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  • Quebrados labios

    “Y de la noche a la mañana, tu amor se vistió de luto, tus palabras de cenizas, tus abrazos de distancia, tus promesas… En viento” Qué más da el tiempo si con el amanecer desvanece entre tormentas y el ojo del huracán contempla el desierto culminado, tiembla el palpitar insensato dejando la huella de su amor entre otros océanos. Cuando el atardecer viste de ilusiones en la fantasía de vivir junto al viento, pintoresco refrán. Noches amargas, incertidumbre soñar en doloridos corazones estimados a ser las aguas besadas, festín devastadora, escrita entre tantos miedos y el caos en la oscuridad de los confines, sin sentido sopesar. Cuerdas en los hallazgos de la mera existencia y este latido que no cesa, que termina el ayer con los sollozos más desgarrados y perturbados. Que no sea el fin de nuestra condena, amante de mis suicidios. Piedad arrebatada. Me he despertado sin saber qué es un libro, una página abarrotada de insignificantes dibujos en perfecta línea cubierta. Sin saber amar al amor, siendo testigo del frío invierno y dejando gélidas las manos castigadas, vahos escalofriantes saliendo de mi boca cual volcán en explosión, una extorsión desengranada. Incapaz de saber la historia distorsionada entre los hallazgos de las runas convertidas en cementerios de libros, historias y novelas cortadas por engendrados suicidas, cubriendo de mantos las rayuelas manchadas, tachadas y reflejos borrados por finas sombras acoradas.Dónde el fuego de la chimenea baila en círculos minuciosos la danza de la brasa, los ojos son poseídos por su bello dorado e flamante sueño  resurgido, un tostado y tierno estiércol bañado de blancas praderas, juzgado por el tiempo destronado, cautivado por ese somnoliento y desconcertante despertar. Mirada perdida en esa cúpula sedada de grisáceos, desconcertados e irreparables lágrimas, aún no te has ido y mi cuerpo se ha alejado de la realidad, prendida de tantas llamas que el fuego, que ya no es el mero relámpago, donde nacen las danzan las llamaradas en infinitos brazos para llegar a ese delirio ofuscado junto a los marchitados besos. Te conocí en las calles de Barcelona, en ese invierno en el que fuiste mi refugio, donde las noches volaban, las conversaciones entre copas eran destellos de luces al verte. Mi juego de mujer libre empezó a irse con la primavera, las flores brotaron con las caricias y primeros rayos del dorado. En tu calor quise ahogarme en las noches de soledad mientras las luces de neón se perdían acompañadas de un atardecer morado en los bosques descarrilados… Tiempo para amar, tiempo de ser nuevamente tuya, tiempo de cerrar de despejar cortinas en las ventanas cristalizadas. Permíteme morirme en tu mirada, una vez más y ser el testigo de nuestro amor ante cada escarchada lágrima. Destruida pluma, tinta arrojada…Candiles entre copos de vocablo escondido. Quién soy yo si tu eres el deseo del que me quiero saciar sin piedad. Tirupathamma Rakhi

  • Insusurrable juego

    Un tentempié para las ganas. Otro para el gozo y el placer confesado una y otra vez. Uno as de pocker para las jugadas que no necesitan ser ocultas en la noche. Un camino para cerrar las puertas del ayer, andar lentamente con el fuego en las venas y romper los icebergs sellados en el recuerdo impidiendo encontrarse con uno mismo. Vivir para explorar el sentimiento propio des del destierro hasta conectarse con el universo. Se necesita hundirse para brillar en la luz y la oscuridad. Unas veces la distancia refleja la extrañeza del sentimiento, dónde la cautividad se adhiere en la coraza de la piel quemada por lágrimas, llantos, desespero. Y las dudas recurren, día sí y día también. ¿Nos volveremos a ver? ¿Nos quemaremos de deseo con la mirada, para llenarnos del sudor extasiado en unas sábanas de pecado? Llegan las brisas del verano en un atardecer de cortinas, bailando al son de la música de fondo, mientras los dedos saborean el teclado de un portátil amarrado a la sonrisa de la escritora que recuerda destellos insusurrables a la fantasía. El crepúsculo tiene sus secretos. Nuestros protagonistas se llenan de desesperos, nuevos retos en sus vidas. Quiénes les conocen, saben de los latidos y los deseos que les traicionan la mente perversa. Barcelona, como en otras ocasiones, juega a ser la más divertida y la experta en la seducción. Sus calles de gentío rumbean y cantonean con el calor de la estación, disfrazan la tristeza con sombras y labios de colores. Pintorescas cartas sobre la mesa de los atrevidos. Papeles en la mano, bolsas colgadas del brazo. Dos gafas en la cabeza, dos sonrisas en rostros de conocidos, mucho más que eso. Dos cuerpos relajados, uno frente al otro, sentados en una terraza de plaza peculiar. Juventud de visiones transitorias. Conversaciones vagamente familiares. Enamorada de la desinhibición, sentir el crujir de verse temblar frente la presencia del otro. Él, conquistado por la seducción, juego de miradas. Entre sorbo y sorbo, las palabras salían de las bocas de ambos, contando las anécdotas de cada uno, de las risas surgían chispas. -Estas… ¡uau! ¡Espectacular! – mudo tras ver las fotos que ella le había dejado ver en su móvil. -…¿sí? –dudosa de la veracidad de él y a la vez, encantada por la expresión. -Sí… resalta tus curvas… favorece lo mejor de ti. La respuesta de ella fue una sonrisa tímida, halagadora. Siempre apurando el tiempo sin poder terminar de gozar del placer de la compañía de ella, ¡cuánto deseo envolverla con mis labios! ¿Sabes qué me apetece hacer? – le preguntó a su amiga No , dime… ¿Qué te apetece? Pasar unas horas en una bañera en agua caliente. Contigo, respirar relajados y olvidarnos de todo. Me apetece estar así, sin nada más. Cuando puedas y podamos coincidir con tiempo… ya lo sabes, no tengo inconveniente. Dame un poco de tiempo para terminar de coordinar con algunas cositas, miramos con calma. No tengo prisa, ya lo sabes. Ella quería algo parecido, no en una bañera con burbujas pero si en la cama, abrazados. Nutriéndose de besos, de confesiones y dulces momentos que ya había olvidado. En su vida todo cuanto tenía se había tornado de mera rutina que no le daba sentido al amor de películas. Y él, agobiado en la nueva vida. Un camino que le llevaba a la duda, no constante aunque sí presente. Ella extrañaba el sentirlo cuerpo a cuerpo, con un abrazo de sentimiento. Él volaba con los párpados cerrados en las noches de mayor sensación de vacío, aún con la compañía de la fragancia del amor perfecto. ¿Te irás algún sitio de vacaciones? – se interesó el amigo No… En principio, trabajaré todo cuanto pueda estos meses. Más adelante ya se verá. ¿por qué lo preguntas? Bueno, podríamos hacer algo cuando ya lo tenga todo algo más controlado. Me parece fantástico Y de repente, una delicia. La caricia que tantas veces, ella, había soñado. Una sonrisa de anhelo en el rostro, de él. También él deseaba sentirla un poco más cerca, a pesar de la mesa que les separaba. Había olvidado la suave piel de la chica de enfrente. Hubiera llorado de la emoción, sentir esa atención que ya no le daban era una odisea en su interior. Sin él saberlo, le había devuelto la vida. El sentido de recuperar la ilusión que se había pagado. Las despedidas no son buenas, y más cuando hay promesas por en medio para cumplirlas. Deseos que hacer realidad y no dejar como algo pendiente. Los caminos se pueden separar por un tiempo, las ganas seguirán en las mentes de aquellos que se necesitan para complacer aquella carencia que nadie más puede llenar. ¿Sabes tú el soñar que hace llorar de ésa melancolía que sólo se vive con la fantasía? Tirupathamma Rakhi

  • Al ritmo del sentir

    Tornan las puertas al desespero, quién goza del anhelo y se alegra de la incertidumbre. Quién posee la magia de acariciar un cuerpo sin rozar, electriza los poros aún sedientos. Los días se pasean con la gentileza del andar de un bailarín, saltando obstáculos y jugando a ser el antifaz de la noche. El amante en llamas, firmando la carta antes de presentarse como el maestro de la seducción, una profesión que pocos saben cómo cabalgar en ella. Si con la timidez se juega, se gana con una guerra de jadeos indomables. Las pieles se secan, adheridos entre recuerdos, las yemas pierden tacto y la sensibilidad envuelve mentes apasionadas. Masculinidad sobre valorado, feminidad absorbida por la sociedad perturbada con horarios insuperables, con el tiempo al alcance de cualquiera que quiera llegar a sobrevivir durante unos meros años. Sin embargo, como suelo dejarme hacer, la existencia no es una cuestión de rutina que juega a destruir la belleza y la hermosura del suspirar, se trata de viajar sin cambiarse de país, sin abandonar las calles donde se cuelgan huellas. Si ellos fueran otra historia, quién sabe qué les podría suceder. Aunque, en el traslado del tiempo, si no lo hemos experimentado, no lo hemos vivido diría él. Más que una cuestión semántica, es una cuestión de saber encontrar el lugar adecuado para dar el pulso indicado. Mis amigos de la noche, del atardecer que amen la noche, con terrazas de sabor a cereales procesados, la miel les quema en la lengua y nadie sabe el motivo. Ya no se aceleran los latidos, desorbitados satélites en un universo en erupción. Tal vez, en la necesidad de nutrirse con solo verse se mitiga el deseo de intimar. Ocasiones contadas, reviven en las noches y ellos gimen al pensarse y recordándose. Esta noche te he visto en el rostro equivocado. El néctar está en el paladar de él, la labia de tocar la fibra sensible al describir la relación. Esta vez quiero escuchar los gemidos callados saliendo de ésa garganta, la misma que he lamido y besado sin pudor alguno. Háblame todo cuanto quieras, no voy a exprimir la necesidad que llevo tatuada en la piel, la que has besado y mordido sin reprimir deseo acumulado. Si los poros hablaran en un abrazo, ¿quién sería capaz de hacerles caso? No sabes cuánto extrañaba sentirte tan cerca, a pesar que no lo digo a menudo, te quiero y sentía morir después de tanto. Prometo raptarte, dejarte con el pelo tan revuelto que él no sepa el motivo. Te haré tanto daño con mi sexo, que temblarás al terminar y me pedirás más. Como sueles hacer al estar junto a mí. Oiré tu boca jadear hasta perder el sentido del habla. Te lo prometo mi pequeña diabla. Mi palabra con tu lengua. Juntas en secreto. A nuestro modo. No me quieras a medias, si las ganas son todo cuanto quieras saciar. Si al volverme, para separar caminos unos instantes, me dejas con deseo de decirte cuanto siento por ti y lo que eres en éste corazón loco por ti. Cariño de la noche. Tu amiga de las sábanas. Texto de Tirupathamma Rakhi

