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Foto del escritorTiru Rakhi

Huelo a ti


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Nuestros amigos caminaban junto al alborotado ajetreo de la rutina, concertados entre desnutridos por los roces compartidos. Ella era una amante de las compras anti estrés, el método infalible para sentirse arrimada a sí misma, y él; un hechicero de deslices paseando las calles de la ciudad. Leyendo obras, escribiendo guiones de las funciones sin espectáculo ni público. Ambos gemían en sus entrañas, corrían a buscar pieles fuera de su alcance, dormían pensando en la misma que les había hecho perder la cordura, jugar como adolescentes, divertirse como niños. Con el secreto sellado entre manos, poros y bocas tan bien cosidas que solo un beso deshila la costura.

Ella perdida entre tiendas y él saliendo de la rutina, un encuentro que iba un poco más allá del desquicio habitual. Llevaban una sonrisa. Si las conjeturas fueran ciertas, en la cabeza de él se planeaba un destino imparable, un lugar dónde las ardientes ganas se desprenderían y no había quién frenara esa majestuosa escena.

Un mensaje.

-¿Dónde estas?-

-Salgo de la tienda, perdona. – una excitada sonrisa

Buscándose entre el gentío, un encantador diamante sensual llamó la atención de una joven que llevaba de pendientes unos latidos con fluidos de sabor a gemido.

-¡Hola guapo!-

-¡Guapa!- Aún con todas las ganas que tenía querer oler perfume deesa mujer, era una zona peligrosa para ojos conocidos.

-¿Cómo estás?- se quedó parada al notar ese rechazo y a los segundos entendió el motivo por sí misma.

-Bien…Me apetece aire fresco, llevo encerrado demasiadas horas en la oficina. ¿Tenías pensado algún sitio en concreto?

Poco le convenció la respuesta que la amiga le había dado, miró a un lado y a otro, algún lugar tenía que haber sin estar abarrotado de gente. Se adentraron en uno de los barrios dónde más frecuentaban sus citas, el Raval.

-uuuauuu… me encanta- aunque en verdad, las palabras más exactas era <<Qué romántico…por favor>>

-Sí, es un sitio bonito pero no sé si encontraremos algún hueco aquí fuera…

Se sentaron en una mesa detrás de la pared que había la barra, mientras él estaba a la caza de una mesa libre en la terraza. Cinco minutos, nada más. Habían pedido dos cervezas pequeñas, aún no habían hecho ni el sorbo y la mesa que el chico tenía fichada, estaba libre.

Cogió los dos vasos y se fue.

-Dame un segundo, ahora vuelvo.

Su amiga no sabía dónde meterse, pues él no solía hacer esas cosas, y la risa de vergüenza aumentaba por segundos.

-No me lo puedo creer…- se dijo a sí misma.

A los segundos, ya estaban los dos sentados en el sitio dónde él quería. Necesitaba aire fresco.En la silla en el que no sientas, pondré las cosas. – y así fue. Dejaron, bolsas, bolsos y demás equipaje encima de la silla de madera plegable. El joven, estaba satisfecho de haber esperado ansiosamente el sitio.  

-No me lo puedo creer…- y seguía riéndose.

Durante unos extensos minutos estuvieron hablando de las ocurrencias del tiempo que hacía que no se veían, de las peripecias habituales en sus trabajos elocuentes. 

-Dame un segundo, voy al servicio.

En el tiempo que había tardado la chica en ir y volver del baño, se cambiaron los planes.

-Me acaban de llamar y tendrás que venir conmigo a la oficina.-  decía mientras terminaba de responder mensajes.  

-Mm… vale- se quedó pensativa con la frase que la acababa de decir.

-Bueno, quiero decir que si te va bien para acompañarme, pasamos un momento por allí. – con tres tragos y entre risas cómplices, se fueron.

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-Bueno, quiero decir que si te va bien para acompañarme, pasamos un momento por allí. – con tres tragos y entre risas cómplices, se fueron.

