien todo esto. – Se disculpó. -No me tienes que pedir perdón, niña… Cuéntame.- bien sabía lo que le pasaba. Había vivido una situación parecida a la de ella, no hacía tanto. La desesperación  que causaba era inmensa. Así que, no hizo otra cosa que escucharla sin despegar labios, era lo mejor que podía hacer. Aunque conteniendo el gran deseo de acecharla con un beso y unas caricias. Sin embargo, sucedió algo que no esperaba. De repente, mientras ella contaba lo sucedido, la respiración se entrecortaba. Un ataque de ansiedad la abismaba. Con la tranquilidad aportada en la piel. – shhh… pequeña, estoy aquí… No estas sola…- le acariciaba el rostro y a la vez sacaba un pañuelo de su bandolera, entre cosas del trabajo y trastos inútiles, pero que las llevaba por si un caso. Jamás había visto a esa niña sonriente, loca por el sexo, por amarlo en rincones sin secretos de aquella manera. Esa perturbada hacia al gozo entre sábanas estrenadas, ajenas a su pasado. La misma que le había enloquecido en pocas citas. Una mujer que valiente ante cualquier situación, procuraba sacar una sonrisa. ¿Qué le había derrumbado con esa brutalidad para que la viera así? – Lo siento, soy una llorica…- confesó y se disculpó a la misma. -No te preocupes. Lo haces por los dos. – respondió él con una sonrisa tranquilizadora. – ven aquí… Acercaron ambos rostros, cogidos de las manos, como una confesión en silencios y párpados cerrados. Durante unos minutos, estuvo acariciándola en los muslos, en la mejilla. La abrazaba a ratos, ese cuerpecillo aclamaba una protección. ¿Por qué sufría de esa manera? ¿Y él? ¿Por qué la tenía atrapada en la condena del olvido? Necesitaba ternura, comprensión. O simplemente, que alguien dejara sus oídos bien abiertos para que ella pudiera describir su situación. Tal vez, ese tipo era demasiado egoísta y pensara en sí mismo como para atender a su mujer. O tal vez, lo hacía pero no dedicaba el tiempo suficiente. ¿Quién era él para juzgar nada? Sin darse cuenta, sus labios se unieron con un beso delicado, dedicado con ternura, compenetración. Una pasión acallada, describiendo el sentimiento mutuo. Un beso que inhalaba al aliento del otro, acelerando el corazón de ambos. Olvidando, una vez más, del protocolo en los lugares públicos. Él y su lengua, tímido, suave. Ella y sus manos. Rodeando la nuca con una sola mano, mientras con la otra, recorría la cara, la garganta y el pecho. ¡Dios mío como me hace arder con un solo beso y unas meras caricias! Así era el hombre de sus fantasías, una realidad insuperable. Ella y su respuesta, juguetona. ¡Qué delicia! Deslizando las manos del rostro, al suave y liso pelo. Cogiéndola debajo de ésa zona, la nuca desnuda le llama. Ésa mujer le enloquecía hasta hacerle perder los sentidos. Su delicada garganta le tentaba, queriéndola pasearse con su lengua, untarla con seducción y provocación, ahora atrapada por ojos fascinados con la escena. Suerte la mía que se ha quitado prendas, para lucir una porción de su dorada piel. Un perfume que anhelo en las noches de mi solitaria habitación. Devoraría tantas veces los pechos escondidos entre tejidos de la vestimenta, hasta saciar la maldita sed y hacerla mía frente espejos, verla sudar y jadear. Oírla gemir es un placer para mis oídos, una melodía al crecimiento de la auto excitación para empotrar con más fuerza, rudeza. Si hay algo que une a dos personas, más allá del amor parental, es la atracción. La química que se crea entre ambos seres, unión para apartar la realidad, desnudar el cuerpo, sudar, disfrutar de otras canciones, llorar por los sinsentidos de la existencia. Devorar el sexo como si el mañana no existiera. Atraparse en seres ajenos a la cotidianidad, arraigarse a los susurros del capricho que con el tiempo se vuelve un tesoro secretado, una fantasía revivida. Si hay un fruto que es prohibido, es ése. Amarse sin explicaciones ni definiciones, tan sólo de fiestas privadas entre dos, o más. Según las normas del juego. ¡Que la primavera altere la sangre una vez más! De Tirupathamma Rakhi #sígueme #juegoseróticos #amantes #desenfreno #encuentrosfurtivos #secretoslatidos #lujuria #rojosynegros #sudores #encaje #blog #cortos #amoresprohibidos #sexo #erotismo #literaturaerótica #TirupathammaRakhi #prosaerótica #amigosdelanoche