  • Átame al lado

    Otro viernes, el mismo que se acerca al fin de semana, con expectación después de dos meses y medio sin verse, sin saberse del otro. Meses fugados de sudores, repletos de silencios que dejaban un duro sabor a amargo. Tanto de que hablar, y los silencios nunca hacían acto de presencia. Allí estaba ella, echa un mar de océano de nervios observando la arquitectura de su ciudad condal, mientras admiraba y su corazón desbordaba latidos. Tan bella y delicada como la conocí… una escultura, un cuerpo de sentimientos. Compartirla, un sufrimiento que me hiela las venas. La quier tanto… si ella supiera esta forma de amar que tengo… Se gira soprendida -¡Hola guapo! – por fin, después de tanto tiempo -Hola guapa!- respondió con una sonrisa admirada -No estaba segura de la dirección que me habías dicho en el mensaje, y la costumbre de perderme por Barcelona, sabes que no me puedo resistir… -jajajaja lo sé Empezaron a andar, ella le siguió sin duda, sin importar si la llevaba hasta al confín. Recorriendo desde Via Laietana por las calles adentradas de la zona hasta Las Ramblas, contando novedades, compartirse sucesos. Aunque, la costumbre de que su amiga le deleitara con sus risas, carcajadas, sonrojos inevitables. Era tan poco después del tiempo sin verse. Adentrarse en teatros, comprar billetes para dos, y no eran para ellos. Inevitable dolor… Mostrar escaleras, deslizarse entre despachos vacíos y llenos de rutina. y terminar en las terrazas de la calle Carme. – ¿Nos sentamos en la terraza? Necesito respirar aire de las calles -preguntó él -Claro, se esta bien ahora, con este buen tiempo. Y así, sentados uno frente al otro. Se observaron unos segundos. Ella se había puesto una coraza, no sabía qué le iba deparar aquel momento, por eso decidió no estar demasiados juntos. En cambió, él esperaba tocarse ni que fuera pierna con pierna. Pero se sorprendió de la decisión de ella. Siguieron hablando, y al rato, vino el camarero. -¿Qué querréis chicos?- -Yo una caña, por favor. – se ofreció el amigo -Que sean dos, por favor. Gracias La pareja, prosiguió con las habladurías. Trabajos, amigos, anécdotas y risas. En una de estas, con el miedo disparado, se atrevió. -Estuve hablando con un amigo, y después de pensar y darle vueltas. Quiero preguntarte algo. -Dime…- ¡Ay dios mío! Ella y las preguntas… No puedo dejarla sola ni un instante. Dejando escapar una leve sonrisa. -¿Dejarías a tu pareja, para estar conmigo?- casi susurrando, con el corazón encogido. -Bueno. Hoy quería llevarte a un sitio donde la rutina nos dejara un poco intimidad. Cervezas, sofá, una película. Para estar tú y yo.-Cuando le dijo el lugar, se quedó boquiabierta. Quién le iba a decir que él había pensado en esa opción. -Pero como no sabía con qué ánimos vendrías ni cómo estarías, aquí estamos.- resumió el hechicero. -Aparte de esto, hay algo que quería decirte, desde hace tiempo. De hecho, la última vez que estuvimos juntos ya quería pero creí que no era el momento. -Es cierto que ese día, te noté ida, como que no estabas. A ver, me explico. Nos lo pasamos igual de bien que siempre pero… -Sí lo sé. Estuve todo el rato, pensando en si decírtelo, si era el momento. En fin… -No me vengas con respiros, suspiros que te conozco. Dilo ya, que te vas por las ramas.- dijo entre bromas y con muecas el chico. -jajajaj vale, pero, primero déjame que vaya al servicio. -Sisi, tú ve pero luego no te escapas. No entiendo porqué me hace estas torturas, cada vez que tiene que decirme algo importante, me deja a medias. Mientras tanto ella, en el servicio, respira nena, ahora o nunca…con la cabeza alta y decidida. Allí estaba, fingiendo mirar algo en su móvil. No sabe cuanto me cuesta resistirme para darle un abrazo o un beso en sus labios de amapolas. Néctar fundido con los míos. – Ya estoy aquí. – se acomodó en la silla, a la vez él se inclinó un poco más hacia a ella. -a ver, cuéntame. – Estoy enamorada de ti, el no saber nada de ti, no poder llamarte, enviarte mensajes a partir de ciertas horas. Me hiere. -Ostras…- me esperaba que me dijera que me quería, cómo suele hacer, pero esto es mucho más. ¿Qué le digo? ¿Cómo? -Cariño mío… Fui yo quién te dijo que te quiero… Y ahí, entraron en un pequeño y divertido debate entre quién fue primero, cuando y el lugar. Y… para estas cosas, amigos míos, nuestra querida amiga, tiene una memoria infalible (en los anteriores textos). No hay quien la discuta. Le recordó cada uno de los detalles, hasta que él se rindió. -Tienes razón… ¡Qué memoria!- era increíble esa chica- eres fascinante, mágica, dejando de lado cómo eres en la cama ( que me encantas) con el cuerpo que tienes. Antes de vivir juntos, tendríamos que salir formalmente, y ver cómo nos va. -Muchas veces hemos hablado de la rutina y tú mismo me has confesado que nos llevaríamos muy bien. Nos respetamos, y eres de las pocas personas que sabes todo, no tengo secretos. No puedo, tenerlos contigo. Siempre te lo he dicho. -Lo sé, pero los dos sabemos lo que tenemos detrás de esta historia. Dejar las parejas, comportaría grandes consecuencias sociales y la tristeza que se nos avendría  también. -Podría funcionar… Nos queremos con locura, conviviendo… No sería un problema para ninguno, respetamos nuestros espacios. Le cogió la mano, con timidez, por miedo quiénes les verían u oyeran, necesitaba sentir esa caricia tan deliciosa que le provoca un frenesí irresistible… -¿Quién daría el paso de dejar su pareja primero… tú o yo?-  y esa pregunta no se lo había planteado, ella pensaba en todo pero no en eso. Sin embargo, tenía toda la razón. Ahí terminaron… -En dos días, podríamos vernos y estar juntos y ver cómo nos va… ¿qué te parece? – le propuso, con toda la firmeza y la seguridad de un hombre que ama a una mujer prohibida. -Vale, pero confírmame el día antes. – se aseguró ella -Esta más que confirmado cariño. – ilusionado, ansiado.- Bueno… ¿vamos a pagar? -Sí.- y miro su reloj, tenía un poco de margen para hacer un par de recados antes de regresar a casa. Sin mucho que discutir, la invitó a las cervezas. Aprovechando que había que esperar, se disculpó para ir al servicio de nuevo. Al volver, la esperaba en la esquina, dónde se abrazaron. -Te quiero…- tenerla unos segundos entre sus brazos, -Y yo a ti…-apoyando la cabeza en su pecho, con los ojos cerrados, eternizando el momento íntimo. Luego hizo un ademán de besarle -No me mires así que sé lo que quieres… y estamos en un sitio demasiado conocido…- le dijo con esa sonrisa que la enamoraba aún más. Volvieron a abrazarse y se marcharon. Sin que ella supiera que él la miraba cómo se iba. Se giró y le mandó un beso con la mano. ¿Por qué será tan difícil amar así? Importuno latido, importuno destino que cruza almas enamoradas sin poder estar juntas. Hilos del universo. Tirupathamma Rakhi

  • Huelo a ti

    Nuestros amigos caminaban junto al alborotado ajetreo de la rutina, concertados entre desnutridos por los roces compartidos. Ella era una amante de las compras anti estrés, el método infalible para sentirse arrimada a sí misma, y él; un hechicero de deslices paseando las calles de la ciudad. Leyendo obras, escribiendo guiones de las funciones sin espectáculo ni público. Ambos gemían en sus entrañas, corrían a buscar pieles fuera de su alcance, dormían pensando en la misma que les había hecho perder la cordura, jugar como adolescentes, divertirse como niños. Con el secreto sellado entre manos, poros y bocas tan bien cosidas que solo un beso deshila la costura. Ella perdida entre tiendas y él saliendo de la rutina, un encuentro que iba un poco más allá del desquicio habitual. Llevaban una sonrisa. Si las conjeturas fueran ciertas, en la cabeza de él se planeaba un destino imparable, un lugar dónde las ardientes ganas se desprenderían y no había quién frenara esa majestuosa escena. Un mensaje. -¿Dónde estas?- -Salgo de la tienda, perdona. – una excitada sonrisa Buscándose entre el gentío, un encantador diamante sensual llamó la atención de una joven que llevaba de pendientes unos latidos con fluidos de sabor a gemido. -¡Hola guapo!- -¡Guapa!- Aún con todas las ganas que tenía querer oler perfume deesa mujer, era una zona peligrosa para ojos conocidos. -¿Cómo estás?- se quedó parada al notar ese rechazo y a los segundos entendió el motivo por sí misma. -Bien…Me apetece aire fresco, llevo encerrado demasiadas horas en la oficina. ¿Tenías pensado algún sitio en concreto? Poco le convenció la respuesta que la amiga le había dado, miró a un lado y a otro, algún lugar tenía que haber sin estar abarrotado de gente. Se adentraron en uno de los barrios dónde más frecuentaban sus citas, el Raval. -uuuauuu… me encanta- aunque en verdad, las palabras más exactas era <<Qué romántico…por favor>> -Sí, es un sitio bonito pero no sé si encontraremos algún hueco aquí fuera… Se sentaron en una mesa detrás de la pared que había la barra, mientras él estaba a la caza de una mesa libre en la terraza. Cinco minutos, nada más. Habían pedido dos cervezas pequeñas, aún no habían hecho ni el sorbo y la mesa que el chico tenía fichada, estaba libre. Cogió los dos vasos y se fue. -Dame un segundo, ahora vuelvo. Su amiga no sabía dónde meterse, pues él no solía hacer esas cosas, y la risa de vergüenza aumentaba por segundos. -No me lo puedo creer…- se dijo a sí misma. A los segundos, ya estaban los dos sentados en el sitio dónde él quería. Necesitaba aire fresco.En la silla en el que no sientas, pondré las cosas. – y así fue. Dejaron, bolsas, bolsos y demás equipaje encima de la silla de madera plegable. El joven, estaba satisfecho de haber esperado ansiosamente el sitio. -No me lo puedo creer…- y seguía riéndose. Durante unos extensos minutos estuvieron hablando de las ocurrencias del tiempo que hacía que no se veían, de las peripecias habituales en sus trabajos elocuentes. -Dame un segundo, voy al servicio. En el tiempo que había tardado la chica en ir y volver del baño, se cambiaron los planes. -Me acaban de llamar y tendrás que venir conmigo a la oficina.