Maldecía tener que volver tan pronto al trabajo, ahora que se estaba tomando una cerveza con la compañía deseada y con quién desconectar era un minutero sin espacios. Un atajo para morirse entre jadeados cuentos y fantasía de lustrosos sudores. Iban a grandes zancadas, pues tenían que estar en otro barrio, a veinte minutos de dónde estaban. Sin embargo, no le faltaban aliento a ninguno de los dos con aquella marcha. Tan pronto, estaban en la plaza, ella se quedó a pocos metros, mientras terminaba de contestar algunos mensajes pendientes y él con sus quehaceres rutinarios de la oficina.

—Ya esta, bonita…- tardó poco más de cinco minutos, cruzaron la plaza.

Caminaron más tranquilos, se pararon en una tienda de barrio. Ella pagó las dos cervezas, dieron la vuelta a la manzana. Y como si su amigo hubiera leído la fantasía que una vez había tenido. Tantas puertas, tantos misterios que ocultaban las pieles del pecado. Un laberinto de voces que susurraban tiernos delirios. Llaves, llaves que brindaban puertas forjadas por latidos desnudos de máscaras.

Un piso con una habitación, un baño de trastero, el comedor con cocina americana. Dos mesas de madera y dos sillones para los invitados. Una entrevista entre dos cuerpos sin palabras y con mucho por decir. Dos latas de cervezas.

—Ponte cómoda- comentaba mientras ponía el móvil a cargar por la sala.

Ella le observó. A pesar del tiempo que llevaban viéndose a escondidas del mundo, entre sombras y con la noche como su aliada, prometiendo a los poros deslices de menor a mayor nota musical, la ópera formaba parte dentro de la orquesta que juntos creaban. Otra diría que lo que tenían, lo hubiera cambiado por otro. Sin embargo, ella no era de esas. Perdía la cabeza por aquel cuerpo que no era solo cuerpo, por esos labios que envolvían de dulces palabras y dormitaban mundos por abrir.

Hubiera querido que fueran ellos contra la desgraciada sociedad, pintando las mismas melodías que llovían en sus poros mientras jugaban a ser los perfectos lienzos desnudos para el pintor y fundador de aquellas obras, solamente por un momento.

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Él, sabía que su amiga le observaba. Tenía un trocito para ella, en su corazón. Un pedazo de puzle más grande de lo que él mismo se imaginaba. El dolor que sufría por ella, no era menos que otro, pero sí que era cierto que no lo podía compartir abiertamente. En su consciencia sabía que había una posibilidad, sin embargo… ¿Quién de los dos daría el paso?

Con las cervezas en las manos, los sillones frente la ventana que daba a la plaza juvenil y la cocina como un testigo más, ellos y nadie más en aquél salón.

—Lo que pasó aquella vez…- comenzó a hablar de aquello que le inquietaba de una forma irremediable, necesitaba vaciar el remordimiento. Pues la contrariedad no le daba buen camino para seguir con tranquilidad. Ambos eran conscientes que cada uno llevaba su propia mochila, con sus extras. Pero, él no entendía por qué esa mujer le volvía loco de una forma tan exagerada desde hace unos meses.

—Lo siento… No es nada fácil.- ¿cómo iba a decirle aquello? Su corazón, aún las palabras estaba calmado.

—No me tienes que pedir perdón, tan sólo quiero entender qué está pasando. El por qué…

—No me sentía cómoda. La inquietud que en cualquier momento la puerta se abriera, que nos encontrara desnudos, revueltos. Presos de las ganas  y del querer compartir una intimidad que no podemos hacer en cualquier otro lugar. Nuestra situación es muy compleja, lo supimos des del principio. Pero ir a la casa, o piso, del otro en el que sé es consciente que ese hogar no es nuestro. Es muy doloroso. Procuré dejarme llevar, no pude. Lo intenté, y aún así, todos mis sentidos estaban en alerta constantemente.

Fue entonces cuando el joven entendió lo que estaba pasando, había pasado. Creyó que llevándola a su intimidad sería más fácil, para tener más tiempo para ambos, disfrutando de una rutina compartida como pareja estable. Y el resultado fue totalmente al contrario.

—Además de tener otros asuntos complicados. Tampoco quería marearte con más asuntos, a sabiendas que ya tienes conflictos por distintos puntos, no quería…- viéndola y notando como la voz de ella quebraba, la cogió de la mano.

