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Deslizando sabores

Sus encuentros eran cada vez más tardíos, aún así, procuraban pasárselo igual de bien que en sus fantasías. O en sus añoranzas, o el recuerdo del día que fueron al hotel, mientras el sexo mirándose en el espejo, algo que ambos les excitó más que cualquier otra postura que hubieran hecho hasta entonces entre las sábanas. Sin embargo el día que se vieron, cuando él la fue a recoger en su casa después de su reunión, era tan inesperado… Al menos por la parte que le tocaba a ella. Esperaba que fuera como de costumbre, tomar algo, hablar de sus respectivos trabajos, familias, etc.

Salieron del barrio, a través de las indicaciones de ella se fueron a un lugar más tranquilo, un bar dónde ella había ido una vez cuando estaba soltera. Había tomado una copa de vino tinto mientras leía un libro y escuchaba la música de los ochenta del local.

Cuando ambos llegaron a la taberna, pidieron unas cervezas en el mostrador y después ella escogió una mesa al lado de la ventana en el que había tres sillas. Ella se sentó al lado de la ventana y él, en el medio, justo al lado de la compañera, con quién tenía unos objetivos más allá de tomar y hablar solamente.

–    Bonita… ¿Cómo estás? Me encanta esta camiseta, estas preciosa hoy…- mientras le tocaba la ropa y luego le acariciaba el rostro sonriendo.

–    Bien… entretenida en casa estos días… no me he maquillado nada.- respondió al comentario de él

–   Estas muy fea…- divertido- lo sé…Le dio la razón la amiga con voz de resignación. Siguieron así un buen rato hasta que él le apresuró para marcharse, ella que se negaba alejarse de la grata compañía, resistiéndose hasta que pudo. Rindiéndose, terminó la cerveza dejándose unas gotas que el otro aprovechó para terminar y no dejar rastro alguno. Con ello, volvieron al coche, donde su aventura empezaba a tener sorpresas.

Él se acercó a los labios de ella, la besó como si se terminara el mundo. Ella le devolvió, volcándose completamente. Se besaron con tanta intensidad, con ese frenesí que no había ni segundos para respirar, olvidándose de toda realidad. Las manos buscaban el cuerpo del otro, torpe como alguna que otra vez le había pasado, deslizó la mano en la camisa que llevaba el compañero, disfrutando del tacto y la excitación que le provocaba a medida que iba bajando hasta llegar a los pantalones.

–     Ufff…cómo te echaba de menos, cariño…- le susurró ella entre beso y beso

–      Y yo a ti cariño…tenía tantas de ganas de verte y tenerte, tocarte…- le respondió. Es lo que tenían ambos. La sinceridad, sin secretos ni mentiras.

–      Vámonos de aquí, nos puede ver alguien- comentó él.

–      Sé de un sitio en el que estaremos tranquilos a estas horas de la noche.

Aparcaron el coche a unos cien metros más adelante. Se quitaron el cinturón.

–     Antes de seguir, quiero hacer una cosa. Dame un segundo- ella, se quedó quieta en su sitio. Su compañero asentó un poco los asientos traseros para seguidamente ponerse detrás invitándola.

–     Cuánto tiempo hacía que no lo hacía en el trasero de un coche. – rió ella.Se puso al lado de él y éste le dijo.

–     Ven aquí, ponte encima.- la cogió de la mano, después de las caderas y la hizo suya de nuevo.

      De nuevo, se besaron, saciando la sed de tantos meses acumulados, buscando la piel del uno y el otro. Ella le deseaba más de lo que él jamás se podría imaginar, soñaba con él. Concienzuda de que iban a tardar otros meses más para volver a divertirse, quiso guardarse unos grandes recuerdos de ese momento tan salvaje hasta que el comentario de él la volvió de sus pensamientos.

–     Tenía tantas ganas de follarte…- dijo sin más. Le hubiera gustado decirle que le encantaba que le dijeran esas cosas y hasta de más atrevidas pero se contuvo.

En un momento ella cambió de postura, le desabrochó la camisa y luego los pantalones. Comenzó a besarle todo el pecho hasta que termino tocando el duro miembro, excitándola cada vez más. Agachó la cabeza, con una mano lo cogió y se lo metió en la boca, golosa y gozando como una perra en celo, gimió. Gimió del gozo mientras que él, tocaba sus pechos, por detrás el coño, haciendo que ambos jadearan como desesperados.

–     Dame un segundo.- él buscó en su bolsa un par de preservativos.

–     ¿Ya venías preparado?- le comentó la amiga.

–     Quería follarte.


Ella, que pocas veces la ponía, se lo puso. Volvió a hacerse la dueña de él dejándose empotrar, sin dejar de estar encima de él. Se movían juntos, compartiendo sudores, sexo a sexo, saliva a saliva. Hasta que ella llegó. Pararon unos segundos, cambiaron de preservativos y retomaron la embestida. De vez en cuando él gritaba, ella jadeaba, sus flujos eran tantos que no paraban.

–     Vamos nena, sigue…- y a continuación le comenzó a dar palmadas en el trasero. Ella le quería decir que siguiera pero no podía.

–     Vamos cariño… dámelo… dame lo que es mío.

Al rato, unos minutos más tarde, llegó él también. Se besaron, quedándose unos segundos cogiendo aire.

–      Me encantas cariño…- el compañero.

–      Y tú a mi…

Sin embargo hay algo que se dice… Con el roce se hace al cariño. Tal vez fuera cierto y lo que para ella era un mero capricho de la diversión con el sexo, esas ganas de verle y saber de él era más que solamente un amigo con quién pasárselo bien. El sexo entre ambos era fascinante. Una migración de la rutina, una ruptura de sus vidas privadas. Y ella, sin que él lo sepa, le quiere con demasía.


Cuándo el sexo es más atrevido que nunca, se juega mejor con las cartas hasta ya casi imposibles de apostar. Deslizando cortinas en ventanas. 

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