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Foto del escritorTiru Rakhi

Desabrochando deslices

Trenes de verano. De estación con paradas de más de un minuto y labios que hablan en sus adentros. Vagones medio vacíos, fantasmas buscando otros horizontes. Raíles escuchando la sinfonía de la vertiente amorosa, un triángulo de los que no se rompen. El tiempo contiene sus secretos, pensamientos que rugen bajo tormentas en forma de caminos solitarios.

Corrompe melodías escondidas entre plazas de turistas, un guitarrista cantando All of me del canta autor John Legend. Su voz atraía a pocas miradas, y de esas pocas estaba la de nuestra amiga. Y más allá bailarines callejeros, llamando a públicos nuevos y viejos. Y luego, niños de inocentes rostros jugando con burbujas de jabón.

Al barrio vecino, en el Raval. Las calles se abarrotan de balcones coloridos, ropas coloridas, plantas que pintan fachadas de vida. Y un despacho, una oficina. Llamadas, mensajes, preparando citas. De repente, un mensaje. Ella. Ya está aquí. Y yo no he podido avisarla con tiempo… que el jefe me pida a último momento para hacer unas horas de más, es un incordio. Los planes se han fundido.

Caminos inquietos, andares preocupados, miedos que juegan con el viento. Todo un ruiseñor de los encuentros simulados a ser casuales.

—No sé cómo pero he llegado a la plaza.- otro mensaje de ella. Ya está aquí. Con todo el trabajo que no para ni aún avanzando con la máxima rapidez. Si estuviera solo, la dejaría entrar pero no puedo. Es complicado.

Se ha dejado crecer el pelo, mucho. Tiene la raya en el medio, puedo notar sus finos cabellos castaños enredados entre mis dedos. La camisa de manga larga blanca de lino. Y aquellos bermudas beige. Me busca entre el gentío pero prefiero esperar a que me encuentre.

Es preciosa en su esencia. Con la fragancia que embriaga a kilómetros. Botines de colores y el mono negro con toques pintorescos, su pelo largo negro cual azabache dejaba caer en su  hermosos hombros. . El complemento que le gustaba, bolso pequeño colgado como una bandolera.

—Eeh… guapa

—guapo… ¿cómo estás? – deslumbraba sonrisa rota, aunque sincera.

—bien… ven…

Le siguió hasta una puerta de madera, entrada pequeña y cristales empaquetados de historia. Se quedaron esperando y observando la ciudad durante unos minutos.

—perdona que esté así, algo absorto. Me alegre que estés aquí, pero estas horas de más, no me lo esperaba y me ha estropeado la idea del encuentro.

—No te preocupes, ¿Cuánto te queda, más o menos?

—No mucho. Media hora más, termino de enviar algunos correos y dos llamadas.

Le conocí con el pelo corto, aún tenía cara de niño, mirada de viajes. Si vitalidad contagiaba refugios de placer. La mía, la mía describía el jeroglífico de sus labios de tentación. En esa taberna de confundidos sentidos.

Era una niña que escribía cuentos en sus ojos, sonreía a pesar de los acontecimientos, derribaba muros con su sonrisa angelical. Su cuerpo formaba una bomba de curvas y peligros en cada arcén. Me dejó conocer aquellos secretos que el viento nunca se llevó de mi piel, tan sólo creó otra línea temporal. Juntando dos vidas diurnas en un mero paseo bajo los faros del universo.

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Se rozaban los cuerpos, mientras las palabras entraban y salían como una rutina. Ella buscaba los dedos escondidos, acaparando la atención de él. El mismo que se resistía a estrecharla en sus brazos, respirarla. Inhalando hasta que, el cerebro le rememora cada vez que, veía la necesidad de sentirla tan de cerca como aquél instante. Extrañarla era una rutina que gritaba en el sepulcro de la noche. Dedos que buscan caricias, roces de amor, de los latidos que hablan a flor de piel y sin embargo, jugar con fuego, es vestirse de cenizas mientras las brasas van de su parte. Una tregua.

— ¿Quieres que te espere?- con miedo a la respuesta, el susurro llegó como un suave silbido y una melodía de sudor en mente.

—Por supuesto. – mirando a la nada, concentrado en esa oficina que juega a disminuir minutos con esa mujer de ojos fuego. – entro, te avisaré cuando salga.

—Estaré por aquí, no te preocupes. Aprovecharé para terminar de enviar algunos correos pendientes desde el móvil.

La espera fue tan rápida que ninguno de los dos se dieron cuenta que estaban juntos de nuevo, dando la vuelta a la manzana.

— Vamos un momento al despacho interno, tengo la mesa desastrosa.- el plan perfecto, se pensó para sí mismo.

— ¿Hecha una leonera?- se atrevió entre risas

—Sí.- no entiendo cómo puede ser tan inocente, y lo salvaje que es en la cama.

—No me lo creo. Viniendo de ti

Sonrió.

—Pasa tu primera. – sin miedo, con la esperanza que no tuviera demasiado papeleo acumulada en la mesa.

