Un viernes roto por su rutina. Deseosa de ver a su amigo, se arregló como pudo tanto para el trabajo como para la compañía que la esperaba en la gran ciudad, Barcelona. Cómoda, formal, elegante y con sus colores preferidos, dejándose llevar por el tren y hablando por teléfono con su amiga, también compañera de trabajo, para así calmar los mismos nervios que llevaba encima. En cuanto llegó a su cita, avisó al compañero para concretar el lugar. Las avenidas de Barcelona son tan grandes y largas que parecen que nunca llegan a terminarse del todo, solo cambian los nombres. Ella fue hacia dónde él la esperaba, le saludó con un abrazo y dos besos en la mejilla, mientras a la vez se despedía de su amiga, quién entre carcajadas le deseó buena suerte.
Ambos comenzaron a andar a la par, en tanto, el chico iba pensando un lugar bonito, íntimo y tranquilo para llevarla a desayunar, hablar de la semana, de cómo transcurrió sus respectivos trabajos…Una mañana distinta. Un zumo de naranja y un bocadillo de cereales con queso fresco acompañado de rodajes de tomate, otro zumo hecho de mezclas. Miradas, risas, sonrisas, sinceridad, sin embargo, ella, de alguna manera quería detener el paso del que se había encaprichado desde la primera vez, y la última. En aquél bar de copas, dejando con ganas los mutuos deseos.
Tras ella terminar de desayunar, cogieron sus cosas y salieron del local para envolverse con la suave brisa matutina, el calor del asfalto, paseando de un lado a otro, entrando en librerías con perfume a páginas antiguas, tiendas curiosas, música de tantas melodías, calles con olor a tantas culturas… No supo si realmente fue capaz de esconder ése miedo que llevaba para sus adentros, lo que iba a suceder nunca jamás antes lo había hecho con nadie, los remordimientos la devoraban, aunque a la vez ansiaba envolverse de un sudor distinto, ése que la provocaba de lejos, excitándola sin cesar. Él le decía que se podían esperar, habría más días para disfrutar con calma, sin ninguna prisa. De hecho se sorprendía a si mismo pronunciando esas palabras hacia a su compañera, quién le atraía con todo su cuerpo y alma, la tenía un cierto sentimiento más allá de sus acuerdo, ese tipo de agrado que viene des del corazón. Estuvieron hablando un buen rato, él apoyado en la pared justo al lado de una columna, a pocos metros del hotel, ella casi le rogaba que quisiera entrar, que no le pasaba nada en la mente, tan sólo un poco alterada por un tema del que se había mencionado en la conversación telefónica y por su situación personal. Y para relajarse, aprovechó antes de entrar para fumar un cigarro. Se sentaron en el suelo, dejando en blanco su mente, observando los balcones adornados de ropajes, a cada inspiración del humo del tabaco volaba más allá de esa calle estrecha, de los escondidos rayos iluminando las sombras, devorando toda oscuridad… terminó con una última calada, decidida se levantó para enfrentarse al destino llevándose consigo al amigo, aunque éste no las tenía todas. Quizá tuviera los mismos miedos que ella, dudas que desatan ciertos temores, nervios y hasta aceleración de los latidos.
– Aún estas a tiempo de retirarte si quieres… – le dijo con una sonrisa.
– No cariño. Quiero entrar y estar contigo. Voy algo perdida porqué no había hecho esto antes.
– Yo tampoco… -respondió tras la confesión de ella- Vamos, entonces.
Picaron el timbre. Les abrió un chico alto, delgado y con un trato excelente les dio la bienvenida. Mientras ella observaba el curioso local, ambientado para los más discretos, con todos y cada uno de los detalles bien cuidados, él pagaba la habitación reservada del día anterior. El camarero, o recepcionista, les acompañó al ascensor, antes de despedirse de la pareja, les indicó que tras terminar de su momento que llamaran por el teléfono y que ellos mimos les abriría la puerta.
Durante unos breves instantes ambos dejaron caer la mirada a la decoración, pocos detalles, lo justo y preciso. Una cama de matrimonio con cuatro almohadas, un espejo a ambos lados de la cama y otra a los pies de ésta, situado una pica para lavarse las manos. A la derecha, una ducha con mampara de cristal con dibujos y a mano izquierda un pequeño aseo.
Dejaron bolsas, chaquetas, bufandas cada uno en una butaca distinta, los móviles encima de la mesita. Ella se quitó los anillos que llevaba y la pulsera que se había comprado media hora antes. Él por otro lado, se quitó los zapatos y calcetines para dejarse caer encima de la cama de un simple y ligero salto. Rompiendo los nervios. Prosiguió ella dejándose cruzar por encima de él e ir al otro extremo de la cama, se tumbó.
– Qué bonita es la habitación, tiene unos colores tierras que me gustan mucho.
– Sí. Sí que es bonito. –terminó la frase.
Se miraron a los ojos, sonriéndose, se acercaron sus labios, inhalando los suspiros que se dejaban entre beso y beso, sus cuerpos comenzaron a rugir del hambre acumulado aún por saciarse. Ella se puso encima de él, cogiendo las riendas de la situación…
– Me encantas- le susurró el chico. Ella que no era afán de cumplimientos, sonrió.
– ¿ah sí?- a lo que el chico, le respondió que sí.
Tras esas breves palabras, se buscaron sin más espera, desabrochando pantalones, quitando camisetas, sostenes, camisas, tirándolas sin importar el lugar de la caída, seguían comiéndose. La puso encima, manejándola a su antojo, la sentó encima de su boca para chupar y tragar los fluidos que desprendía la parte íntima de su amiga.
– Ay cariño… uf…ay…ooh… – gemía sin pudor
Desataron todo aquello callado, siendo los perfectos amantes del uno al otro, con las posturas más comunas, hasta los gritos más placenteros resonando en las paredes de la habitación, quizá hasta del hotel también, reflejados en el espejo les excitaba más que nunca. El rostro de placer de ella por ser penetrada siendo por una vez la sumisa, y él… ¿Qué decir de él? disfrutando del momento tanto como ella o más, de la posesión que tenía sobre el cuerpo de su amiga. Ya habiendo llegado dos veces, habiendo gozado desde hacía tiempo ,ambos se dejaron caer encima de la cama, cansados, sudados, felices.
– Gracias por este momento… Y perdona que te haya pedido tantas veces disculpas. – le dijo entre jadeos.
– No te preocupes. – le respondió con una sonrisa. Él acomoda su cabeza en el pecho de ella.
– Me encantas… de verdad y a continuación le proporcionó varios besos sinceros, deseosos de ella.
Abrazados, susurrando las palabras más escondidas en sus almas, olvidaron que fuera de esas paredes y puertas, les esperaba la realidad más dura, cruel que hasta entonces quisieron borrar de sus memorias…
¿Qué nos impide tener alguien con quien compartir el placer del buen sexo? De ése… fóllame cariño mío que necesito de tu sal en mis labios, de tu fuego en mis entrañas para explotarlas. Seamos uno solo en una habitación de las calles de Barcelona.
De Tirupathamma Rakhi
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