Dice ser que la noche y la bebida nos transforman, nos volvemos más salvajes, sinceros y hasta más nosotros mismos. Quedaron varias veces para cenar, en las primeras citas nocturnas, entre confesiones, miradas flamantes y bocas secas por probar el uno al otro, los cuerpos temblorosos, detonando la química de ambos seres, tras tantas horas hablando, dejaron claro las intenciones de esa relación. Besándose en los bares más elocuentes, escondidos de la ciudad, atrapados en su propia merced, se devoraban a mordiscos, suaves caricias, de cuello a pecho. Bailaban una sola música, nadie más que ellos dos.
Atreviéndose a abrazarle, deja reposar su nariz en el cuello de él, para ser acariciada, seducida, provocada por los dedos de su compañero. Las palabras se hunden dando bienvenida a una nueva tregua, acercando ambos rostros con los ojos cerrados, retratan ese momento, inmortalizan, entrelazan los dedos y poco a poco, dan paso a un temido, torpe y seguro beso. Con ello, dan rienda suelta a una escena desbordada por la fantasía de ella, embriagada por la misma bebida, los sofocos de ese calor atrapado, las gargantas silenciosas comienzan con la sugerencia de gemir en susurros a oídos de él. Causando así, una excitación irrefrenable, imparable. Como si el local hubiera censado la planta de arriba para próximos clientes de esa misma noche, se hacen dueña de ella.
Él la manda a sentarse en sus rodillas, por encima de sus partes íntimas, colocándole suavemente, comiendo los labios del uno y el otro, entrecortando los besos para coger aire, el compañero araña la espalda bajo la ropa y ella, más excitada que segundos antes, nota como sus partes sudan, fluyen los fluidos como cascada del Niagara, sin reprimirse un minuto más, desabrocha el jersey de él, seguidamente los pantalones (quiénes se resisten y termina haciéndolo su compañero). Le palpa el miembro, lo nota duro, con el miedo en el aire, agacha la cabeza para clamar la voraz hambre, se lo mete dentro sin importar que hubiera restos, se lo traga para volver a meterla y sentirla, siendo dueña de esa parte que tanto deseaba desde hacía tiempo. A la vez, le introduce los dedos, perdiendo la noción de todo en cuanto les rodean, saboreando los fluidos, atento a cualquier ruido para que nadie les pueda ver ni encontrar en una situación poco agradable. Sin embargo, para su sorpresa, la compañera, levanta la cabeza, sonríe maliciosamente y satisfecha del premio, le reclama con gestos que siga seduciéndola. Desprende los dedos del interior de su amante, se los seca y lame uno de los senos mientras al otro lo aprieta con fuerza, provocando un gemido más que detallado a su oído.
– Fóllame… por favor… – susurra ella a horcajadas.
– No cariño… aquí no podemos. Pero te prometo que buscaremos un sitio para hacerlo bien, tranquilamente, en un hotel. Tú y yo… Créeme que quiero arrancarte todo esto, hacerte mía, follarte como jamás te habían hecho…
– No… Quiero ahora cariño.
Al poco rato, él oye que alguien sube por las escalera y hecha a un lado a su amiga.
– En breves cerramos el local, señores. – informa el barman.
– Vale. Nos vamos enseguida. – responde el chico
– Gracias – dice la chica procurando contenerse para no saltarse encima del compañero de nuevo, sin importar la presencia del camarero.
Así fue, como pudieron, cogieron sus cosas intentando relajarse cada uno por su parte. Cogidos de las manos, besándose a cada rato, como dos adolescentes, se dejan seducir por palabras, miradas, por las confesiones que se habían dicho. En la burbuja de su cuento, se despidieron con muchas promesas, con un amor que era algo más que un simple “¿Quedamos mañana para tomar un café?” o cualquier otra escusa barata. Quedaron para verse muy pronto y saciarse la sed, el hambre canino que llevaban dentro.
¡Cuánto sudor! ¡Cuánto placer! Dos amantes del sexo perverso, atrevido y jugoso. Dos cómplices y un solo deseo, unirse en una misma sábana, amarse sin importar el mañana, respetándose sus paralelas vidas. ¿Por qué aferrarnos solamente a la pareja dejando de lado nuestras fantasías, quiénes dan vida a nuestra rutina? ¿Por qué amarrarnos a una sociedad quemada y criticada por cada paso que damos?
De Tirupathamma Rakhi
Sublime... ¡Cuánto sudor! ¡Cuánto placer!