—Ponte cómoda, donde quieras. ¿Te apetece un poco de agua?- mientras sacaba una pequeña jarra con agua de dentro de la nevera. Le ofreció un vaso. Y después abrió ventanas para dejar entrar la luz natural de la calle– dame un momento…

—Sí, claro. No te preocupes.- se fue al servicio, ella se quedó sentada en el borde de un sillón mientras miraba por la ventana. Plaza de piel de colores, escenas de la vida. Algunas cansadas, otras soñando qué hacer en un futuro, niños y perros quemando energías. Las ilusiones bordan ese viernes de atardecer caluroso.

—Ya estoy aquí…- su teléfono en la mano, una sonrisa de tener todo controlado.

Sin embargo, ella se sentía confundida. La mesa estaba ordenada. Y de repente, viniendo del fondo del pasillo, él se acercó y le plantó un beso. De los que necesitan fundirse sin esperar otra respuesta que el mismo. De carnes que congelan sangres, dilatan poros como tormentas esperando a estar en el lugar adecuado para arrojar la lluvia, perforando un abismo entre dos seres.

Labios que explican sin palabras, la pasión de uno y del otro. Las caricias que agitan y vuelcan existencias. Salivas que entran y salen de las bocas. Besos. Ella echó la cabeza para un lado para que siguiera los labios por el cuello, pero él quería el sabor de su boca. El infierno donde ardía con gusto. Tu boca que me encadena a gemidos, tu boca que derrite estos sentidos sofocados.

Su amiga se levantó mientras los besos seguían siendo los protagonistas de aquel teatro. Él recorrió las manos desde los pechos, donde las apretaba con la fuerza de un animal en celo, bajando por la espalda. Arañando sin uñas, con las huellas dibujadas en la transparencia del aire. Qué bien conocía ese cuerpo que enloquecía cada poro de su respiro. Y llegó donde sentía que su miembro se endurecía. Nalgas. Nalgas de carne tierna.

La guió hasta la habitación donde las sábanas eran los propios cuerpos. Mientras ella se quitaba sus joyas, él se quitó la camisa; ansioso de saborear los carnosos labios de su amiga. Le introdujo la mano por debajo del vestido hasta notar el excitante fluido que mojaba las bragas. Sin hacerse demorar más, la amiga le desabrochó el cinturón y le bajó la bragueta.

—Qué bien lo has hecho… – le dijo sorprendido

Ella se giró:

—Es la primera vez que lo hago…

Con los cuerpos excitados, los deseos ronroneando. Él la tumbó en el colchón, con un cojín atrapado entre la pared y ella. Prosiguió con los besos, se mojaban las carnes y mordían miedos, la diversión asegurada sin fracaso alguno. Adultos que apartaban las cartas y arrojaban las formalidades. Adultos que se amaban entre habitaciones vacías, de colores escasos.

— ¡oh…!- se le escapó un leve gemido

—Shh…—y la besó. La besó para que las paredes no hablaran de aquella historia. Las manos inquietas se buscaban el rostro del otro, entre sexos desesperados por sentirse, alimentarse juntos del orgasmo que aún permanecía ahogado. Los labios no se despegaron ni para coger aire. Él ensimismado en provocar una guerra de fluidos entre ambos. Apretar las nalgas hasta dejar la huella de sus cortas uñas en aquella piel de miel y sabor a almendras.

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Rodaron consumiéndose, de un lado a otro de esa cama inventada, descubriéndose como en tantas otras ocasiones. Rodaron hasta que las carnes de los labios habían perdido sentido, tacto y su amiga decidió colocarse encima, con los besos que sudaban poros. Rozándose con la ropa interior, se fregaban las partes íntimas, acalorando un poco más el ambiente. Y a ella, a ella que le gustaba provocar esos ojos de color infierno, se desabrochó el mono de par en par dejando a la vistas sus sostenes azul turquesa.

— ¡Uff…!-sorprendido de una escena tan inesperado aunque realmente era pura seducción. Ella era eso. Un cuerpo de atrevimiento, una bomba de intentos irrefrenables. Conjetura de pentagramas y notas musicales que solo los sordos oyen, el crepitar de piel ardiente.

Apartó la copa del sostén para chupar los pechos que envolvían de jadeos en la garganta de su amiga. Lamer los poros que unas veces deslizaba la propia boca para saborear cada contorno, memorizar cada pieza de ese rompecabezas.

Con el intento de quitarle la ropa y ser fallido, ella sonrió:

—Tiene un truco…- con calma, procurando tener la atención de su amigo. Se sentó en el borde de la cama, se quitó los tacones y volviéndose a incorporar, se quitó la prenda. Dejando a la vista su cuerpo con la ropa interior de azul turquesa y gris perla.

