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Desvísteme

En una plaza del pueblo seco, Barcelona, la noche festejaba en la oscura y más profunda fosa. Sucumbida entre paredes transparentes, espejos sin reflejos; un rayo alumbraba a dos rostros, dejando en el desconcierto a los restantes.

Piel de marfil y ojos de occidente, nuestros amigos de la noche burlaban el miedo entre sonrisas ligeras cual viento.

Ella, una vez más, como en otras ocasiones aunque sin su música en los auriculares; caminaba sin rumbo. Era una pequeña plaza, con el suelo de adoquines y escaleras que no llegaban ni a la ventana más baja del edificio. Inundada de niños revueltos de emociones, divertidos, adultos envueltos de risas alegres e igual de entretenidos que los más pequeños. Sin embargo, no había melodía que pudiera ambientar la escena, al menos no una que fuera conocida. Solo una que nuestro amigo había compuesto y cantado en la intimidad junto a la joven de pelo de fuego, piel de marfil.

Absorta en los propios pensamientos, nuestra amiga rondaba con al azar a su favor. Por alguna extraña razón, la chica oía una voz inconfundible.


— ¿Nadie más escucha esta canción?- preguntaba, a sabiendas que ninguno de los presentes iba a responderla. Sonámbula, avanzaba lentamente como solía hacer cuando se perdía por su ciudad preferida. Trotamundos, aunque por la misma Barcelona de siempre. El sendero por el que desfilaba parecía más largo de lo que se había imaginado hasta el momento, pero cuanto veía disfrutaba.

Él, por otro lado, estaba sentado al borde del muro de una ventana, tocaba una guitarra, el instrumento del que no se despegaba. Su voz resonaba en el silencio de la plaza, a pesar de la muchedumbre, fantasmas a ojos de los protagonistas. A lo lejos del riachuelo de adoquines, apareció una sombra de las mismas sombras, sonaba hasta irónico, sin duda alguna.

—¿c-cómo…tú…?- una voz femenina tartamudeaba sin completar la frase.

Sucumbidos por la escasa luz, la amiga no supo distinguir con certeza la ropa que llevaba el joven. El mismo que la llevaba al éxtasis del orgasmo. Cuantas veces pecaba y en sus oídos susurraba jadeos interminables, erizando la piel de éste.

Allí sentado, al borde del precipicio de una ventana sin cristales ni cortinas. Los bermudas beige, camisa coloreada y jersey gris, zapatos deportivos, gris oscuro. Tal vez. El cabello revuelto, perfectamente peinado.

Alzó la vista y se encontró con la mirada aturdida de ella, dibujaba una amplia sonrisa.



—¡Bonita!- saludó cariñoso el joven, aparcando la guitarra a un lado mientras dejaba atrás el muro para acercarse a ella. La observó detenidamente. Vestía de un estilo peculiar. Un definido vestido ajustado hasta la cintura, con mangas y cuello de encaje, terminado con volantes a medias rodillas. Botas altas con punta.

Se saludaron besándose las mejillas y estrechándose en los brazos, escuchando el vuelco de los latidos, tambores excitados.


—Cariño, ¿Cómo sabías que estaría por aquí? — asombrada por el desconcierto del encuentro.

—Bonita…No lo sabía. Tampoco sé cómo he llegado. — sus ojos brillaban con una intensidad que la amiga no había visto hasta entonces.

—Te echado tanto de menos todo este tiempo…— no sabía cómo decirle todo cuanto quería— he pasado un miedo que…

—Shh… tranquila, estoy aquí… Yo también te echado mucho de menos. —cogió de la mano de la amiga y se la llevó hasta las escaleras más cercanas. — ven…

En la coincidencia no hubo más intimación que abrazos, dedos entrelazados, labios portadores del sentimiento más sincero, honesto y aventurado que ninguno de los dos había conocido.

—Eres preciosa. — dejando escapar una de esas sonrisas que tanto conquistaban a la joven. Miradas y sonrisas divertidas, cálidos abrazos. Atrapados en los párpados, pensamientos, latidos… el uno del otro.

Alzó la barbilla de la chica y a continuación la besó, apasionado pero con la ternura de un amor extrañado. Labios que morían en la boca del otro, consumidos por el deleite y la magia del silencio que murmuraban latidos. Barcos naufragados entre la consumación, el sudor que perlaban junto a los cuerpos inertes de calor, la muchedumbre fantasmal.


—Cariño te he estado buscando, una y otra vez, escribiéndote en mis pensamientos, anhelando cada poro de tu piel. — susurraba con tristeza sin derramar lágrima, aunque con el corazón sollozando en lo más profundo de su ser. —En sueños te buscaba a tientas, atormentaba por el miedo de no verte de nuevo, prisioneros por la distancia. Nos separaban muros tan altos que ni los escaladores más experimentados eran capaces de trepar.

Esperó que la muchacha de pelo de fuego prosiguiera.

—Te escribía y no tenías tiempo para mí, las agujas del reloj andaban a contra corriente cada vez que detenías las horas, llenaban los segundos de suspiros en áridos aires desérticos. —Sopesó antes de continuar — No somos los mismo que hace tres años, tal vez por eso, ahora, te deseo de distinta forma.

—Bonita, ¿Qué ocurría en el sueño…? — se interesó él

—Lo mismo que está sucediendo ahora, aquí… Coincidimos por la casualidad.



Sin esperar respuesta por parte de su amigo, éste la observó sin dejar de sonreír. Es especial, aún con sus rarezas de mujer, de carácter dominante, valiente, fuerte y sensible a su vez; es la mujer que me ha vuelto loco por estaciones.

—Cariño… Sé qué me preguntarás — la conocía y era capaz de leer las preguntas que no pronunciaba— No sé qué somos, tampoco quiero definirla, pero me gusta. Y tú, tú me encantas. Sabes que para mí, cuando te digo esto, comprendes lo que realmente quiero decir.


Sí, sabía muy bien qué quería decir.

—Sí, sí que lo sé. Y gracias por leerme los pensamientos…— soltando una carcajada después —¿Sabes qué?

—No dime, sorpréndeme...— respondió sonriendo éste.

—En el sueño, te decía que no dejaras que me despertara… te lo suplicaba…—sin poder contener, derramó una lágrima. La misma que su amigo la limpió con un dedo, para seguidamente, besarla, abrazándola hasta rememorar el perfume de su piel, el olor de su cabello.

—Eh...No me he ido a ningún lado...- dijo el chico —¿Sabes bailar?

—Con una copa en la mano, seguro que bailo hasta hip-hop…

Ambos dejaron caer una estridente carcajada.

—Yo tampoco, pero algo haremos, déjame que piense...

No bailaron, tan siquiera movían los pies. Se tumbaron en el suelo de adoquines, entre paredes sin fronteras, colmados de amor por el otro, unieron labios, suspirando mientras dejaban caer los párpados. Respiraban los alientos, jugaban con los dedos, vivían la magia de la noche sin que nadie ni nada les irrumpiera su historia.

Ojos de occidente canturreaba para los dos. No había cielo que admirar, ni color que distinguir, las estrellas se habían fugado, los faros perdieron sus bombillas, ni fuego que alumbrara, tampoco voces que les molestara, la música era la voz del joven.

—Me encantas, no te vayas… —susurraba la chica

—Me encantas cariño. — dibujó una tierna sonrisa.



Los jóvenes se citaron en un sueño. Él la buscaba entre recuerdos, ella lo halló por la casualidad de la coincidencia. Ambos se encontraron en la oscuridad, donde se conocieron, donde se amaron, donde… su historia comenzó a tener latido.

Tirupathamma Rakhi

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