La delicia del pecado es la prohibición de confesar el pecador, los pecadores, y sus artimañas. El saber guardar hasta el secreto más confesable a los vientos y no a las voces emergidas de la nada, la ciudad de la pasión surgida y resurgida de tantas formas que nadie ni supo ni sabe decir qué provoca esa alteración en cuerpos adheridos a la rutina. Sin embargo, allí estaban los dos. Detenidos en las gradas de una catedral, en la plaza de las alianzas disfrazadas de ojos asombrados por las maravillas, aunque en esa noche, solo quedaban ellos dos y algún que otro turista entre sombras iba y venía de la soledad compartida. Los amigos se vieron sin saber qué decir, ella en su interior sentía que debía gritar a la oscuridad de su sentimiento para que la pudieran oír hasta en la otra punta del continente más cercano. Su corazón palpitaba a cada paso que daba hacia a su compañero, cuánto más cerca más rápido iban sus pulsaciones, respiraciones entre cortadas, delirios que la envolvían de nubes y la sensación de desmayo era casi continuo.
– Bonica…¿¿Cómo estás? estás preciosa con este vestido…- no era el saludo que acostumbraba a escuchar
– Cariño… yo…- las palabras las tenía atrapadas en la garganta
Incapaz de pronunciar una sola letra, el estómago se le había girado, hundido hasta adentrarse en las entrañas de las costillas. Él con las manos en los bolsillos de los bermudas, la camisa de lino con tres botones dejaba descubrir su torso del pecho, invitándola a perderse en la genuinidad abierta a propuestas tan indecentes como hacerla suya en las mismísimas escaleras de la catedral.
– cariño… tengo que decirte algo… he visto…- se atragantaba
– Nena… ¿qué pasa? ¿Estás bien?
– A ella… con su ropa… contigo… cuando yo venía para aquí, a reunirme contigo…se iba…
– Oh…nos estábamos despidiendo y… lo siento…ha sido complicado…
– Yo, creí… creí que tú y yo…
– Y lo somos… Y te quiero, te quiero mucho bonica… ven- quiso abrazarla pero ella no hizo ningún ademán. Su dolor reflejaba en las palabras pronunciadas, un duelo que debería asumir como el veneno de haberse enamorado de su compañero.
– tengo que decirte algo, sé que no debería haber pasado esto, ni tan solo creí iba a suceder pero no puedo callármelo más… Te necesito
– Bonica… y yo también a ti. Estos días que no nos hemos podido ver, me he vuelto loco. Quería tenerte, tocarte, besarte, follarte, hacerte mía. Escuchar tu voz y verte sonreír y…
– Hasta ahora te había dicho que te quiero…
– Sí, yo también te quiero a ti, nena
– Me he enamorado de ti
Y como una garrafa de agua fría con cubitos de hielo, derramándose de cabeza a pies, el amigo no supo cómo ni qué responder. Los segundos fueron un eterno silencio para ella.
– Siento que te necesito verte, sentirte, escucharte, verte sonreír, saber de ti… estos días que hemos estado distanciados por cosas que no han impedido estar juntos. No te he podido sacarte de la cabeza, y me pasa lo mismo que a ti.
– No se me da bien estas cosas. Lo siento
– No me tienes que pedir perdón. Eres un solete… y me encanta estar contigo cariño.
Sin darse cuenta, estaban los dos uno frente al otro, abrazándose y sentados en aquellos escalones de adoquines. Ella llevaba su vestido que la hacía sentirse espectacular, verde oscuro con flores blancas y manga corta, con unos tacones de color beige cerrado y cordones. Con el deseo de pecarse nuevamente, se besaron con tanta pasión como la primera vez. Desnudando sus almas, hambrientos de saciarse, colmarse de fantasías, sexo salvaje ya no en las calles de la Barcelona prohibida, ahora ya en las plazas adornadas de farolas con luces amarillentas casi desgastadas. Las lenguas entraban en la boca del otro una y otra vez, jugando, seduciendo en el campo de lo desconocido, saboreando el deseo de sentirse y jugarse el sentido común por ese encuentro que ya llevaban de hace tiempo. Las manos de él agarraban del pelo suelto de ella, cogiéndola de por debajo de la nuca, con la otra mano, arañando la espalda y haciéndola sentirse llena de pasión. Los fluidos de ambos surgían, aunque el amigo procuraba que no saliera y manchara los calzoncillos. Ella, dejó besar sus labios para bajar suavemente desde de atrás de la oreja con unos deliciosos mordiscos, lamiendo con la punta de la lengua la garganta, el pecho depilado, un vientre poco poblado. Él a su vez, con la mano que tenía en la espalda de ella, la estrujaba el pecho de tal manera que la causaba cierto dolor, uno que a ella ya le gustaba, la excitaba aún más. De rodillas, la cabeza gacha iba a aventurarse cuando de repente, oye decirle.
– Levántate- una orden sin opciones
– Pero creía que…
– Levántate que nos esperan. Pero antes quiero que hagas una cosa.- Le señala las tiras de su sujetador y las bragas
– ¿Qué le pasa?
– Quítatelo… todo…- le susurró al oído.
Sin decir nada más, ella se lo quitó todo y lo guardó bien plegado en su pequeño bolso de flores. A continuación fueron andando calles adentro, cuando el chico vio el edificio, entraron con una llave que tenía en la bolsa que llevaba.
– ¿Dónde estamos? ¿Y este lugar qué es?- preguntó ella asombrada del peculiar lugar.