Qué bien le queda estos colores… Que no me llamen ahora, no seré capaz de dejarla a medias para responder. Y viene, viene hacia a mí. Me seduce con paso decidido, me provoca, hechizándome con su mirada felina y de leona en celo. Con la melena despeinada, ajustada para cogerla y hacerla tan mía que se rompa en mil pedazos. De los que se rompen sin llantos, con orgasmos que oyen en el infierno y en el cielo, y el universo tiembla porque no la puedo hacer callar.

—Estas buenísima…-y aunque era realmente un halago, a su amiga le hubiera gustado oírle decir unas palabras que hacía tiempo que no oía, que extrañaba con todo su ser. No era el momento de reclamos.

Pero no supo decir otra cosa:

—Es nuevo, estos sostenes azul turquesa los estrenas tu…- quizá el sonrojo se escondiera dentro, aún así, su amigo supo inmediatamente lo que quería decir.

Quería susurrarle otras mil palabras más en su boca, en su oído, en su piel de marfil enmarañado de labios de rutina y besos que queman hasta los vocablos. Ella era así.

—Te quedan muy bien…

—Te quedan muy bien…

Allí le tenía. Encima de él. Ella quería besarle suave, con la delicadeza de amarle como antaño, desnudarse con la brisa del amor que es prohibido y sin embargo, aclama con juntarse bajo el manto del hechizo que reclama ser de ellos dos. Pero no. Aquella vez, toda la calma que solían dedicarse, no era posible.

Aún así, tocarse con la forma con la que se hacían. Devorándose como si el mañana ni tan solo existiera como una mera palabra, como si el tiempo quisiera quebrarse entre el ayer y el que pasará. Ellos en esa habitación, perforando fantasías.

Se recogió el pelo con una mano, sin perder la sensualidad, se inclinó encima del miembro y se la metió en la boca, engullendo con provocativos movimientos. Chuparle mientras le miraba como gritaba en silencio, pues las paredes eran tan finas que parecían tener oídos. Verle con sus ojos cerrados, gozando de la sensación que le provocaba.

Toda ella era un volcán, una sensación de descontrol absoluto como su hermoso y sofocado cuerpo. Se levantó, quitándose las bragas y con el pene erecto, se la metió. Sus miradas estaban atrapadas.

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—¿Todo bien…?- le preguntó mientras ella hacía alguna que otra mueca entre dolor, placer y querer ser la dueña. Comenzó a cabalgar a medida que los movimientos iban de lento a rápido hasta notarla entera dentro de sí misma.

—Sí…- y sonrió.

—uf… oh…- ¡qué placer! – No te puedes correr dentro esta vez…

—Vale…

La cogió y le dio la vuelta, de nuevo bajo su cuerpo. Le chupó de nuevo los pechos, a la vez ella gemía. Le arañaba la espalda, él le introdujo el pene para follarla hasta sentir que necesitaba llegar al orgasmo. La sacó con rapidez y terminó encima de ella. El cuerpo de su amigo le fascinaba, la excitaba tan solo con mirarlo, rozarle con los dedos.

Se limpió e hizo lo mismo con ella, eliminando restos, para seguidamente vestirse. Sin embargo ella seguía tumbada, con los brazos detrás de la nuca, mirando el techo. No era día de relajarse, su amigo tenía que marcharse. La miró y sonrió. Estaba preciosa. Ella era preciosa.

—Pensaba que te ibas a vestir…

—Sí, cierto. Pero antes quería relajarme unos segundos.- tras estas se levantó y segundos después estaban ambos en la sala.

—Me tengo que ir… me esperan en casa…- se disculpó a pesar de querer tomar algo después del acto pero ya no podía excusarse más.

—No te preocupes, lo entendiendo.

Él cerró las ventanas, recogió sus, dejaron todo tal como estaba. Ambos revisaron que la habitación donde habían estado para que estuviera impoluto. Salieron a la calle hablando de esto y de aquello, llegaba la parte más difícil. Despedirse.

—Tienes esa cara… se te nota.- le comentó con una sonrisa.

—¿Cuál?- respondió ingenua.

—La de haber follado- eso le dolió. Le dolió en lo más profundo de ser, el corazón.

—No sabía que eso se notaba…- soltó una carcajada.

—Sí, se nota y se ve …- dijo él- la semana que viene, el jueves y viernes , cualquier de los dos días estaré solo en la oficina…

A continuación le dio un abrazo, prudente y un beso en la frente. Un beso que no se puede dar en los labios, pero como si fueran de boca a boca. Y como un te quiero.

—Me encantas…- el te quiero escondido en otra palabra nada similar.

—Y tú a mí.- se cogieron de los dedos para luego cada uno con su camino, marcharse con destinos distintos. Ella a la soledad de su hogar, a esas horas aún no la esperaban en casa. Y él. Él debía celebrar un aniversario de pareja.

Amarse entre horas, reflexionar con las últimas palabras de una despedida. Simple sexo. Simple sentir. Ellos, como eran amigos de los atardeceres y noches que culminan historias para vivir, beber copas de amor letal, una costura entre cuatro, amarrados en un barco de orilla para dos.


Texto de Tirupathamma Rakhi

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