-  decía mientras terminaba de responder mensajes. -Mm… vale- se quedó pensativa con la frase que la acababa de decir. -Bueno, quiero decir que si te va bien para acompañarme, pasamos un momento por allí. – con tres tragos y entre risas cómplices, se fueron. -Bueno, quiero decir que si te va bien para acompañarme, pasamos un momento por allí. – con tres tragos y entre risas cómplices, se fueron. Maldecía tener que volver tan pronto al trabajo, ahora que se estaba tomando una cerveza con la compañía deseada y con quién desconectar era un minutero sin espacios. Un atajo para morirse entre jadeados cuentos y fantasía de lustrosos sudores. Iban a grandes zancadas, pues tenían que estar en otro barrio, a veinte minutos de dónde estaban. Sin embargo, no le faltaban aliento a ninguno de los dos con aquella marcha. Tan pronto, estaban en la plaza, ella se quedó a pocos metros, mientras terminaba de contestar algunos mensajes pendientes y él con sus quehaceres rutinarios de la oficina. —Ya esta, bonita…- tardó poco más de cinco minutos, cruzaron la plaza. Caminaron más tranquilos, se pararon en una tienda de barrio. Ella pagó las dos cervezas, dieron la vuelta a la manzana. Y como si su amigo hubiera leído la fantasía que una vez había tenido. Tantas puertas, tantos misterios que ocultaban las pieles del pecado. Un laberinto de voces que susurraban tiernos delirios. Llaves, llaves que brindaban puertas forjadas por latidos desnudos de máscaras. Un piso con una habitación, un baño de trastero, el comedor con cocina americana. Dos mesas de madera y dos sillones para los invitados. Una entrevista entre dos cuerpos sin palabras y con mucho por decir. Dos latas de cervezas. —Ponte cómoda- comentaba mientras ponía el móvil a cargar por la sala. Ella le observó. A pesar del tiempo que llevaban viéndose a escondidas del mundo, entre sombras y con la noche como su aliada, prometiendo a los poros deslices de menor a mayor nota musical, la ópera formaba parte dentro de la orquesta que juntos creaban. Otra diría que lo que tenían, lo hubiera cambiado por otro. Sin embargo, ella no era de esas. Perdía la cabeza por aquel cuerpo que no era solo cuerpo, por esos labios que envolvían de dulces palabras y dormitaban mundos por abrir. Hubiera querido que fueran ellos contra la desgraciada sociedad, pintando las mismas melodías que llovían en sus poros mientras jugaban a ser los perfectos lienzos desnudos para el pintor y fundador de aquellas obras, solamente por un momento. Él, sabía que su amiga le observaba. Tenía un trocito para ella, en su corazón. Un pedazo de puzle más grande de lo que él mismo se imaginaba. El dolor que sufría por ella, no era menos que otro, pero sí que era cierto que no lo podía compartir abiertamente. En su consciencia sabía que había una posibilidad, sin embargo… ¿Quién de los dos daría el paso? Con las cervezas en las manos, los sillones frente la ventana que daba a la plaza juvenil y la cocina como un testigo más, ellos y nadie más en aquél salón. —Lo que pasó aquella vez…- comenzó a hablar de aquello que le inquietaba de una forma irremediable, necesitaba vaciar el remordimiento. Pues la contrariedad no le daba buen camino para seguir con tranquilidad. Ambos eran conscientes que cada uno llevaba su propia mochila, con sus extras. Pero, él no entendía por qué esa mujer le volvía loco de una forma tan exagerada desde hace unos meses. —Lo siento… No es nada fácil.- ¿cómo iba a decirle aquello? Su corazón, aún las palabras estaba calmado. —No me tienes que pedir perdón, tan sólo quiero entender qué está pasando. El por qué… —No me sentía cómoda. La inquietud que en cualquier momento la puerta se abriera, que nos encontrara desnudos, revueltos. Presos de las ganas  y del querer compartir una intimidad que no podemos hacer en cualquier otro lugar. Nuestra situación es muy compleja, lo supimos des del principio. Pero ir a la casa, o piso, del otro en el que sé es consciente que ese hogar no es nuestro. Es muy doloroso. Procuré dejarme llevar, no pude. Lo intenté, y aún así, todos mis sentidos estaban en alerta constantemente. Fue entonces cuando el joven entendió lo que estaba pasando, había pasado. Creyó que llevándola a su intimidad sería más fácil, para tener más tiempo para ambos, disfrutando de una rutina compartida como pareja estable. Y el resultado fue totalmente al contrario. —Además de tener otros asuntos complicados. Tampoco quería marearte con más asuntos, a sabiendas que ya tienes conflictos por distintos puntos, no quería…- viéndola y notando como la voz de ella quebraba, la cogió de la mano. —No pasa nada… de verdad, sólo quería comprender esto…- la miró a los ojos. La sensibilidad que tenía por ella, era casi una debilidad a quién aferrarse más allá de la piel. —Por eso dije y te escribí… No qui…- no terminó de hablar, que se levantó abalanzándose al cuello de ése ser que amaba con toda su alma. Unas veces no sabía actuar, otras quería perder el oxígeno en sus labios. ¿Cómo decirle que le amaba si ya no le quedaba más palabras? Él, con todas las ganas, devolvió el abrazo. Buscando el rostro para fundirse en un beso intenso, en el que el oxígeno era el aliento del otro, bebiendo latidos. Extrañez, anhelo, despliegue de sentidos, vertiendo miedos atrapados (los mismos que condenaban a ser un riesgo de descubierto), brasas encendidas. Hablar de más no era una necesidad. Ellos morían por tenerse, amarse de la forma que nadie más solía hacer. Vivir con esa intensidad, verse entre paredes de papel. Un mordisco de beso en el cuello, suaves deseos que gemían a oídos de la seductora. Él la cogía del rostro para estamparle besos dejándola sin aire, ella se perdía en ese juego que le perdía y fascinaba. Sudor y gemidos, gemidos y sudor. Se reclamaban el tiempo perdido. Tan dulce en su forma de besar, sensual en las curvas de su cuerpo. Sexo a sexo. Ella era su debilidad, la causa de querer perder sensatez. Y tan pronto deslizó la mano por los pantalones y la ropa interior, encontró el sexo húmedo. Convulsionaba de placer, se aceleraron los pálpitos, los pechos se abrían a grandes jadeos. Ella tocó el miembro de su amigo, y como le pasaba siempre, le sorprendía su exuberante tamaño. Compartían sudor y gritos. —Aquí no puedes gritar aquí…- le susurró, pues los gritos de aquella pequeña eran inmensos. Le gustaba oírla los gemidos pero no era lugar. Se levantó de la silla, sin soltarse los labios que le envolvía de perfumes exóticos. Sus besos eran de una ternura irrefutable, un desequilibrio que cubría todas las ganas calladas, sustentaba las penurias que no le dejaban conciliar sueño. Con pasos torpes y besos decididos, exigidos por las bocas necesitabas, cubriéndose de todos los temores; se la llevó a una habitación sábana. Donde la empujó suavemente para dejar caer encima del colchón y seguidamente él se colocó encima de ello. Y más besos. Con lengua, con dulces lamidos. Con miradas de provocadoras ganas del otro, de sexos mojados, de cómplices por una aventura de amor. Se turnaron las posturas y para cuando él estaba abajo, le quitó la camiseta de ella. Arrojó la suya. Ella se desprendía de sus sostenes. Mientras ambos se quitaban todas las prendas que les molestaba, observaban el cuerpo del otro. Ninguno de los dos se imaginaba cuanto se echaban de menos. Una vez desnudos. Ella llevó las riendas del momento, besando de cuello a vientre, sin llegar a metérsela a la boca. —uf….- él gemía con los ojos cerrados y gozando de aquél momento tembloroso de placer. La cogió de la cintura para ponerla debajo de él, le abrió las piernas, escupió un poco de saliva y besó aquel sexo de sabor fascinante, metiendo la lengua hasta al fondo. Ella, mordía uno de los cojines que había encontrado para no estallar el grito que se le avecinaba. Sus piernas flanqueaban. Aquella lengua hacía milagros. Chupaba el clítoris como si fuera el helado de vainilla que enloquecía al amigo. —¡ah…! – no puedes gritar, no. Se repetía una y otra vez. Tras notar que su amiga seguí dejando fluidos, volvió a besarla. Que no rechazara el sabor de su propio sexo, lo dejaba atónito, mereciendo follarla. Fue a buscar un paquete de preservativo. —No hace falta…- le sorprendió gratamente. — ¿Estás segura? —Sí, ya llevo unos meses. Qué noticia más maravillosa. Se la metió con cariño y ternura. Una vez la tenía toda dentro, la embistió una y otra vez.  Tenerla debajo de él, chuparle aquellos pezones mientras veía el gozo en el rostro. ¿Qué palabras podía describir ese amor que no podía gritar al mundo? -¡ay…! Uf…- quería jadear a cuatro vientos, jadear como una maldita perra que silenciaba ese gozo que era tan inmenso. Él, le puso un dedo de la mano en su boca para callarla. Aprovechó el momento para hacerle de guía. Dejaba de chuparlo él le hiciera un pequeño recorrido de cuello a pechos y vientre. Cómo le fascinaba eso. Sexo. Sexo de desgarradores juegos. La puso de lado para introducirle de nuevo el miembro, metérsela hasta al fondo. Él notaba cuán tensa se ponía al tener el cien por cien de su sexo dentro sí misma. Con la ayuda de sus fluidos el dolor se quedaba atrás. —¿Has llegado, ya? Le preguntó, no sabía cómo eran los fluidos de su hombre —No… aún no… Entonces, se puso encima de él y le hizo sentadillas. Él le sonrió. Ella sabía que era la postura en particular a ambos les divertía. Sobre todo porque sentía el miembro más adentro que cualquier otra postura, la notaba hasta en el ombligo. Derretido por los movimientos provocados, le arañó la espalda de nuca a culo. Qué locura que me desgarre de esta manera, me eriza la piel y se altera hasta los poros más dormidos. Admiraba tanto la pecadora que tenía encima que era imposible resistirse a la tentación. Se buscaron los rostros para besarse con frenesí, con la desesperación que encogía el corazón al pensar que eran breves las horas que compartían. —Me encantas…- le hubiera gustado decirle, te quiero mucho, pero no podía. Notaba que el corazón se le disparaba, que en cualquier momento se saldría de su sitio. —Y tú a mi…- ¿por qué no me dices te quiero, si sentimos amor?  Yo sí te quiero, y  te amo. Pero era mejor seguir el juego. No quería romper la magia de los dos. Se recolocaron para luego, nuestro amigo noctívago tumbara de espaldas a su amiga. Cuerpo perfecto, a la medida ideal. Jugar con ese cuerpo era tan fácil, tan sencillo que no había ni una sola objeción. Y ella,  se entregaba a cada postura, a cada carta que él apostaba. Hasta hacerlo en esa postura era magia. Ella gritaba con la cara al cojín. No puedo más. Quiero y necesito gemir. Suplicaba para sus adentros. Él le cogió de las manos, entrelazando los dedos.  Somos perfectos para el otro, pensó el chico. La giró, la miró a los ojos y sonrió. Era preciosa. Volvió a meter el miembro en el interior de ella, entrar y salir una y otra vez, hasta notar que iba a explotar. Minutos más tarde, ambos notaron como los fluidos de él salían como una cascada. —dame un segundo cariño… —Sí sí, claro. Tras asearse un poco, se miró en el espejo, el pintalabios había desaparecido, el cabello parecía un estropajo; aún así, salió con toda la naturalidad del baño. Una vez aseados, vestidos, volvieron al salón donde el amigo cogió las cosas, dejando todo tal como estaba. Y de la nada, sintió que necesitaba un último abrazo. La cogió dulcemente, estrechándola en su cuerpo, cerrando los ojos y guardar en el cajón de las noches y rememorar el sentimiento que le provocaba. Para ella sentir abrazarla de aquella manera, era como decirle te quiero sin pronunciar las palabras. —Gracias…- le susurró. —¿Por qué?-preguntó ella —Por todo… Y esa respuesta fue todo lo que se necesitaban decir. En el amor hay dos vertientes, la de la rutina y la que es sellada por la noche. Ellos, sin embargo, y muy a pesar de los latidos, formante parte de la segunda desde hacía mucho tiempo. El suficiente como para cobrar aliento en las bocas del otro, lamiendo heridas de palabras y lágrimas secas, de camas vacías por la ausencia no escogida. En la intimidad de mí ser, en las entrañas de mis sueños, te pronuncio las palabras que tantas nos habíamos confesado TE QUIERO. Tirupathamma Rakhi