– Nuestro apartamento. Exclusivo para nuestra intimidad.
– ¿Has traído a alguien más aquí?
– No. Lo alquilé hace un par de semanas y nadie sabe de su existencia…
– Cariño…
– Es para nosotros…
La decoración era preciosa. Paredes azul cielo, cortinas blancos, muebles de madera oscura, una pequeña araña de luz caía del techo del comedor, un sofá cama ancho. En la mesa de madera igual que los restantes muebles del piso, había una cubitera con una botella de cava, unos pétalos esparcidos por su alrededor y dos copas de cristal con un acabado excelente.
– Cariño… ¿qué es todo esto? ¿Para quién es?- no daba crédito de lo que veían sus ojos
– Para ti, para mí… para nosotros. Disfrutaremos de un fin de semana merecido. De los que tantas veces habíamos hablado… y te había dicho que haríamos…
– Oh… cariño…¡qué bonito!
Saltó encima de él besándolo con pasión, con la locura de no querer terminar esa noche nunca, ser el uno para el otro por muchas horas más. Mientras se besaban, ella le iba quitando la camisa, desabrochando los bermudas, los calzoncillos… Fervores con frenesí con mayor excitación que en la plaza, él la terminó tumbando en la cama de sábanas de algodón diseñados con los gustos de ambos.
– Gracias… cariño… de verdad- agradeció entre beso y beso a oídos de él
– a ti por la paciencia que me has tenido cariño… eren un solete…
Él le besó el cuello de ella, la debilidad que compartían ambos desde un buen principio.
– Uff cariño…- sentía desmayada de tanto placer que él le proporcionaba
– Ahora te voy a follar como hace tiempo que quiero hacer… como en los hoteles en los que hemos estado
La ató en la cama, los brazos en el cabezal de la cama y la hizo suya. Esa mujer que la había pervertido, haciéndole descubrir cielos, lugares y universos paralelos; esa noche iba a follársela con tanto deseo como en sus fantasías. Se puso de rodillas encima de la boca de ella, ésta sonreía de divertida, girando la cabeza de un lado a otro mientras el pene le rozaba la cara. Deslizándose con poco esfuerzo para arriba, el miembro la rozaba los pechos de y los pezones se ponían tiesos. Al ver a qué quería jugar su amiga, introdujo y luego lo sacaba varias veces del coño para seguidamente meterlo en la boca de ella. Quién lamía sin estupor alguno, luego le metió la polla. Se la chupaba con gusto, con sumo gusto, hambrienta, mientras le tocaba los pechos con ambos manos. Su fémina, subía los pechos hasta rozarse con la polla, haciendo una cuba a la vez de la follada oral.
– Uf… oh… si…- jadeaba él.
Sacó el miembro de lo boca de ella para seguidamente besarla, saboreando así, sus propios fluidos. Con la mano metió el miembro dentro del coño. Dentro fuera, dentro fuera, dentro fuera. Al inicio suave y segundos más tarde con más ímpetu, cogiéndola de las caderas. A ratos, volvían a chocarse los labios besándose, gozando del placer que compartían en espacio. Minutos más tarde, la desató, para cogerla fuerza y dejarla que fuera ella quien llevara la situación.
– Uff cariño… cómo te echaba de menos…
– Y yo a ti nena…
Besos, besos de tantos sabores como colores de la vida. Ambos cuerpos comenzaron a erguirse, a sentir cómo los cuerpos se tensaban, él la arañaba la espalda.
– mm… cariño… oooooh…sí…- luego un cachete. Otro, otro y otro. En ambas nalgas.
– Para. Ponte a cuatro patas… – obedeció, pasándose le lengua por labios y con una sonrisa pícara.
La empotró, la agarró de las caderas para poder ir al mismo ritmo. De nuevo, le pegó en una de las nalgas, perdiendo la cuenta de las veces que lo había hecho mientras gozaba de esa postura. Ella poco iba estirándose, dejándose caer en las blancas sábanas. Ya cuando él terminó encima de ella, éste la besaba en la nuca, detrás de la oreja. Entretanto entrelazaban ambos sus dedos. Poco rato más tarde, volvieron a cambiar de postura, poniéndola encima de él. La amiga introdujo el pene en su interior y comenzó a moverse, suavemente, con delicadeza, seducción y con los ojos cerrados disfrutaba de ese placer que era tanto de los dos. Notaron como sus cuerpos erguían, aceleró más el movimiento y…
– ¡Ohhh sí!… ¡sí!sí! Oooooh… sí cariño… – estallaron a la vez.
La compañera se dejó caer encima del cuerpo de su amigo, exhausta sin fuerzas. Con los latidos a punto de salir de su lugar. Sus respiraciones eran entrecortadas, se besaron, sonriéndose con la satisfacción dibujada en la cara.
– Me encantas…- rompió el silencio el chico
– Y tú a mi cariño
– ¿Te importa que te abrace?
– No cariño…
Se metieron dentro de las sábanas, él abrazando su amiga, con los ojos cerrados dejó caerse rendido por el cansancio con la cabeza encima del pecho de ella. Ésta, al igual que su compañero, cerró los ojos para vivir ese momento y dejarse llevar por el sueño.
Habla la brisa de un amor inconfesable, de los pensamientos indomables. Él quería más tiempo con ella, ella quería una eternidad junto a él. “Te diría tantas veces que te amo y tú me responderías con tu bella sonrisa y un : yo también a ti. Haciéndome perder la noción de todo cuanto me rodea.” Te quiero mi ángel.
Tirupathamma Rakhi
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