  • Molinos de pecados

    En la calle llueven palabras calladas, crujen corazones y encienden latidos dormidos en el aura de la brisa. Nada que sorprender al derrame de la cúpula. Tal vez, un suspiro en la garganta, ausentado por el ajetreo de la ciudad. Un sin sentir de la mirada, moribunda en las sierras de la contemplación. Ellos, sin embargo, se besan en otros mundos. Se aman al antojo de otros abismos. Arrojan las cucharas del amor, empedernido e idolatrado; un libro de ilusiones desvanecidas dentro de las alas de confusión. Llevan más de un año jugando en secreto, sin nombres ni apellidos. Sus sombras no salen a la luz, eternamente, se citan en la ciudad de los pecados. Jugosos de la fresca primavera y su infierno, un tormento de dudas y miedos constantes. Ángeles  esperó al ladrón de sus noches, Javi. Sentada y con algo de frío en los huesos, ella leía en el banco en una de las plazas de la ciudad condal. Él a su vez, salía de su casa, demasiado trabajo acumulado. Si algo sabía, para sus adentros, era que esa aventura le traía loco. ¿Qué maldad había en verse y, de vez en cuando, morirse de placer mutuo? Aunque ese día no pudiera nutrirla tanto como le gustaría. -¿Qué haces aquí? Con el frío que hace… – saludó Javi -Tenía ganas de tomar aire fresco…- ¿qué tiene de malo? respondió Ángeles -No, no hay nada de malo. Pero… -¿Y tú no tienes frío con esta chupa y sin bufanda? -Hombre… calor tampoco tengo… la verdad. Mmm ¿dónde quieres ir? -Pues… He estado mirando sitios pero no hay nada que sea decente… -Ya… ¿qué te apetece dulce o salado? -Me es indiferente. Con tal de que comamos algo, ¡tengo un hambre voraz!- respondió con una carcajada -Vale… ¿no has comido nada hoy al mediodía, verdad? Te conozco…- sonrió Javi. -¡Sí que he comido! Pero aún así tengo hambre… -Bueno… pues… vamos a cruzar la calle y … Quería un sitio con intimidad. Cogerla de la mano, hacerla algún que otro mimo, barnizarla de dulzura y por un momento ser solamente ellos dos y nadie más. Necesitaba sentirla cerca, perderse en su sonrisa, rociarla de la ternura de mayor pecado existido. Escuchar los relatos que surcaban de su boca, la misma con la que había soñado una y otra vez. -Conozco un sitio que es pequeñito y acogedor.- comentó Javi -Pero ¿Qué buscas exactamente?- claro que sabía Ángeles la respuesta. Paredes blancas, mesas lisas de color tranquilidad, y excesivos cuadros totalmente innecesarios para su gusto. -Pues… algún sitio con intimidad… Atrás dejaron las grandes avenidas, las calles estrechas  les invitaron a fijarse en un local totalmente opuesto a las que solían ir. Ambos miraron por el cristal de la puerta el pequeño y diminuto local. Muy curioso. Tenía un parecido bastante similar a la whiskería que habían estado al principio de sus visitas. Éste en el que se habían adentrado, también estaba decorado de madera, con seis pequeñas mesas redondas. Y una corta barra. Se sentaron en una de las mesas que estaban más en el medio del local, para guarirse de la ráfaga de viento que acechaba en la calle. -Ya me siento yo en la silla, que tengo el culo pequeño- le dejó caer a Javi -No, que yo sé que te gusta sentarse con más espacio. Sin hacerse rogar demasiado, se sentó en la madera larga como asiento. Quitándose las chaquetas y dejando a un lado el bolso que llevaba Ángeles, segundos más tarde, se acercó el camarero para coger comanda. Aposentándose, Javi acercó su silla hacia a ella, quizá para dejar una caricia, sentir el roce de los cuerpos con sutileza. La