—No pasa nada… de verdad, sólo quería comprender esto…- la miró a los ojos. La sensibilidad que tenía por ella, era casi una debilidad a quién aferrarse más allá de la piel.

—Por eso dije y te escribí… No qui…- no terminó de hablar, que se levantó abalanzándose al cuello de ése ser que amaba con toda su alma. Unas veces no sabía actuar, otras quería perder el oxígeno en sus labios. ¿Cómo decirle que le amaba si ya no le quedaba más palabras?

Él, con todas las ganas, devolvió el abrazo. Buscando el rostro para fundirse en un beso intenso, en el que el oxígeno era el aliento del otro, bebiendo latidos. Extrañez, anhelo, despliegue de sentidos, vertiendo miedos atrapados (los mismos que condenaban a ser un riesgo de descubierto), brasas encendidas. Hablar de más no era una necesidad. Ellos morían por tenerse, amarse de la forma que nadie más solía hacer. Vivir con esa intensidad, verse entre paredes de papel.

Un mordisco de beso en el cuello, suaves deseos que gemían a oídos de la seductora. Él la cogía del rostro para estamparle besos dejándola sin aire, ella se perdía en ese juego que le perdía y fascinaba. Sudor y gemidos, gemidos y sudor. Se reclamaban el tiempo perdido.

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Tan dulce en su forma de besar, sensual en las curvas de su cuerpo. Sexo a sexo. Ella era su debilidad, la causa de querer perder sensatez. Y tan pronto deslizó la mano por los pantalones y la ropa interior, encontró el sexo húmedo. Convulsionaba de placer, se aceleraron los pálpitos, los pechos se abrían a grandes jadeos. Ella tocó el miembro de su amigo, y como le pasaba siempre, le sorprendía su exuberante tamaño.

Compartían sudor y gritos.

—Aquí no puedes gritar aquí…- le susurró, pues los gritos de aquella pequeña eran inmensos. Le gustaba oírla los gemidos pero no era lugar.

Se levantó de la silla, sin soltarse los labios que le envolvía de perfumes exóticos. Sus besos eran de una ternura irrefutable, un desequilibrio que cubría todas las ganas calladas, sustentaba las penurias que no le dejaban conciliar sueño.

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Con pasos torpes y besos decididos, exigidos por las bocas necesitabas, cubriéndose de todos los temores; se la llevó a una habitación sábana. Donde la empujó suavemente para dejar caer encima del colchón y seguidamente él se colocó encima de ello.

Y más besos. Con lengua, con dulces lamidos. Con miradas de provocadoras ganas del otro, de sexos mojados, de cómplices por una aventura de amor. Se turnaron las posturas y para cuando él estaba abajo, le quitó la camiseta de ella. Arrojó la suya. Ella se desprendía de sus sostenes. Mientras ambos se quitaban todas las prendas que les molestaba, observaban el cuerpo del otro. Ninguno de los dos se imaginaba cuanto se echaban de menos.

Una vez desnudos. Ella llevó las riendas del momento, besando de cuello a vientre, sin llegar a metérsela a la boca.

—uf….- él gemía con los ojos cerrados y gozando de aquél momento tembloroso de placer.

La cogió de la cintura para ponerla debajo de él, le abrió las piernas, escupió un poco de saliva y besó aquel sexo de sabor fascinante, metiendo la lengua hasta al fondo. Ella, mordía uno de los cojines que había encontrado para no estallar el grito que se le avecinaba. Sus piernas flanqueaban. Aquella lengua hacía milagros. Chupaba el clítoris como si fuera el helado de vainilla que enloquecía al amigo.

—¡ah…! – no puedes gritar, no. Se repetía una y otra vez. Tras notar que su amiga seguí dejando fluidos, volvió a besarla. Que no rechazara el sabor de su propio sexo, lo dejaba atónito, mereciendo follarla.

Fue a buscar un paquete de preservativo.

—No hace falta…- le sorprendió gratamente.

— ¿Estás segura?

—Sí, ya llevo unos meses.