  • Desabrochando deslices

    Trenes de verano. De estación con paradas de más de un minuto y labios que hablan en sus adentros. Vagones medio vacíos, fantasmas buscando otros horizontes. Raíles escuchando la sinfonía de la vertiente amorosa, un triángulo de los que no se rompen. El tiempo contiene sus secretos, pensamientos que rugen bajo tormentas en forma de caminos solitarios. Corrompe melodías escondidas entre plazas de turistas, un guitarrista cantando All of me del canta autor John Legend. Su voz atraía a pocas miradas, y de esas pocas estaba la de nuestra amiga. Y más allá bailarines callejeros, llamando a públicos nuevos y viejos. Y luego, niños de inocentes rostros jugando con burbujas de jabón. Al barrio vecino, en el Raval. Las calles se abarrotan de balcones coloridos, ropas coloridas, plantas que pintan fachadas de vida. Y un despacho, una oficina. Llamadas, mensajes, preparando citas. De repente, un mensaje. Ella. Ya está aquí. Y yo no he podido avisarla con tiempo… que el jefe me pida a último momento para hacer unas horas de más, es un incordio. Los planes se han fundido. Caminos inquietos, andares preocupados, miedos que juegan con el viento. Todo un ruiseñor de los encuentros simulados a ser casuales. —No sé cómo pero he llegado a la plaza.- otro mensaje de ella. Ya está aquí. Con todo el trabajo que no para ni aún avanzando con la máxima rapidez. Si estuviera solo, la dejaría entrar pero no puedo. Es complicado. Se ha dejado crecer el pelo, mucho. Tiene la raya en el medio, puedo notar sus finos cabellos castaños enredados entre mis dedos. La camisa de manga larga blanca de lino. Y aquellos bermudas beige. Me busca entre el gentío pero prefiero esperar a que me encuentre. Es preciosa en su esencia. Con la fragancia que embriaga a kilómetros. Botines de colores y el mono negro con toques pintorescos, su pelo largo negro cual azabache dejaba caer en su  hermosos hombros. . El complemento que le gustaba, bolso pequeño colgado como una bandolera. —Eeh… guapa —guapo… ¿cómo estás? – deslumbraba sonrisa rota, aunque sincera. —bien… ven… Le siguió hasta una puerta de madera, entrada pequeña y cristales empaquetados de historia. Se quedaron esperando y observando la ciudad durante unos minutos. —perdona que esté así, algo absorto. Me alegre que estés aquí, pero estas horas de más, no me lo esperaba y me ha estropeado la idea del encuentro. —No te preocupes, ¿Cuánto te queda, más o menos? —No mucho. Media hora más, termino de enviar algunos correos y dos llamadas. Le conocí con el pelo corto, aún tenía cara de niño, mirada de viajes. Si vitalidad contagiaba refugios de placer. La mía, la mía describía el jeroglífico de sus labios de tentación. En esa taberna de confundidos sentidos. Era una niña que escribía cuentos en sus ojos, sonreía a pesar de los acontecimientos, derribaba muros con su sonrisa angelical. Su cuerpo formaba una bomba de curvas y peligros en cada arcén. Me dejó conocer aquellos secretos que el viento nunca se llevó de mi piel, tan sólo creó otra línea temporal. Juntando dos vidas diurnas en un mero paseo bajo los faros del universo. Se rozaban los cuerpos, mientras las palabras entraban y salían como una rutina. Ella buscaba los dedos escondidos, acaparando la atención de él. El mismo que se resistía a estrecharla en sus brazos, respirarla. Inhalando hasta que, el cerebro le rememora cada vez que, veía la necesidad de sentirla tan de cerca como aquél instante. Extrañarla era una rutina que gritaba en el sepulcro de la noche. Dedos que buscan caricias, roces de amor, de los latidos que hablan a flor de piel y sin embargo, jugar con fuego, es vestirse de cenizas mientras las brasas van de su parte. Una tregua. — ¿Quieres que te espere?- con miedo a la respuesta, el susurro llegó como un suave silbido y una melodía de sudor en mente. —Por supuesto. – mirando a la nada, concentrado en esa oficina que juega a disminuir minutos con esa mujer de ojos fuego. – entro, te avisaré cuando salga. —Estaré por aquí, no te preocupes. Aprovecharé para terminar de enviar algunos correos pendientes desde el móvil. La espera fue tan rápida que ninguno de los dos se dieron cuenta que estaban juntos de nuevo, dando la vuelta a la manzana. — Vamos un momento al despacho interno, tengo la mesa desastrosa.- el plan perfecto, se pensó para sí mismo. — ¿Hecha una leonera?- se atrevió entre risas —Sí.- no entiendo cómo puede ser tan inocente, y lo salvaje que es en la cama. —No me lo creo. Viniendo de ti Sonrió. —Pasa tu primera. – sin miedo, con la esperanza que no tuviera demasiado papeleo acumulada en la mesa. —Ponte cómoda, donde quieras. ¿Te apetece un poco de agua?- mientras sacaba una pequeña jarra con agua de dentro de la nevera. Le ofreció un vaso. Y después abrió ventanas para dejar entrar la luz natural de la calle– dame un momento… —Sí, claro. No te preocupes.- se fue al servicio, ella se quedó sentada en el borde de un sillón mientras miraba por la ventana. Plaza de piel de colores, escenas de la vida. Algunas cansadas, otras soñando qué hacer en un futuro, niños y perros quemando energías. Las ilusiones bordan ese viernes de atardecer caluroso. —Ya estoy aquí…- su teléfono en la mano, una sonrisa de tener todo controlado. Sin embargo, ella se sentía confundida. La mesa estaba ordenada. Y de repente, viniendo del fondo del pasillo, él se acercó y le plantó un beso. De los que necesitan fundirse sin esperar otra respuesta que el mismo. De carnes que congelan sangres, dilatan poros como tormentas esperando a estar en el lugar adecuado para arrojar la lluvia, perforando un abismo entre dos seres. Labios que explican sin palabras, la pasión de uno y del otro. Las caricias que agitan y vuelcan existencias. Salivas que entran y salen de las bocas. Besos. Ella echó la cabeza para un lado para que siguiera los labios por el cuello, pero él quería el sabor de su boca. El infierno donde ardía con gusto. Tu boca que me encadena a gemidos, tu boca que derrite estos sentidos sofocados. Su amiga se levantó mientras los besos seguían siendo los protagonistas de aquel teatro. Él recorrió las manos desde los pechos, donde las apretaba con la fuerza de un animal en celo, bajando por la espalda. Arañando sin uñas, con las huellas dibujadas en la transparencia del aire. Qué bien conocía ese cuerpo que enloquecía cada poro de su respiro. Y llegó donde sentía que su miembro se endurecía. Nalgas. Nalgas de carne tierna. La guió hasta la habitación donde las sábanas eran los propios cuerpos. Mientras ella se quitaba sus joyas, él se quitó la camisa; ansioso de saborear los carnosos labios de su amiga. Le introdujo la mano por debajo del vestido hasta notar el excitante fluido que mojaba las bragas. Sin hacerse demorar más, la amiga le desabrochó el cinturón y le bajó la bragueta. —Qué bien lo has hecho… – le dijo sorprendido Ella se giró: —Es la primera vez que lo hago… Con los cuerpos excitados, los deseos ronroneando. Él la tumbó en el colchón, con un cojín atrapado entre la pared y ella. Prosiguió con los besos, se mojaban las carnes y mordían miedos, la diversión asegurada sin fracaso alguno. Adultos que apartaban las cartas y arrojaban las formalidades. Adultos que se amaban entre habitaciones vacías, de colores escasos. — ¡oh…!- se le escapó un leve gemido —Shh…—y la besó. La besó para que las paredes no hablaran de aquella historia. Las manos inquietas se buscaban el rostro del otro, entre sexos desesperados por sentirse, alimentarse juntos del orgasmo que aún permanecía ahogado. Los labios no se despegaron ni para coger aire. Él ensimismado en provocar una guerra de fluidos entre ambos. Apretar las nalgas hasta dejar la huella de sus cortas uñas en aquella piel de miel y sabor a almendras. Rodaron consumiéndose, de un lado a otro de esa cama inventada, descubriéndose como en tantas otras ocasiones. Rodaron hasta que las carnes de los labios habían perdido sentido, tacto y su amiga decidió colocarse encima, con los besos que sudaban poros. Rozándose con la ropa interior, se fregaban las partes íntimas, acalorando un poco más el ambiente. Y a ella, a ella que le gustaba provocar esos ojos de color infierno, se desabrochó el mono de par en par dejando a la vistas sus sostenes azul turquesa. — ¡Uff…!-sorprendido de una escena tan inesperado aunque realmente era pura seducción. Ella era eso. Un cuerpo de atrevimiento, una bomba de intentos irrefrenables. Conjetura de pentagramas y notas musicales que solo los sordos oyen, el crepitar de piel ardiente. Apartó la copa del sostén para chupar los pechos que envolvían de jadeos en la garganta de su amiga. Lamer los poros que unas veces deslizaba la propia boca para saborear cada contorno, memorizar cada pieza de ese rompecabezas. Con el intento de quitarle la ropa y ser fallido, ella sonrió: —Tiene un truco…- con calma, procurando tener la atención de su amigo. Se sentó en el borde de la cama, se quitó los tacones y volviéndose a incorporar, se quitó la prenda. Dejando a la vista su cuerpo con la ropa interior de azul turquesa y gris perla. Qué bien le queda estos colores… Que no me llamen ahora, no seré capaz de dejarla a medias para responder. Y viene, viene hacia a mí. Me seduce con paso decidido, me provoca, hechizándome con su mirada felina y de leona en celo. Con la melena despeinada, ajustada para cogerla y hacerla tan mía que se rompa en mil pedazos. De los que se rompen sin llantos, con orgasmos que oyen en el infierno y en el cielo, y el universo tiembla porque no la puedo hacer callar. —Estas buenísima…-y aunque era realmente un halago, a su amiga le hubiera gustado oírle decir unas palabras que hacía tiempo que no oía, que extrañaba con todo su ser. No era el momento de reclamos. Pero no supo decir otra cosa: —Es nuevo, estos sostenes azul turquesa los estrenas tu…- quizá el sonrojo se escondiera dentro, aún así, su amigo supo inmediatamente lo que quería decir. Quería susurrarle otras mil palabras más en su boca, en su oído, en su piel de marfil enmarañado de labios de rutina y besos que queman hasta los vocablos. Ella era así. —Te quedan muy bien… —Te quedan muy bien… Allí le tenía. Encima de él. Ella quería besarle suave, con la delicadeza de amarle como antaño, desnudarse con la brisa del amor que es prohibido y sin embargo, aclama con juntarse bajo el manto del hechizo que reclama ser de ellos dos. Pero no. Aquella vez, toda la calma que solían dedicarse, no era posible. Aún así, tocarse con la forma con la que se hacían. Devorándose como si el mañana ni tan solo existiera como una mera palabra, como si el tiempo quisiera quebrarse entre el ayer y el que pasará. Ellos en esa habitación, perforando fantasías. Se recogió el pelo con una mano, sin perder la sensualidad, se inclinó encima del miembro y se la metió en la boca, engullendo con provocativos movimientos. Chuparle mientras le miraba como gritaba en silencio, pues las paredes eran tan finas que parecían tener oídos. Verle con sus ojos cerrados, gozando de la sensación que le provocaba. Toda ella era un volcán, una sensación de descontrol absoluto como su hermoso y sofocado cuerpo. Se levantó, quitándose las bragas y con el pene erecto, se la metió. Sus miradas estaban atrapadas. —¿Todo bien…?- le preguntó mientras ella hacía alguna que otra mueca entre dolor, placer y querer ser la dueña. Comenzó a cabalgar a medida que los movimientos iban de lento a rápido hasta notarla entera dentro de sí misma. —Sí…- y sonrió. —uf… oh…- ¡qué placer! – No te puedes correr dentro esta vez… —Vale… La cogió y le dio la vuelta, de nuevo bajo su cuerpo. Le chupó de nuevo los pechos, a la vez ella gemía. Le arañaba la espalda, él le introdujo el pene para follarla hasta sentir que necesitaba llegar al orgasmo. La sacó con rapidez y terminó encima de ella. El cuerpo de su amigo le fascinaba, la excitaba tan solo con mirarlo, rozarle con los dedos. Se limpió e hizo lo mismo con ella, eliminando restos, para seguidamente vestirse. Sin embargo ella seguía tumbada, con los brazos detrás de la nuca, mirando el techo. No era día de relajarse, su amigo tenía que marcharse. La miró y sonrió. Estaba preciosa. Ella era preciosa. —Pensaba que te ibas a vestir… —Sí, cierto. Pero antes quería relajarme unos segundos.- tras estas se levantó y segundos después estaban ambos en la sala. —Me tengo que ir… me esperan en casa…- se disculpó a pesar de querer tomar algo después del acto pero ya no podía excusarse más. —No te preocupes, lo entendiendo. – Él cerró las ventanas, recogió sus, dejaron todo tal como estaba. Ambos revisaron que la habitación donde habían estado para que estuviera impoluto. Salieron a la calle hablando de esto y de aquello, llegaba la parte más difícil. Despedirse. —Tienes esa cara… se te nota.- le comentó con una sonrisa. —¿Cuál?- respondió ingenua. —La de haber follado- eso le dolió. Le dolió en lo más profundo de ser, el corazón. —No sabía que eso se notaba…- soltó una carcajada. —Sí, se nota y se ve …- dijo él- la semana que viene, el jueves y viernes , cualquier de los dos días estaré solo en la oficina… A continuación le dio un abrazo, prudente y un beso en la frente. Un beso que no se puede dar en los labios, pero como si fueran de boca a boca. Y como un te quiero. —Me encantas…- el te quiero escondido en otra palabra nada similar. —Y tú a mí.- se cogieron de los dedos para luego cada uno con su camino, marcharse con destinos distintos. Ella a la soledad de su hogar, a esas horas aún no la esperaban en casa. Y él. Él debía celebrar un aniversario de pareja. Amarse entre horas, reflexionar con las últimas palabras de una despedida. Simple sexo. Simple sentir. Ellos, como eran amigos de los atardeceres y noches que culminan historias para vivir, beber copas de amor letal, una costura entre cuatro, amarrados en un barco de orilla para dos. Texto de Tirupathamma Rakhi