amiga había sufrido un accidente con la moto dejándola con unas buenas cicatrices y dolores agudos. Javi, preguntó por la recuperación lenta. Vio los puntos, la carne reconstruyendo, todo su vello del brazo se le puso de punta. Tan fuerte en la cama, tan hombre con sus besos y tan sensible para aquellas cosas. “Manda narices…” pensó y sonrió para sus adentros, Ángeles. Estuvieron hablando hasta saciarse. Ella, derrochaba palabras sin parar, hasta cortaba las de él sin darse cuenta. Pero qué iba a hacer, moría de ganas de dejar de hablar y ceñirse a besos y abrazos que olían a dueños el uno del otro. -¿Quieres cenar aquí o cambiamos de sitio? – preguntó Javi -Lo que tú quieras la verdad. Ya me va bien estar aquí, pero a ti no te veo muy convencido…- efectivamente, él no lo tenía nada claro. Y tras dar muchas vueltas en su cabeza, decidió llevarla a otro sitio. -Pago yo, que puedo. -Déjamelo a mí. Voy bien y sin preocupaciones. – declaró él. Caminaron bajo la fina lluvia unas cuantas calles y el frío primaveral les aceleraba el paso según donde estuvieran. Con las manos en los bolsillos de las chaquetas, rebozándose de simples momentos guardados para la eternidad. -Vamos a ir al local que fuimos el otro día… -¿cuál? – preguntó ella -Al de los zumos tan buenos. ¿te va bien? -¡Ah…! ¡Sí! ¡Claro! Como solía estar aquel local, casi vacío y más a las horas que iban. -Cógete algo… no seas tozuda, que te conozco… -Sí… no te preocupes- aunque la verdad es que no le apetecía nada de lo que veía en las vitrinas, se decidió por un sándwich de queso brie –Yo quiero el bocadillo de queso… y para beber… una cerveza -Vale… yo también. Pues, que sean dos de quesos y dos de cervezas Sabiendo la situación que Ángeles no iba muy bien económicamente, no dejaba que pagara nada. Ella, rendida, dio la palabra que la próxima vez invitaría ella. Buscaron un sitio alejados de la gente. Uno frente a otro. Comieron y bebieron mientras compartían más minutos de charlas. Ángeles preguntó por su convivencia, pues Javi había empezado la aventura de vivir con su pareja. Éste le explicó sus va y bienes, cosas que su amiga le entendía a la perfección. A veces reía por las anécdotas que le contaba. Muchas de ellas, se parecían a las confrontaciones que tenía ella con su pareja. -¡Eres como yo! – comentó entre risas Ángeles. -Nos entenderíamos bastante, te lo dije hace tiempo…- y aquella frase la dejó por pensar. Sí tan claro lo tenía… ¿a qué jugaban? Se preguntó Ángeles. Ella estaba loca por él. Javi, también lo estaba por ella. Sin embargo, quizá su relación no podría funcionar tan bien como la que tenían. ¿Podría ser que alguna vez  Javi se hubiera planteado tener algo más con su amiga nocturna? Más allá de las citas esporádicas, de pensamientos extraviados. La deseaba, extrañándola hasta perder minutos y alguna que otra hora en su habitual rutina. Pero, si se lo decía, sabía que crearía un gran problema en sus respectivas vidas. Las condiciones eran las que eran, verse para amarse, aferrarse a “Quiero pero no puedo” o, “Quiero, per… ¿debemos? El tiempo le apresuraba una vez más en sus quehaceres. -Nos tenemos que ir… – dijo tras mirar el reloj de su móvil.- -No… unos minutos más… va… – le rogó. -Tengo trabajo…y además me están esperando los compañeros del trabajo. Se levantó, obligándola a hacer lo mismo que él. En el pasillo donde se quedaban, casi, escondidos. La besó. Cogió de su cintura, inhalando su perfume, llenándose del recuerdo de sus labios. Ella, sin demora y aprovechando la ocasión, dejó enredar sus dedos en los cabellos de Javi. Sentir su piel bajo las capas de la ropa, era el pecado del que llevaba deseando desde hacía meses. El deseo se notaba con la fuerza en que sus labios se buscaban. La química que tenían era mayor que cualquier mera atracción. -Antes de que te vayas… dame un beso grande. De esos que marcan y hielan las venas. Congelan