Qué noticia más maravillosa. Se la metió con cariño y ternura. Una vez la tenía toda dentro, la embistió una y otra vez.  Tenerla debajo de él, chuparle aquellos pezones mientras veía el gozo en el rostro. ¿Qué palabras podía describir ese amor que no podía gritar al mundo?

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-¡ay…! Uf…- quería jadear a cuatro vientos, jadear como una maldita perra que silenciaba ese gozo que era tan inmenso. Él, le puso un dedo de la mano en su boca para callarla. Aprovechó el momento para hacerle de guía. Dejaba de chuparlo él le hiciera un pequeño recorrido de cuello a pechos y vientre. Cómo le fascinaba eso.

Sexo. Sexo de desgarradores juegos.

La puso de lado para introducirle de nuevo el miembro, metérsela hasta al fondo. Él notaba cuán tensa se ponía al tener el cien por cien de su sexo dentro sí misma. Con la ayuda de sus fluidos el dolor se quedaba atrás.

—¿Has llegado, ya? Le preguntó, no sabía cómo eran los fluidos de su hombre

—No… aún no…

Entonces, se puso encima de él y le hizo sentadillas. Él le sonrió. Ella sabía que era la postura en particular a ambos les divertía. Sobre todo porque sentía el miembro más adentro que cualquier otra postura, la notaba hasta en el ombligo. Derretido por los movimientos provocados, le arañó la espalda de nuca a culo. Qué locura que me desgarre de esta manera, me eriza la piel y se altera hasta los poros más dormidos. Admiraba tanto la pecadora que tenía encima que era imposible resistirse a la tentación. Se buscaron los rostros para besarse con frenesí, con la desesperación que encogía el corazón al pensar que eran breves las horas que compartían.

—Me encantas…- le hubiera gustado decirle, te quiero mucho, pero no podía. Notaba que el corazón se le disparaba, que en cualquier momento se saldría de su sitio.

—Y tú a mi…- ¿por qué no me dices te quiero, si sentimos amor?  Yo sí te quiero, y  te amo. Pero era mejor seguir el juego. No quería romper la magia de los dos.

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Se recolocaron para luego, nuestro amigo noctívago tumbara de espaldas a su amiga. Cuerpo perfecto, a la medida ideal. Jugar con ese cuerpo era tan fácil, tan sencillo que no había ni una sola objeción. Y ella,  se entregaba a cada postura, a cada carta que él apostaba. Hasta hacerlo en esa postura era magia.

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Ella gritaba con la cara al cojín. No puedo más. Quiero y necesito gemir. Suplicaba para sus adentros. Él le cogió de las manos, entrelazando los dedos.  Somos perfectos para el otro, pensó el chico.

La giró, la miró a los ojos y sonrió. Era preciosa. Volvió a meter el miembro en el interior de ella, entrar y salir una y otra vez, hasta notar que iba a explotar. Minutos más tarde, ambos notaron como los fluidos de él salían como una cascada.

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—dame un segundo cariño…

—Sí sí, claro.

Tras asearse un poco, se miró en el espejo, el pintalabios había desaparecido, el cabello parecía un estropajo; aún así, salió con toda la naturalidad del baño. Una vez aseados, vestidos, volvieron al salón donde el amigo cogió las cosas, dejando todo tal como estaba. Y de la nada, sintió que necesitaba un último abrazo. La cogió dulcemente, estrechándola en su cuerpo, cerrando los ojos y guardar en el cajón de las noches y rememorar el sentimiento que le provocaba. Para ella sentir abrazarla de aquella manera, era como decirle te quiero sin pronunciar las palabras.

—Gracias…- le susurró.

—¿Por qué?-preguntó ella

—Por todo…

Y esa respuesta fue todo lo que se necesitaban decir.

En el amor hay dos vertientes, la de la rutina y la que es sellada por la noche. Ellos, sin embargo, y muy a pesar de los latidos, formante parte de la segunda desde hacía mucho tiempo. El suficiente como para cobrar aliento en las bocas del otro, lamiendo heridas de palabras y lágrimas secas, de camas vacías por la ausencia no escogida. En la intimidad de mí ser, en las entrañas de mis sueños, te pronuncio las palabras que tantas nos habíamos confesado TE QUIERO.

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Tirupathamma Rakhi

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