  • Ojos de occidente, besos de oriente

    Una sombra se le acerca. Allí estaba ella. —¡Guapa…! — la joven apenas tuvo tiempo de reconocerlo sin su espesa barba negra. Pero sus ojos de occidente, eran inconfundibles. Su metro ochenta eran irrefutables. —¡Hola guapo…! — para él reconocerla era demasiado fácil. Ese pelo de fuego no lo veía en ninguna de las todas posibles cabezas que hubieran en ese momento a su alrededor. – ¿Te importa que vayamos un momento a ver un par de cosas que necesito? —No, no. Vamos, así puedo mirar yo también algo para las navidades. Dieron unas cuantas vueltas, pues nuestro amigo era tremendamente nervioso e inquieto. Cualquier oportunidad para rozar la mano de ella, sonreír. —Perdona por marearte tanto…— comprar con ella era curioso. – ya estoy, dos minutos más. Diez minutos más tarde, salieron con las manos vacías. Compartiendo anécdotas de trabajos, hablando de esto y aquello. De vuelta con el frío, se encontraron con la pregunta de siempre: —¿Qué te apatece? ¿dulce o salado?- dónde me la puedo llevar… el que está en calle Tallers o el bar con jardinería, también se podría ir el que está más cerrado, pero con las mesas afuera aunque con este tiempo no es buena idea. —Entre dulce y salado…- ninguno de las dos opciones estaban en mi mente.- ¡dulce! Aunque, quería ir a la whiskería. Abrió los ojos de par en par, no esperaba en absoluto que le dijera eso. — ¡Uau! ¡Vas fuerte hoy! —Es que me apetece mucho ir allí, hace tiempo que no vamos. En eso llevaba razón. Ya no se acordaba de la última vez. —Vale, vamos por aquí que será más rápido. De camino, paradas en algunas tiendas. La más duradera fue las de la gafa de sol. Entraron en la tienda pequeña. Por un momento, el amigo pensó que la amiga le iba a mandar a paseo. Pero ella le observaba, su cara a raso, el pelo largo y aquella vestimenta tan elegante que le ponía a doscientos mil por hora. Mientras se probaba las gafas de sol, se excusaba por tanto cogiendo de la mano. Cuando, por fin, escogió cuáles quería después de tanto rato de dudas, se disculpó a la vez mientras pagaba en caja. Ella con la excitación a flor de piel, parecía una niña emocionada por cada cosa que veía en los rincones. —Te encuentro muy contenta.- le gustaba verla así. Era pura felicidad. —Estuve unas semanas en la Toscana por trabajo y al volver me noto inmensamente relajada, contenta. —Las últimas veces que nos hemos visto, te he notado agobiada. Me habías comentado que ibas a mirar de cambiar de trabajo. Me quedé preocupado… Entonces, ella, le contó cómo surgió la oportunidad de ir a Italia. Oírla hablar con ese entusiasmo, ilusión y tanta energía era fascinante, ella era fascinante. Giraron al callejón del local. El amigo se fijó en las letras de la puerta, habían cambiado el estilo. Ni un alma, el barman pasando el tiempo limpiando y ordenando, haciendo caja; comprobación. Se giró para ver a los clientes, de seguida reconoció a la muchacha, durante unos breves instantes hablaron preguntándose curiosidades habituales el uno del otro. Tras terminar ese pequeño intercambio de palabras, el barman les preguntó qué querían. —Yo quiero una cerveza – le relajaría y desconectaría de todo en general. —Dos, por favor. — y sin darle tiempo, sacó la tarjeta y pagó las dos bebidas. Se lo debía a si misma, también a su amigo. —Has ido rápido hoy. ¿Eh? – la veo distinta. Es difícil deducir que es la misma de las veces que la vi en las últimas ocasiones. —Sí, quién no corre vuela —soltó una carcajada. Esta vez seré yo quien decida…- ¿Vamos arriba? —Sí, me parece bien. Subieron las estrechas escaleras con sus respectivas bebidas en mano mientras él comentaba los cambios producidos durante el prolongado tiempo en su ausencia. Hasta las mesas estaban distintas. Ahora eran mesas pequeñas, dos sillas o tres hasta un sillón largo de dos. En cambio la cristalería seguía siendo la misma. Se sentaron en la mesa pequeña frente y en medio de la ventana, con dos sillas y una antigua lámpara de decoración en una esquina. Se sentaron uno frente al otro. Con las chaquetas en el respaldo, brindaron y dieron un trago largo a la cerveza. Y aún a pesar de las ganas de besarla hasta dejarla sin labios, con la boca sedienta. Quiso empezar bien con buen pie. Si hubiera alguien en la calle observándoles, creería que serían dos jóvenes amigos quedando para tomar una cerveza. Aunque, desde la posición en el que estaban ambos, la situación no era la misma que la del desconocido. Ahora que la veo tan cerca. ¡Esta radiante! Se ha quitado ese jersey de punta con estampados de flores, dejando al descubierto otro jersey gris perla con escote en pico. Llevaba un maquillaje suave, pelo medio recogido. Aún sabiendo la respuesta… —Estas preciosa… muy sexi… – y sonrió, acercándose un poco más a ella. Quería romper ese gélido, distante y absurdo hielo. No le cabía en la cabeza, tenerla allí después de tanto y parecer como dos amigos simples. — ¡Qué va! – pero sabía que él tenía razón. Quería la conquista de esa batalla silenciosa. Soltó una risotada, ¡qué mujer! O buscaba una excusa o aquello iba a seguir igual… —Tengo que ir un momento al baño. – se levantó —Yo también, pero me puedo aguantar un poco. Pero él no podía más, la necesitaba. Con ademán de irse, se acercó y la abrazó. Qué bien olía… Cómo la había extrañado. Ella le devolvió. Tan cálido como en sus recuerdos, las fantasías que le hacían despertar melancólica. Y la besó. La besó con intensidad. Apasionado, con la fuerza de un animal en celo. Se levantó para besarle y enredarse juntos en ese deseo tan carnal como animal. Hambrientos del otro, se besaron desesperados, sin importar lugar, ni la escena que pudieran montar. Eran sus instintos tan salvajes que llevaban jugando a ser uno. Él asomó su lengua en la boca de ella, ésta la recibió como as de manga, pues sabía cuánto la provocaba. La amiga le rodeó las manos por la cabeza mientras él la tenía cogida por su nuca, a la vez; con la otra le estrechaba la cintura a su miembro. Eran volcanes, fuego libre y descontrolado. Sus cuerpos excitados. Entraban y salían de la boca, lamiéndose con ferocidad. Derretían el invierno. En sus bocas se deslizaban fantasías vestidas de sabor. Las manos huían de la nuca a la cintura, de aquí al rostro. ¡Qué pasión más extrañada! El tiempo les había condenado, la distancia les había hecho en falta. Unir sus efervescentes labios, hartados de quejarse por no beber de ese licor; almendrado respiro. Entraban y salían de la boca, del otro, rugían las ganas, los cuerpos excitados con los fluidos despiertos; húmedos con las ganas de secarse para ansiar el deseo. —Voy al baño… – la besó suavemente. Ella se volvió a sentarse, secándose el labio inferior con el dedo. Le vio irse con ese porte de metro ochenta. Su estilo tan deportivo, elegante y seductor; a la vez. Es una bomba de fuego, de sexo y de besos que me dejan desbordado. Me provoca con su mirada de niña buena, con ese cuerpo de piel de marfil, consigue de mí, lo que nadie más antes. Sabe dónde tocarme… Dos minutos más tarde, volvían a estar juntos. Enfrente del otro. Acarició los muslos de ella, ésta le cogió de la nuca para dejarlo sin aire, acercándose a cada segundo más a él. Caricias de llamas. Atrevimiento. Le toco los pechos per debajo del jersey. Los volcanes que enredan mis pensamientos… Luego… se aventuró, metiendo la mano dentro de los pantalones y la ropa interior, encontrándose el sexo bañado de fluidos por esos juegos. A la vez, ella, viendo que no le quedaba más remedio, se sentó sobre los muslos de él, besándole locamente; enamorada. De los amores que reviven sensaciones, compartiendo una diversión, sudando, jadeando al oído del otro. Recriminando la distancia con agresivos tocamientos, caricias de espinas con pétalos siendo menos sangrientas. Pararon unos breves instantes, cuando el amigo se dio cuenta que había gente en la calle. —Creo que tenemos público. – comentó mientras ella se volvía a su silla. —¡Qué más da! – también tenía razón, qué poco importaba. Durante unos segundos, sus ojos se analizaban, enredados por el frenesí del deseo, de la escena montada y un público alegremente observando a esa juventud desesperada por compartir besos de anhelo. Éstos últimos, desconocidos de la historia: pensarían, dudarían, imaginarían, supondrían… con la certeza escapada de sus manos. Miedo, miedo de perderse por siempre. Por no encontrarse ni en las noches más oscuras, donde las tormentas engullen siniestros amores, en el que la mayor grieta es el de un labio hinchado por no besar a quién se quiere… fantasea, ama. Dedos entrenzados, frente con frente. ¿Quién hubiera dicho que descartarían todas las cartas para estar allí, como en el principio? Se suspiraban con los ojos cerrados, tal vez gozando del bochornoso celo, quizá de la embriaguez. La cogió del rostro desmontando la situación mágica, vistiéndola de nuevo a la seducción y jadeo. Ella le miraba con cara de “¿por qué me castigas así?..” —Parece que me estés suplicando y es al contrario…- le decía sonriendo, excitado, empalmado. —No puedo más… dime que tienes un plan b… – quería probar el sabor de los fluidos, sentirla dentro su garganta. — ¿yo? – y soltó una carcajada, luego le echó en cara su pensamiento feminista. —Mi intención era venir aquí y lo que pudiera surgir… suceder…Pero, ahora, te necesito dentro de mi… Es que no puedo más… al menos déjame esto…- le palpó el miembro por encima de la ropa, la notó tan dura. Golosamente insaciable. ¿Quién podía resistirse aquella seducción, provocadora por su tamaño descomunal? – vale, ya lo busco yo. Dejó caer una carcajada y mirada de resignación. Sabía con seguridad qué iba a pasar, cuáles eran las intenciones de esa diabla; no solamente por lo que ella pudiera querer, sino, por lo que él deseaba de ese cuerpo de marfil. Al final, decidieron al único sitio en el que podían estar solos, sin pagar horas ni dejar datos. Un lugar donde últimamente parecía el hogar de los sueños de ella. Salieron del local, bochornosos, frutos de los poros orgásmicos, congestionados por liberar el grito. De sentirse piel a piel. En la misma rambla, a pocos metros de La Font de canaletes, se encontraba una scooter negra. Él abrió el sillón y sacó un casco que se lo hizo poner a su amiga. Aquellas horas de la noche, las calles estaban más que tranquilas. Se subió, arrancó la moto, bajó de la acera y cedió a la amiga para sentarse detrás. —Cógete a mí- se bajó el cristal del casco, tenía unos ojos muy sensibles y al mínimo aire en contra le lloraban. Colocó los pies hacia atrás, rodeó la cintura de él hasta apretarse con la chaqueta. Cruzaron Plaza de Cataluña sin tráfico, pararon en el semáforo de la continuación de calle Pelayo, llegando a plaza Urquinaona. Aprovechó la ocasión para preguntar a su amiga si iba cómoda. —Muy bien, no te preocupes. – la sonrisa que se dibujaba en su rostro era la de una niña pequeña disfrutando de la experiencia. Siguieron en línea recta hasta llegar a Arco de Triunfo, giró a la izquierda, pasaron la primera calle de largo y empezando a buscar una zona donde aparcar. Se subieron a la acera, apagó el motor, bajaron y guardaron el casco dentro del asiento. Él la cogió de la mano hasta adentrarse en el barrio, cogió las llaves que llevaba dentro la chaqueta. Subieron un piso, abrió la puerta, giraron a la derecha, cruzaron un pequeño y corto pasillo. —Pasa tu primera- dijo.- enciende la luz, si puedes. A tientas le hizo caso mientras él cerraba. Se fueron hasta al comedor, acomodándose, ella se desprendió de su bolso en el sillón frente la mesa de él. Sin darse más tiempo. Él trajo hacia sí, la besó desesperado, ansioso por recibir aquella delicia de amor prohibido, envuelto de secretos y misterios. Ella, sin hacerse rogar, le devolvió la locura de los labios que esperaban ser suyos eternamente hasta perder la noción de la vida. La levantó, ésta rodeó las piernas en la cintura. Él la sujetó mientras sudaban, los pálpitos se sincronizaron a la velocidad de la luz. Ella quería sentir su piel bajo sus dedos, arañarle hasta excitarse a más no poder. A la vez él iba caminando llegando a la habitación, la tumbó sin brusquedad para luego, echarse encima de ella. —uf…- gimió ella con cada beso que le parecía que no podía ser real aquello que le estaba sucediendo, a pesar del tiempo que llevaban gozando de la compañía mutua. Los besos sacudieron cimientos de extrañeza para guardar esos que sucedían en el momento. el amigo, levantó la camiseta, apartó los sostenes para succionar los pechos que, golosamente, entraban en su boca, provocando un jadeo irremediable en la garganta de la fémina. —ufff… dios…- susurraba ella. Se quitaron las ropas para continuar besándose, cruzando las fronteras de las pieles, lamiéndose como miel en jarro intocable. Tal vez, se comprobaban que eran reales, tal vez, se morían por el deseo del otro. Tal vez, estaban hechos el uno para el otro pero el destino no quería juntarlos. Colocándose encima de él. Empezó a chupar el miembro con tanta ansiedad que le puso dura a los pocos segundos. Con los ojos cerrados y las manos en los cabellos de ella, ayudándola a seguir. Gemía a cada movimiento de lengua. ¿Cómo podía ser tan salvaje? Al rato se colocó encima de él. Sintió como esa maravilla de mástil entraba lentamente en su interior. —uff… cómo te echaba de menos…- murmuró la amiga —y yo a ti cariño… Inclinándose hacia él, besó la boca que jugaba con su lengua. Encendiendo fuegos apagados en otras ocasiones. A ella le encantaba morderle morder el labio inferior, provocando y seductora en movimiento de nalgas y caderas. Se sentía poseída del juego, incitada a ser placer de la noche, de paredes oscuras, hasta blancas tan simples como repartir las cartas del póker encima de la mesa. Saborearlo, poder arrancarle la última gota del sudor y beberlo como sedienta agua del desierto. Él era el oasis de su rutina. Mientras subía y bajaba, bailaba encima del mástil, su boca dejó escapar unas palabras que la inconsciencia no pudo frenar. —Te echado de menos…- mirándole a los ojos y éste sonrío. – y yo a ti… Al segundo respiro. —Te quiero cariño…- hasta se sorprendió a sí misma, no quería decir eso… —Y yo a ti cariño…- ella se acercó y le besó. Le besó transmitiendo aquél sentimiento que tan difícil se la hacía controlar. Era contrariedad. Desprendía ardientes deseos, su mente solía zambullirse en las carnes de esa mujer que le hacía perder noción, conseguía asombrarse en cada cita. Sus perfectos y redondos pechos, llamándole a grito silencioso. Era una belleza indescriptible. A continuación, él la arañó suavemente la espalda hasta notar aumento del ritmo de las caderas de la amiga. Quería sentirle gritar, sin embargo, la rodeó con las dos manos y la giró colocándola debajo de él. Siguió penetrando. —uf… dame más… quiero más… – quería que le mordiera los pechos hasta arrancarle los pezones. Quería que le follara hasta reventarle aquello que era tan suyo pero que lo compartía con él. Abrazó a esa escultura de perfectos hombros, espalda irresistiblemente deliciosa para pasearse. Apretó las propias uñas por esa pizarra, le cogió de la nuca y le besó, entrando lengua en la boca de él. —mmm…- excitados, con los fluidos mojando pieles de fuego. Al notar que estaba a punto de llegar la paró, le hizo darse la vuelta. Ella subió las nalgas, abriendo las piernas. Una postura donde el amigo se volvía loco, dominante de aquella maravilla mujer. Era suya. Iba a dejarla agotada, con las fuerzas suficientes para volver a casa. ¡Cómo gemía esa pequeña…! —ay cariño…no puedo… – él tampoco, estaba a punto de entrar en explosión. Con la cara en la almohada, ahogaba los gritos. —ah…oh…sí- se le escapó. —sshh…bonita…- mientras cabalgaba, cogía de las nalgas y las abría para entrar mejor. Segundos más tardes, había dejado los propios fluidos encima de las nalgas. Le gustaba correrse ahí, también en el vientre, hasta en los pechos. Sin embargo lo que realmente le gustaba de ella era ese insaciable deseo que le provocaba. —No te muevas…- fue a buscar papel y al volver la observó un instante. Tenía un culo realmente precioso. La piel tan suave que hasta podía resbalar el propio rostro. La limpió delicadamente. Ella se giró, le observó. ¡Cómo no enamorarme de él…! Se sonrieron para seguidamente, vestirse, cogerse las cosas y salir a la calle. El chico echó un último vistazo, dejando atrás los sudores compartidos, los delitos que nadie más; solamente ellos, sabían de sus travesuras. El silencio era sepulcral, la plaza habitual estaba abarrotada de sombras y luces. El frío le esperaba para bajar sus altas temperaturas. Ella apoyó su brazo en el de él, cual pareja romántica paseando por Barcelona en la otoñal noche, preparada para la siguiente estación. Sin embargo, su historia transcurría de forma distinta. De nuevo, como en el inicio de la cita, uno frente al otro, se miraron, besaron las cicatrices que guardaban. Besaron la electricidad que les contemplaban en las carnes Y luego, rozaron sus labios notar la respiración del otro. —Gracias por todo, cariño…- comentó la amiga —A ti cariño…- la besó en la frente – me voy en bus. Ella asintió la cabeza, cogió sus cascos, los conectó al móvil. Le miró una última vez. Era la otra mitad de su corazón. Dejándolo que hiciera la rutina de siempre, observó. Era el latido, la esperanza de los días grises. Transformaba el existir. ¡Cuán difícil se le hacía no verla tanto como quisiera! Amar es desprenderse de la rutina, descubrirse en otros brazos y sentir que el tiempo no pasa para ellos. Que esa historia no cuenta con las agujas del reloj. Viven en el limbo perfecto, donde ellos juegan a ser uno. Quién les envidie dirá que son traidores, yo les digo que son amores que la vida les unirá con el paso de muchos años. Feliz año nuevo 2020. Tirupathamma Rakhi