el corazón e inmortalizan los recuerdos. – suplicó ella. Javi hizo lo que le pedía. También él deseaba no marcharse y quedarse horas junto a su amada. Despojarla, lamerla, abrasarla de su sexo hasta quedarse rendida. Su amiga tenía mirada que le hablaba sin palabras. Sabía con creces cuánto le deseaba y el sentimiento que le provocaba. Herirla era lo último que iba a hacer, no se lo merecía. A pesar de las distancias que últimamente creaba entre ambos, por su nueva situación. Ella tampoco se lo reprochaba, comprendía que no podía jugar con fuego. No quería romper su vida privada. Salieron del local. Cada uno a un destino diferente. Sin embargo, queridos amigos… Los amantes no son más que, amigos de la noche, del amor secreto, de la fantasía compartida. Desvivir por el otro ajena a la sociedad y sus jugadas. La lluvia y el frío los envuelve, la aventura perdura, los corazones con fuerza laten por el otro. Te amaré con mis labios cosidos, acorazado sentimiento. 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  • El pecado de ser tuya

    Podría sentarme al borde de una ventana, dejando abierta una puerta mientras las cortinas nublan los ojos vendados, acercados a la orilla del dolor y el sufrimiento constante del rechazo impenetrable de aprender amar nuevamente. En una estación como ésta, las películas se ciernan en que hombres y mujeres buscan o deben buscar desesperadamente por y para cubrirse de abrazos, palabras susurradoras a oídos callados y labios rozados, ansiosos por reconciliarse, sin querer despegarse de las carnes sudadas. Desnudados en camas de sábanas de algodón dejando de lado las de seda para los más exigentes en sus horas de entretenimiento, aunque, al fin y al cabo, van a protagonizar la misma escena, o al menos, algunas de ellas. Para los más atrevidos, tan sólo esas prendas serán una molestia. Sí. Así es, en toda y cada una de las relaciones en el que dos seres de sexo opuestos y de gustos heterosexuales, sin querer queriendo, se pierden en ese laberinto de fantasías. Podría dejarme descubrir cómo la herida sigue esculpida en la piel bronceada des del amanecer hasta al anochecer mientras que las nubes danzan a su antojo, sin importar los rayos esparcidos que recuerdan que pueden existir milagros a pesar de llantos. Los fantasmas de los recuerdos vienen y van como agua salada de mar a su orilla dorada, lágrimas surgidas por esas memorias que hoy parecen ser el álbum que jamás se olvida. Sucediendo en la nada, el regreso del sospechoso asesino, ladrón, enfurecido y el rencor junto a la luna, retorna al camino que una vez envenenó los labios que hoy siguen besándome, relamiendo las brechas casi cerradas, abriendo puntos para luego ver como vuelve a sangrar, brotando de un manantial calmado sin cascadas. Podría pasar la noche en desvelo pensando, creando, gozando, divulgando historias, cobrando vida a personajes de un cuento donde la realidad es mucho más que una mera fantasía, delirando y tiritando cuerpos ansiosos por reencontrarse en las mismas sábanas de colores, mismos perfumes tras compartir el sudor con un mismo confín. Durmiendo en esa boca desesperada y labios compenetrados desde antes de rozarse y excitarse, amarrándose y anhelándose sin ser capaces de esconder la euforia del pudor renacido, un frenesí insaciable descorchado de una botella arraigada, encadenada en una bodega de sueños y alucinados en cada una de las caricias bailadas en la impureza del calor en satén de susurros. Impenetrables pecados en las madrugadas dormidas, acolchadas en tus abrazos. ¿Amaremos el sexo como el enamoramiento de un corazón flechado por un Cupido dispuesto a cubrir el deseo existencial? PD: “Buscando en el baúl de los recuerdos, encontré éste pequeño texto, era una noche de verano en la que no podía dormir y me puse a escribir… ” Tirupathamma Rakhi

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