  • Descíframe o disfrázame

    Atadas a las sombras del invierno,  nutren las calles del festejado y adelantado primaveral, soldador de estaciones. Cubrían mantas de humo, abrigos rotos de esperanza. Si bien, nuestros queridos amigos de la noche, de oscuros atardeceres confundidos por la neblina del año nuevo; Álex y Sofía tenían algo más que contar que unos simples e hipócritas deseos para los próximos trescientos sesenta y cinco días que le quedaban al dos mil veinte. Amarse como amigos, distantes de la rutina mutua, amigos de aquello que les une, les mitiga el hambre, abriéndoles el apetito de la ilusión, amigos acariciándose los secretos que nadie más podría comprender ni entender. Amarse como lo hacían ellos, era el amor que quién supiera de esa historia, quizá descubriera qué es amor. Ellos eran amor. Sofía quería recuperar el tiempo invertido entre torturas de la propia rutina, consentida por no saber levantar cabeza, llevarse el trabajo a casa y viceversa no habían dado buenos resultados. Amaba la inteligencia de Álex. Compartir un lecho vacío de color, era un detalle secundario. Álex, permisivo de detalles personales, constantes en movimiento por la pesadilla más descabellada que le podía ocurrir durante un pequeño y prolongado tiempo, estaría solo. Los pensamientos iban rebotando de un lado a otro, sin tregua alguna. Él vivía entre pantallas y pantallas, facturas y números, cálculos, entrevistas. Moría en la agonía de sacudir, acudir al silencio de los párpados en paredes que cuelgan inocencia, sueños, esperanzas… un contrato firmado, una sentencia des del nacimiento hasta al último suspiro que da el latido. —¿Te apetece quedar hoy o mañana?- días tranquilos para celebrar algo que ni él mismo sabía qué era. Al otro lado de la pantalla, Sofía, envuelta en renovar energías. Necesitaba fuerzas, las perdió hacía mucho, su trabajo conspiró para encargarse dejarla con las mínimas para sostenerse, llegar hasta la propia mente le permitía. Pero eso acabó. —Hoy me va bien. —Tengo tiempo disponible al medio hasta media tarde. Tras darle demasiadas vueltas, calculando cuánto podría aprovechar más tiempo, al medio o tarde noche. Al fin, decidió medio día. Necesitaba algo más que un simple café, o cuatro tapas. —Quedamos al medio. ¿Comemos juntos?- sugirió Sofía. —¡Genial! :p —Dame una hora y media y estaré contigo. Las dos y medio, Sofía estaba en Plaza de Cataluña cuando le mandó un mensaje y Álex le preguntó por comida japonesa. Algo que le encantaba, admiraba esa cultura tradicional en ciertos temas y en otras tan avanzadas. Le respondió con gran entusiasmo su aprobación, él envió la ubicación del restaurante. Extrañamente, como en la anterior cita, aunque en esta ocasión sus nervios le hicieron sudar las manos, el corazón en la garganta; el abrigo le empezaba a sobrar pero no podía quitárselo. No hasta encontrarse con él. Sus botines rojos de diez centímetros, iba a grandes zancadas mientras el GPS le hablaba, se perdía haciéndole caso; cuando al fin se dio cuenta que la zona a donde le enviaba la conocía demasiado bien. Al otro lado de Vía Laietana, se encontraba el local que aparecía en la ubicación. Esperaba que fuera un lugar de tapas, ambos solían ir a sitios así, pero se equivocó. En el letrero ponía Rosas de invierno. —Estoy aquí. – le escribió a Álex. Yo también estoy a cinco minutos, sin embargo, resulta que mi móvil ha decidido hacer vacaciones durante un rato con la condición de poder los mensajes que recibo pero sin poder responderlos. Álex no creía en Dios ni Lucifer, menos aún según cómo te comportes en la vida; en el momento del abismo se decide destino del fin de sus días: cielo o infierno. Mitologías de seres con cortos horizontes. Sofía iba a por el tercer cuando, de la nada, apareció Álex. —¡Hola preciosa! – la saludó con un abrazo y dos besos en la mejilla, mientras ella dudaba donde expulsar el humo del cigarro que acababa de ingerir. Hasta que decidió echarlo en cara, prefirió esa opción en lugar de ahogarse y que su salvador le hiciera el boca a boca. Pensándolo bien, no era tan mal idea. —Hola… disculpa por el humo —No, no. Tranquila. Termínate el cigarro con calma, no hay prisa alguna. — ¿cómo estás? —Bien. Con algunos problemas en el trabajo. Un percance que no sé cómo irá, estoy entre espada y pared, es largo de explicar. Aparentemente, una de las partes me echa a los leones, el otro me susurra palabras para vagabundos; es decir, quitando toda esta habladuría. La reunión que tengo pendiente esta tarde, son por errores que he ido cometiendo en el trabajo conscientemente.  ¿Por qué creen los jefes que sufro de ataques, no cardíacos sino, mentales? Es decir, migrañas. Cualquier día de estos, me explotará la vena que tengo aquí. – y le señaló encima de la ceja. La vena de la saturación, la que se le hinchaba cada vez que no expresaba lo que le sucedía y su cabeza le decía “dame tiempo”. Cómo era posible decirle a un workalcoholic  (adicto al trabajo) frenar su obsesión compulsiva, Sofía lo había intentado varias veces con él pero el resultado fue en vano. Le gustaba cómo vestía. Entre otras cosas, sin duda. Solía vestirse con colores claros, tierras, azules y grises, una camiseta de color, en este caso llevaba una verde y un botón desbotonado, dejándose al descubierto un poco de pecho. Odiaba los tejanos, prefería pantalones cómodos del estilo Timberland, aunque sin bolsillos laterales. Al igual que el color de las camisetas, eran caquis.1 Un hombre como él, meticulosamente cuidadoso con la piel, descuidado apropósito en algunas y en otras, inconscientemente enamorado de aquello que le revivía, adicto al sentido del arte carnal, acompañado de emociones alocadas. Aún la ropa que llevaba, había un accesorio que no se desprendía, su bufanda de anchos cuadros combinados con azul y gris, rallas negras entre medio. —¿Pero peligra tu situación laboral? Quizá, tan solo es un pequeño bache que se te acecha para empezar bien el año. – soltó una leve carcajada. No era demasiado buena dando consejos pero su forma de escapar de las situaciones complicadas lo hacía a través de la risa. Algo que solía hacerlo también consigo misma. —Estoy siguiendo las indicaciones que me ha dado el jefe de la cadena principal. Me estoy preparando mentalmente para la posible gran riña que me dé. Sofía terminó el cigarrillo. Era comprensible la saturación que pudiera tener, ella misma sufría de eso cuando le venían temporadas de grandes eventos, conferencias, reuniones, charlas de temas diversos. La mayoría de las veces, cuando le tocaba quedarse para necesidad de cliente, se entretenía escuchando; no lo comentaba con nadie o raras veces lo hacía. Aprendía en el trabajo de muchas maneras. Quién se dedicaba a su mismo sector, no apreciaba estas oportunidades, aún menos, fijarse. Con el paso del tiempo, se dio cuenta que ama su trabajo, no tanto como para estar quince horas diarias en él, tan solo lo justo para sobrevivir. Entraron al local, esperaron a la hostess para que les diera una mesa. Ambos querían ir a la planta de arriba, para disfrutar de intimidad, aunque fuera solamente comiendo. —Si me siguen por favor. Álex caballeroso ante todo. —Tu primera. Sin rechistarle, Sofía siguió a la camarera, subieron unas escaleras encorvadas con piezas de madera. La costumbre, de Álex ofrecerla sentirse en el largo sofá y él en la silla. La ocasión en el que Sofía dejó caer el largo abrigo, su preferido, bien puesto en un lado. Lucía un vestido con encaje de cuello alto con mangas sin camisola. —Estás preciosa…- relucía su piel —Gracias.- no le iba a llevar la contraria como en la anterior ocasión. Apareció una camarera realmente encantadora, detalle que a Sofía la sorprendió por segunda vez en ese día. Sin embargo, también era algo que apreciaba Álex, el trato tan directo, formal y atenta con los clientes. —¡Hola chicos! ¿Qué os apetece para beber?- Sofía también era así. Tratar al cliente de “tu a tu” darle confianza, seguridad y simpatía. —Yo quiero ua agua. – respondió Álex con una amplia sonrisa de complicidad. —Me gustaría una copa de vino. – el día soleado con temperatura primaveral invitaba a beber una cerveza aunque el paladar le pedía vino tinto. —Tenemos un verdejo de la casa y un vino tinto garnacha. – sugirió la camarera. Detestaba la garnacha. Así que terminó escogiendo una cerveza pequeña. —Aquí en la mesa tenéis las cartas para que podáis mirar y decidir. Con una sonrisa de oreja a oreja, la chica se fue en busca del pedido de la mesa. —Qué raro… estoy buscando el menú, es curioso porque no lo encuentro… Después de darle vuelta a la carta, escogió un par de cosas sin excesivo apetito. Segundo más tarde volvió la camarera con las bebidas. —El agua y una cerveza y…- llevaban dos cañas en la bandeja, para no devolverla les invitó. Álex, quien no quería beber nada de alcohol la aceptó a pesar de todo. —Por cierto, ¿la carta del menú?- preguntó ansioso en la propia desesperación. – ¡Sí! En seguida les traigo. Segundos más tarde tenían el menú en las manos. —Ahora será más fácil escoger.- cierto. Sofía no se acordaba que Álex no era de compartir platos, así que cada uno se pidió dos platos. —Quería contarte que en unos meses me iré. – no quería esperar más a decirle la noticia — ¿C-cómo que te vas? ¿A dónde?- casi se atraganta con la pregunta. —En un par de meses, supongo que en marzo. Aún tengo que mirar ciertos detalles pero sí. —Pero, ¿A dónde? ¿Sola? – esperaba esa reacción. Sin embargo, no tenía intención alguna de decirle el lugar. Esquivó ambas preguntas, no quería entrar en demasiados detalles. Buscó el tacto en las manos de él. Una caricia. Solo eso. Álex la cogió de las manos y la besó con dulzura mirándolo a los ojos. Sufría por ella. Desde que se conocían, nunca se iba sin darle explicaciones, tampoco las pedía pero en ese caso era distinto. Le ocultaba algo, no la forzaría. Tal vez, más adelante se lo diría. Al menos lo esperaba. Aparcó la lluvia de interrogatorios que se le ocurrían para proseguir con una velada tranquila, con buen sabor de boca. Siguió hablando del trabajo mientras los platos se vaciaban hasta llegar a los postres. La camarera volvió para retirar los platos, Álex pidió la cuenta, a pesar de todo, y pagaron a medias. En un cerrar y abrir de ojos, caminaban dirección al interior del barrio santa Caterina, lugar en el que aprovecharon para pasar por la farmacia a comprar un ibuprofeno y seguir hasta la oficina. Dejó que Álex abriera las puertas debidas, perdía la cuenta si eran dos o tres. Una vez en el recinto, Sofía le preguntó dónde dejar el abrigo. —Donde tú quieras. – colocó las pertinencia en la silla frente la mesa de él. —Discúlpame, me voy un momento al servicio. —Sí, claro. Tú misma. Momento que Álex aprovechó para acomodar un poco la habitación. Fue al comedor, abrió un de los cajones y sacó una pequeña manta polar blanca para el colchón, aun habiendo dejado la bomba de calor con el pasillo ardiendo, la habitación eran un congelador. Por qué no sorprenderla con una tarde tranquila. Con la camiseta puesta, sin zapatos ni pantalones, la esperó tumbado. Sofía salió del baño, situado frente la habitación, lo encontró aparentemente desnudo. — ¿Ya estás en la cama? Qué rápido- le observó dulcemente, sonrió levemente. —Ven, estírate conmigo…- la invitó a su lado. Le dio un beso en los labios, tierno y cariñoso, sin su parte fogosa. —Ponte cómoda… quítate los zapatos… Se deshizo de los zapatos de tacón, las medias de encaje y con el vestido puesto, se hundió en los brazos de Álex. Por un escaso segundo, a Álex le hubiera gustado entrar en la mente de Sofía, y curiosamente encontrarse junto a ella, rebozados de amor pleno, sin más barreras que las que se interponen entre ambos de una forma humana, temporal. Sin embargo, todo cuanto podía llegar a hacer hasta entonces era abrazarla. Oler el perfume que su piel le dejaba entre ebrio, excitado, deseoso de morirse en su vientre. Tenerla como parte de esa vida que fueron construyendo entre obstáculos varios, sentimientos con altibajos. Álex besó a Sofía suavemente. Ella lo recibió de buen agrado. —Eres preciosa, y este vestido te queda aún mejor…- de ello no estaba tan segura Sofía, pero le gustaba como salían las palabras de los labios de él, como un susurro que gime caminos de amor en lugar de sudor. Álex deslizó la mano hasta la parte más jugosa de su cuerpo, notando como los fluidos humedecían los dedos.- Uau nena… ¡estás muy mojada! Como para no estarlo pensó ella. Empezó a moverse lentamente encima de la ropa interior de Álex, cual danza del vientre. Buscó en la ropa interior de él, el mástil que tanto la preparaba y la ponía. Dura, larga, atrevida. —Me encantas… cariño…- a él también. Decir esas palabras, era como decirle “te quiero cariño…”. Siguieron jugando con más besos. Labios mordiéndose al otro, sudando con el tiempo a su favor, por una vez, determinando y creando ese sentimiento entrometido que les provocaba. —¡Qué juguetona estás hoy…! —Sí, ¿por qué no…? Me encanta jugar contigo… Mientras se seguían con más besos, Sofía le asaltó con una de sus preguntas. —¿Alguna vez has atado a alguien o… te han atado?- Álex se quedó sin saber qué decir. Jamás anteriormente le habían hecho una propuesta como esa.- mmm no…¿por qué ¿ —¿Nunca? ¿Lo has probado? —Tampoco…- qué decepción pensó Sofía… En un futuro no tan lejano, lo probarían juntos. Sonrió maliciosamente. Sofía era una caja de sorpresas continuamente. Claro que se había aventurado en investigar sexualmente con más compañías pero quizá no lo suficiente, ella en cambio, había probado mucho más que él. Detalle que se comprobaba constantemente, y eso, le encantaba. Le dejaba fascinado por ese descaro suyo. Atrevida, sensual, provocativa en cada movimiento como hacía en ese instante. —Me molesta esto…- apartó la manta, para bajarle los calzoncillos. —A mi…esto- Sofía levantó los brazos mientras Álex cogía el vestido y se lo quitaba.- Quiero tenerte piel con piel… Desnudarla de una forma tan delicada, sensualmente atrevida. Sofía era pura belleza, más aún desnuda. Su cuerpo era piel de pétalos de rosas. Con las cicatrices que escondía debajo de los tatuajes, una corona de memorias, cada dibujo que llevaba era una página de lágrimas enmarcadas con símbolos identificables en ningún lugar. Ella detestaba ser como una mundana más. También le gustaba, le subía la temperatura hasta al infierno cuando le mordía el labio inferior o le besaba el cuello sin dejarle más marca que el rastro del perfume que desprendía su boca en la propia garganta. —oh… ufff…-murmuraba Álex. Oírle gemir la excitaba —Anoche tuve… tuve un pequeño y ligero problema interno… —¿ah…sí…? —Sí… y tuve que espabilarme… yo sola… pensando en ti… —Eso lo arreglamos ahora mismo cariño.- imaginarla tocándose mientras pensaba en él, como también había hecho. Cuando la soledad le quemaba y Sofía se le aparecía con su vertiginosa mirada, llamándole interrumpiéndole cualquier pensamiento que pudiera tener, buscándole y gritándole “cariño… escríbeme… búscame… te echo de menos, murámonos sudando con la piel ardiendo. Ven a nuestro encuentro, veámonos entre paredes oscuras, cortinas tupidas, cubiertas de secretos, códigos que tan solo nosotros sabemos cómo descifrarlos”. Lo conseguía. Del mismo modo que hacía al estar juntos. Fantasear con ella no era tan difícil, solía estar en su mente perversa y romántica, aunque este segundo en el último había pasado desaparecido, por estrés de ambos. Algo tan inevitable y a la vez tan evitable.- ven. Y la abrazó, acariciando la piel, apretando con las uñas cortas las nalgas de Sofía acompañado con un leve cachete. Estrujó esas carnes hasta que oyó su jadeo, sus sexos sudaban fluidos. El gemir que provenía de ésa garganta, le erizaba la piel. El corazón desbocado. Cogió su rostro y la besó, la besó con todo el amor que podía entregarle. Pasó la mano por los pechos de Sofía y ésta aprovechó para lamerle el pulgar, el índice y el corazón. Le excitaba cuando chupaba los dedos como si fuera su miembro, golosa, provocadora, juguetona, sensual. Luego ella, levantaba la cabeza para que Álex le recorriera el cuerpo con su sabor. La excitaba. Álex la veía como se transformaba en una pequeña diablesa. No necesitaba que le dijera, sus ojos parecían poseídos. Ambos, sin hablarlo ni comentarlo, subieron el ritmo del movimiento, cuando Sofía notó que estaba a punto de llegar. Comenzó acelerar las caderas. —ah… sii… cariño… uff…- gemía, susurraba. Llega pequeña, soy tuyo. —Shh… pequeña…- el mástil se endureció. Sofía notó como su orgasmo crecía en su interior. —Aaaah…- dejó caer un gritó y dejó caerse exhausta. —¿Estás bien?- una pregunta absurda, era consciente. —Sí… Levantó su pelvis, al notar que el sexo de Sofía estaba completamente abierto, para introducir el miembro hasta al fondo. Ella se colocó en el pecho de él y le abrió las piernas, buscando nuevas posturas para acercarse a las aventuras. Pero ¡qué difícil era! Sofía le indicaba cómo era mejor, aunque se arrepintió en cuanto lo dijo. Demasiado tarde. Álex notó esa incomodidad. La cogió, poniéndose encima, llevándose las riendas de la situación. Sofía le fue besando rostro, cuello, garganta mientras acariciaba cada poro de la piel tenía frente suyo. Álex dispuesto a complacerla, la penetraba con intensidad, seduciéndola con los propios labios en las de ella. A continuación. —Gírate. – claro que Sofía iba a complacerle, le encantaba cuando la penetraba a cuatro patas. Notar su miembro hasta el ombligo era una de las mayores experiencias cuando estaba en la cama con él. Estuvo penetrándola una y otra vez hasta notar que las piernas de Sofía flaqueaban y el mismo notaba que llegaba. Apretó las nalgas, las abrió un poco mientras la penetraba notó que ya estaba llegando. La sacó y terminó haciendo ella mojándola toda la espalda, partes del pelo y muñecas de Sofía. Se quedó mirando el cuerpo de Sofía. —No te muevas, ahora vengo.- Ella sonrió, qué irónico era a veces ese hombre. Fue al baño, a buscar papel, se limpió previamente y después volvió, tras limpiarla cuidadosamente. Se Tumbó al lado de ella, la abrazó. Tenerse con esa calma, hablar de asuntos banales. Como una pareja. Ambos les gustaba la sensación que compartían ese día. Eran todo cuanto querían ser juntos, tranquilos en su miel. Dar un paso más alto, podría ayudar a su relación. Pensó Álex. De repente sonó el alarma del móvil. —¿ya…?- preguntó Sofía decepcionada —Sí, la tengo puesta cuando a veces me tumbo para hacer algunas cabezadas. Esa habitación le traía recuerdos en su soledad. Mientras se vestían Sofía le comentaba que la había dejado exhausta. Álex sonrió des del comedor, picarón y juguetón. —Tú también me has dejado exhausto. Se encontraron ambos en el mismo salón, él pidió disculpas porque tenía que terminar una ficha antes y enviarla antes de irse. Sofía le respectó, escondida detrás de su pantalla, le observaba. Creando algo de ambiente, encendió y puso música. Cada uno con sus cosas en mente, trabajando. Sofía se dio cuenta que no podía concentrarse, se levantó de la silla que había frente a la mesa de Álex, y lo abrazó desde atrás. Le sorprendió,  no le disgustaba, al contrario. Sentir el calor de ella tan de cerca fuera de la cama, verla en el reflejo de su pantalla, mientras Sofía inhalaba el perfume de su pelo. Álex se giró un poco y la besó. —Te quiero, cariño. – dijo Sofía. Le amaba. —Y yo a ti mi pequeña. Cuando no sepas dónde huir, encuéntrame en tus pensamientos. Somos las respuestas a las preguntas que nadie más sabe responder. Tirupathamma Rakhi

  • Insaciable o inalcanzable

    Nuestro amigo escribió un mensaje a su querida amiga, quién organizaba los días de la pronta ida, respondiéndole para verse al día siguiente e invitándole a  comer juntos. Concretaron los detalles a lo largo de a jornada. Martes. Ella, en Plaza de Cataluña. Invierno, tú que te envuelves de ternura en pieles ardientes, confundes la lluvia con los diamantes de las lágrimas surcadas en orillas de trenes sin estación; dime qué hacer en esta incertidumbre, él es mi otoño en tu gélida brisa de febrero. Disfrazado de fortaleza y valentía, no lamenta frente a nadie, aún con los poros abrasando sus noches, deja al descubierto el desprecio al amor que cultivó años. Con el zozobre del desquicio, la otra realidad se entromete entre preocupaciones y emociones ocultas. Él, se encontraba enla compañía de los aborrecidos números en el piso de siempre. Ilocalizable. Hundido, desesperanzado, razonándose consigo, una y otra vez. Con la cortesía del sol, nadaban los brazos de los rayos, entrometiéndose en los rincones más ocultos del apartamento. Recibió un mensaje. Miró la hora, ha llegado antes de lo previsto. Aún restaban quince minutos para las tres del mediodía. Debía de ultimar detalles, para después, aprovechar el tiempo con ella, sin estar pensando en todo cuánto tenía quehacer y entregar antes de medianoche. Necesito algo más de tiempo, nena. Ella, rebosante de paciencia, tranquilidad y armonía con la vida, no le apresuró; para, relajarse antes del encuentro, respirar ideas y sensaciones del solitario caminar. Treinta minutos más tarde, él escribió para ir a su encuentro. Estoy en la misma calle del domicilio. A pocos metros pensaron ambos. Salió disparado del edificio, la vio nada más cerrar la puerta de la calle. Por un momento, pensó en no decirle nada, observarla mientras ella sumergida en saber qué o quién. Con la mirada arrastrada y en el suelo meditaba. Ella levantó la vista cuando vio una silueta acercándose en su dirección. Sonrió. También él. Apresurado, la saludó con dos besos y un abrazo caluroso, fugaz casi. —¿Has comido?- preguntó el joven —Aún no. Te estaba esperando, quedamos en comer juntos.- habían quedado para comer, no entendía la pregunta —Creí que…¡Genial, entonces!- no sabía dónde tenía la cabeza entre tantas preocupaciones. Se interesó por sus preferencias gustos alimenticios. Al final, decidieron por comida preparada, recalentada. Un par de porciones de pizza y una focaccia de verduras. Mientras esperaban a pagar, la cogió de la mano, era todo cuanto podían atreverse a ojos de los curiosos. Ella sacó la tarjeta. —Guárdate la tarjeta, anda- dándole unos leves golpes en el hombro. Él sonrió por la apresurada acción. Qué cabezota era en ocasiones. —Gracias…- pasándole el brazo por la cintura de ella. Acarreando la comida entre manos, accedieron al piso. Él, creó un hueco en su mesa, apartando papeles y demás archivos, echó a un lado el portátil. Cogió dos vasos y las rellenó de agua del grifo. Ella preguntó por dónde dejar las pertenencias y éste le señaló que las podía dejarlas en la misma mesa. Las cogió, depositándolas en unas las sillas de madera delante de una estantería. La amiga cogió la otra butaca, sentándose al borde. Él comió con hambruna, ella con la parsimonia como solía hacer. —¿Cómo estás?- se interesó el amigo. —Bien, he estado bastante ocupada estos días entre una cosa y la otra, pero bien. Algo preocupada por el trabajo, ya sé que no hay camino seguro ni fácil, sin duda.- cómo había crecido, de igual modo que él, la etapa del adulto la invitaba a ser realista, sincera consigo.- ¿Y tú cómo estás? —Agobiado, harto de esto. De llevarme el trabajo a casa, estar hasta altas horas, esperaba mucho más pero parece que vaya a donde vaya, me encuentro lo mismo. —¿Buscas otras opciones?-  sabía que lo hacía. Un hombre como él, desconformado, queriendo crecer a nivel laboral, seguir sumando y no estancarse con cualquier cosa, aún siendo un cargo suficientemente importante como el que tenía, no le bastaba. Para no romper la rutina, entró una llamada del jefe, momento que la amiga aprovechó para dar un par de bocados más y  tirar el restante. Volvió al lugar, mientras él finalizaba la entrega que le habían encomendado. Deseaba no mostrar esa inquietud que le perturbaba pero no podía. Se alzó del sillón, le rodeó. Besó la nuca, recorriendo los labios de lado a lado, mordisqueando su oreja provocativa. —uf…nena…- desconcentrándose, dejó escapar unos gemidos. – ya termino… dame unos segundos… Rendida, se sentó frente a él y miró el móvil. Las redes sociales cada vez parecían ser más absurdas, no había novedad que le llamara la atención. El compañero terminó de hacer el envío, y dejó el trabajo a un lado. Indeciso si cogerla del pelo y besarla con brutalidad apasionado; o, directamente empotrarla en el lugar dónde estaba. Optó por la segunda opción. Inclinándose. —No puedes hacer eso y quedarte impune…- preso de la excitación, la besó, cogiéndola del pelo. Ella rió maliciosa, pícara, juguetona.  Aceptando sus labios. Acariciándola en la cintura, y después los pechos. Gimió, gimió de cuánto le hacía arder. Alzándose, envolviendo el rostro de él en los propios brazos. El amigo, la levantó sin esfuerzo. Ella rodeó las piernas en sus caderas.  Besos ansiosos, suplicados  por el paso de los días, desinhibidos. El amigo introdujo la lengua en la boca de ella. Ésta la recibió con gusto. Se divirtieron unos instantes. Hasta que notarse que necesitaba sentirla piel a piel. —No te muevas, vamos…- comentó él Besándose ansiosos sin dejar respiro ni para coger aire, la llevó hasta la cama de la habitación contigua, con la mayor delicadeza posible, la tumbó. Los labios se separaron, tiempo en el que, poseídos por esa atracción. Adictivos, presos en la cárcel de los reprimidos deseos. Él se quitó el jersey, mostrando la camisa de dibujos blancos y azules que llevaba debajo. Ella hizo lo mismo, apartó la única prenda que calzaba encima, dejándola a en una esquina de la cama, entre cojines. —Me encanta la camisa. ¿Me la puedo quedar?- preguntó entusiasmada —Gracias- respondió al halago y después de una trepidante carcajada- no. Poseído, una vez más, la besó, creando un camino húmedo por su rostro. Repitió la escena de la lengua, ella le mordió suavemente. No se entendía, ¿cómo podía ser que ese cuerpo la excitara del modo como lo hacía? La amiga, corrió a notar esa piel de lagunas misteriosas, hasta adentrarse entre pantalones y ropa interior. Después degustó el trasero masculino. Ella era su baraja, la carta a la que recurría en cada situación que vivía. Ése cuerpo, esa mirada, el deseo explosivo que le aventuraba a verla con frecuencia, desde el inicio del nuevo año. Apretando uno de los pechos, la criatura que tenía debajo, gemía de placer. Manos que se buscaban continuamente, ávidas siluetas emergidas en las fragancias. Colisionando sentidos, roces desesperados por tenerse. La amiga, sobre él recorrió con los labios el desnudo pecho hasta el vientre. Con suma suavidad, repitió varias veces. La miraba, disfrutaba tanto de su compañía. Ella quiso perderse entre sus piernas, pero el pantalón de tejano le impidió, haciendo que fuera él mismo quién se desabrochara, bajando los calzoncillos y los apartara. Después, hizo que ella se desprendiera de los suyos. Lamió el desmesurado miembro, y a continuación practicó juegos. Derribando los muros de los cerrados pensamientos del compañero. Éste, recogió el flameante cabello de fuego de ella. Con movimientos deseosos, haciéndola engullir el colosal tamaño hasta crear arcadas. Se retiró del miembro. Degustando el cuerpo que tanto ansió. —Uff… qué bien lo haces nena…- halagada, se dispuso a ser más provocativa, sabiendo que la observaba. La levantó, le hizo despojar la ropa interior que le quedaba, y él desabrochó los sostenes, dejando a la vista los preciosos pechos. ¡Cuán mojada estaba! Sus labios tenían la mezcla del propio sexo y los de su boca. —No he podido controlar… perdona.- se disculpó. Verla sudar del modo como lo hacía, le excitaba aún más. —Ven…-  besándola, perdiendo las coordenadas del rumbo al que se dirigían, introdujo el miembro en el interior de ella. ¡¿Cómo diantres le cabía ese tamaño?! Pensó ella. Con movimientos seductivos se revolvió el cabello. Sexy. Colocarse sobre él, adueñarse de su miembro, clavarse Él, disfrutando de las vistas. Hartarse de esa belleza tan exótica era poco probable. Ella se inclinó para que pudiera gozar de los senos, incrustándose-los en la boca de él. Serpenteaba por encima del cuerpo del amigo. La última vez que había gozado de sus sexos, se colmó de deleite. Un secreto que sucumbía, parpadeaba en sus adentros. Allí estaba. —Ah… uf… – buscaba el propio orgasmo. —Sh…shh pequeña…- las paredes eran de papel y tenía que callarla. Explotó con un sórdido e irrefutable orgasmo a oídos de él. Con la respiración entrecortada, se tumbó sobre él, mientras éste tomaba las riendas del momento, penetrándola con rapidez. Con el orgasmo aún vivo y la penetrada, el gemido crecía nuevamente a oídos del hombre. —Sh…sh…- cerró la boca besándola. Degustaba los gritos de la fémina pero era un lujo que no podía permitirse en el apartamento. Haciéndola recostar a su lado, le levantó las piernas y en posición fetal, siguió internándose en la cueva. A la vez, ella le abrazaba, posando sus labios en el cuello y pecho  del compañero. Ansiaba alzar los gemidos a los cuatro vientos entre aquellas paredes de papel. Pero no podía. Buscó la mano de él, éste entrelazo los dedos con los de ella. Cuantas más ganas tenía de estallar, apretaba con más fuerza las manos. Luego, colocándose encima de ella, continuó. —No aguanto más…- el cansancio y las ganas de terminar parecían no contenerse un segundo más. —Termíname encima… Así fue. Pocos segundos más tarde, irrumpió el orgasmo con un derroche de fluidos, bañándola entera. Me encanta que su fuente sea así de exagerada pensó ella. —Uf … perdona- dijo mientras intentaba recuperar el aliento.- ahora te limpio. Ddespués de asearse, el amigo se tumbó invitándola a estar estirada a su lado. Abrazados, relajados. Ella le besó el cuello y después los hombros. —Vente conmigo…- susurró, suplicándole. —Nena… es complicado. No depende solo de mí, hay otros factores que debo atar y, estando como esta todo, es difícil.- su situación laboral no estaba como para tirar cohetes, pedir favores a la empresa, era un asunto más complejo del que su amiga creía. Sabía que le diría eso, pero no deseaba rendirse. Esa vez no hubo otra opción. Prosiguieron hablando, mientras las mentes de ambas mentes divagaban. —¿Sabes que te quiero muchísimo, verdad?- sufría por él. En la anterior ocasión, bebiendo y comiendo sándwiches, le vio dolorido, atormentado por todas las inseguridades que le colmaba la nueva situación. —Eh, nena… Yo también te quiero muchísimo. – hacía tiempo que dejó de dudar los sentimientos que tenía y sentía hacia ella ya no dudaba de sus sentimientos ni de la atracción por ella. Un beso que pudiera decir cuánto le importaba, pero no. No había suficientes. Reposaron en el silencio, cuando él le preguntó. —¿Qué has dicho sobre el viaje? —Motivos de trabajo. Conocer el país que ansío estar desde hace bastante. Bueno, en parte tenía razón. Si hubiera dicho la verdad, ambas vidas estarían arrojadas al descontrol, perdiendo cuánto habían construido juntos. Cuando la fémina estaba medio adormecida, el compañero la volvió en sí. —Nos tenemos que ir nena… Ya vestidos y sentados uno frente al otro, ella parloteaba de asuntos familiares, de futuros proyectos. Él la escuchaba mientras repasaba las tareas que le quedaban, ordenando los planes. —¿Tienes tiempo? – ella le asintió- ¿Te apetece un café? Con él quería invertir el tiempo que hiciera falta, crear una vida. En la calle, dirección Arco de Triunfo, el amigo buscó un local. En tanto, él le compartió anécdotas del trabajo. Mujeres que perdían la sensatez al verle, saber de su carrera, de cuánto hacía y dedicaba. Entraron a la cafetería. —Pídete algo…- comentó él. Les atendió una camarera latina- —¿Qué querrán chicos? —Una manzanilla, por favor.- lo único apetecible y que le entraba sin un sobre esfuerzo para ella. — ¿Algo más? —Yo un café con leche.- aún le quedaba jornada, somnoliento poco acertaría. Se acomodaron en la mesa de la esquina, retirando los cafés anteriores. Ella se ofreció llevárselo a la barra. Poco agradecidas las trabajadoras, pensó. Con la conversación entre manos, la camarera les entregó la comanda, dejándolos solos, nuevamente. —¿Quieres algún dulce?- preguntó a media habladuría. —No cariño, no me encuentro demasiado bien. – tenía el estómago revuelto. Minutos más tarde, el café y el dulce volaron. Ella seguía con su manzanilla. Con dos tragos más, se dirigieron a la caja, dónde el amigo no dejó que pagara otra vez. —Apresúrate, que nos tenemos que ir. – en menos de tres cuartos de hora, tenía que estar en la otra punta de la ciudad. —¿Sabes dónde estás?- lo único que no había mejorado, la ubicación. —Sí, creo que sí- respondió mientras pensaba por dónde ir. —Plaza Cataluña es por allí.- indicó él. Contemplar perderse en la calle de su ciudad, era hasta gracioso. Se despidieron con un abrazo y dos besos tiernos se despedían. —No me mires así- no podía creer que le pusiera esos ojos de deseo- No me jodas. Y estallaron en una carcajada. Él cruzó la calle hacia la estación y ella, con los auriculares en mano y encaminando a la dirección que el chico le indicó. Echó una última mirada hacia a él. He encontrado en ti, aquello que siempre otros carecían. Amigos de la noche, del misterio de los atardeceres, el vuelco fantaseado en tantas ocasiones. ¿No era eso, acaso, amor? Juguemos a ser sudor y latido, dulce boca, granada de orgasmos. A nuestra vera, querida luna. Texto de Tirupathamma Rakhi,

  • Desvísteme

    En una plaza del pueblo seco, Barcelona, la noche festejaba en la oscura y más profunda fosa. Sucumbida entre paredes transparentes, espejos sin reflejos; un rayo alumbraba a dos rostros, dejando en el desconcierto a los restantes. Piel de marfil y ojos de occidente, nuestros amigos de la noche burlaban el miedo entre sonrisas ligeras cual viento. Ella, una vez más, como en otras ocasiones aunque sin su música en los auriculares; caminaba sin rumbo. Era una pequeña plaza, con el suelo de adoquines y escaleras que no llegaban ni a la ventana más baja del edificio. Inundada de niños revueltos de emociones, divertidos, adultos envueltos de risas alegres e igual de entretenidos que los más pequeños. Sin embargo, no había melodía que pudiera ambientar la escena, al menos no una que fuera conocida. Solo una que nuestro amigo había compuesto y cantado en la intimidad junto a la joven de pelo de fuego, piel de marfil. Absorta en los propios pensamientos, nuestra amiga rondaba con al azar a su favor. Por alguna extraña razón, la chica oía una voz inconfundible. — ¿Nadie más escucha esta canción?- preguntaba, a sabiendas que ninguno de los presentes iba a responderla. Sonámbula, avanzaba lentamente como solía hacer cuando se perdía por su ciudad preferida. Trotamundos, aunque por la misma Barcelona de siempre. El sendero por el que desfilaba parecía más largo de lo que se había imaginado hasta el momento, pero cuanto veía disfrutaba. Él, por otro lado, estaba sentado al borde del muro de una ventana, tocaba una guitarra, el instrumento del que no se despegaba. Su voz resonaba en el silencio de la plaza, a pesar de la muchedumbre, fantasmas a ojos de los protagonistas. A lo lejos del riachuelo de adoquines, apareció una sombra de las mismas sombras, sonaba hasta irónico, sin duda alguna. —¿c-cómo…tú…?- una voz femenina tartamudeaba sin completar la frase. Sucumbidos por la escasa luz, la amiga no supo distinguir con certeza la ropa que llevaba el joven. El mismo que la llevaba al éxtasis del orgasmo. Cuantas veces pecaba y en sus oídos susurraba jadeos interminables, erizando la piel de éste. Allí sentado, al borde del precipicio de una ventana sin cristales ni cortinas. Los bermudas beige, camisa coloreada y jersey gris, zapatos deportivos, gris oscuro. Tal vez. El cabello revuelto, perfectamente peinado. Alzó la vista y se encontró con la mirada aturdida de ella, dibujaba una amplia sonrisa. —¡Bonita!- saludó cariñoso el joven, aparcando la guitarra a un lado mientras dejaba atrás el muro para acercarse a ella. La observó detenidamente. Vestía de un estilo peculiar. Un definido vestido ajustado hasta la cintura, con mangas y cuello de encaje, terminado con volantes a medias rodillas. Botas altas con punta. Se saludaron besándose las mejillas y estrechándose en los brazos, escuchando el vuelco de los latidos, tambores excitados. —Cariño, ¿Cómo sabías que estaría por aquí? — asombrada por el desconcierto del encuentro. —Bonita…No lo sabía. Tampoco sé cómo he llegado. — sus ojos brillaban con una intensidad que la amiga no había visto hasta entonces. —Te echado tanto de menos todo este tiempo…— no sabía cómo decirle todo cuanto quería— he pasado un miedo que… —Shh… tranquila, estoy aquí… Yo también te echado mucho de menos. —cogió de la mano de la amiga y se la llevó hasta las escaleras más cercanas. — ven… En la coincidencia no hubo más intimación que abrazos, dedos entrelazados, labios portadores del sentimiento más sincero, honesto y aventurado que ninguno de los dos había conocido. —Eres preciosa. — dejando escapar una de esas sonrisas que tanto conquistaban a la joven. Miradas y sonrisas divertidas, cálidos abrazos. Atrapados en los párpados, pensamientos, latidos… el uno del otro. Alzó la barbilla de la chica y a continuación la besó, apasionado pero con la ternura de un amor extrañado. Labios que morían en la boca del otro, consumidos por el deleite y la magia del silencio que murmuraban latidos. Barcos naufragados entre la consumación, el sudor que perlaban junto a los cuerpos inertes de calor, la muchedumbre fantasmal. —Cariño te he estado buscando, una y otra vez, escribiéndote en mis pensamientos, anhelando cada poro de tu piel. — susurraba con tristeza sin derramar lágrima, aunque con el corazón sollozando en lo más profundo de su ser. —En sueños te buscaba a tientas, atormentaba por el miedo de no verte de nuevo, prisioneros por la distancia. Nos separaban muros tan altos que ni los escaladores más experimentados eran capaces de trepar. Esperó que la muchacha de pelo de fuego prosiguiera. —Te escribía y no tenías tiempo para mí, las agujas del reloj andaban a contra corriente cada vez que detenías las horas, llenaban los segundos de suspiros en áridos aires desérticos. —Sopesó antes de continuar — No somos los mismo que hace tres años, tal vez por eso, ahora, te deseo de distinta forma. —Bonita, ¿Qué ocurría en el sueño…? — se interesó él —Lo mismo que está sucediendo ahora, aquí… Coincidimos por la casualidad. Sin esperar respuesta por parte de su amigo, éste la observó sin dejar de sonreír. Es especial, aún con sus rarezas de mujer, de carácter dominante, valiente, fuerte y sensible a su vez; es la mujer que me ha vuelto loco por estaciones. —Cariño… Sé qué me preguntarás — la conocía y era capaz de leer las preguntas que no pronunciaba— No sé qué somos, tampoco quiero definirla, pero me gusta. Y tú, tú me encantas. Sabes que para mí, cuando te digo esto, comprendes lo que realmente quiero decir. Sí, sabía muy bien qué quería decir. —Sí, sí que lo sé. Y gracias por leerme los pensamientos…— soltando una carcajada después —¿Sabes qué? —No dime, sorpréndeme...— respondió sonriendo éste. —En el sueño, te decía que no dejaras que me despertara… te lo suplicaba…—sin poder contener, derramó una lágrima. La misma que su amigo la limpió con un dedo, para seguidamente, besarla, abrazándola hasta rememorar el perfume de su piel, el olor de su cabello. —Eh...No me he ido a ningún lado...- dijo el chico —¿Sabes bailar? —Con una copa en la mano, seguro que bailo hasta hip-hop… Ambos dejaron caer una estridente carcajada. —Yo tampoco, pero algo haremos, déjame que piense... No bailaron, tan siquiera movían los pies. Se tumbaron en el suelo de adoquines, entre paredes sin fronteras, colmados de amor por el otro, unieron labios, suspirando mientras dejaban caer los párpados. Respiraban los alientos, jugaban con los dedos, vivían la magia de la noche sin que nadie ni nada les irrumpiera su historia. Ojos de occidente canturreaba para los dos. No había cielo que admirar, ni color que distinguir, las estrellas se habían fugado, los faros perdieron sus bombillas, ni fuego que alumbrara, tampoco voces que les molestara, la música era la voz del joven. —Me encantas, no te vayas… —susurraba la chica —Me encantas cariño. — dibujó una tierna sonrisa. Los jóvenes se citaron en un sueño. Él la buscaba entre recuerdos, ella lo halló por la casualidad de la coincidencia. Ambos se encontraron en la oscuridad, donde se conocieron, donde se amaron, donde… su historia comenzó a tener latido. Tirupathamma Rakhi

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