Una sombra se le acerca. Allí estaba ella.
—¡Guapa…! — la joven apenas tuvo tiempo de reconocerlo sin su espesa barba negra. Pero sus ojos de occidente, eran inconfundibles. Su metro ochenta eran irrefutables.
—¡Hola guapo…! — para él reconocerla era demasiado fácil. Ese pelo de fuego no lo veía en ninguna de las todas posibles cabezas que hubieran en ese momento a su alrededor. – ¿Te importa que vayamos un momento a ver un par de cosas que necesito?
—No, no. Vamos, así puedo mirar yo también algo para las navidades.
Dieron unas cuantas vueltas, pues nuestro amigo era tremendamente nervioso e inquieto. Cualquier oportunidad para rozar la mano de ella, sonreír.
—Perdona por marearte tanto…— comprar con ella era curioso. – ya estoy, dos minutos más.
Diez minutos más tarde, salieron con las manos vacías. Compartiendo anécdotas de trabajos, hablando de esto y aquello.
De vuelta con el frío, se encontraron con la pregunta de siempre:
—¿Qué te apatece? ¿dulce o salado?- dónde me la puedo llevar… el que está en calle Tallers o el bar con jardinería, también se podría ir el que está más cerrado, pero con las mesas afuera aunque con este tiempo no es buena idea.
—Entre dulce y salado…- ninguno de las dos opciones estaban en mi mente.- ¡dulce! Aunque, quería ir a la whiskería.
Abrió los ojos de par en par, no esperaba en absoluto que le dijera eso.
— ¡Uau! ¡Vas fuerte hoy!
—Es que me apetece mucho ir allí, hace tiempo que no vamos.
En eso llevaba razón. Ya no se acordaba de la última vez.
—Vale, vamos por aquí que será más rápido.
De camino, paradas en algunas tiendas. La más duradera fue las de la gafa de sol. Entraron en la tienda pequeña. Por un momento, el amigo pensó que la amiga le iba a mandar a paseo. Pero ella le observaba, su cara a raso, el pelo largo y aquella vestimenta tan elegante que le ponía a doscientos mil por hora. Mientras se probaba las gafas de sol, se excusaba por tanto cogiendo de la mano. Cuando, por fin, escogió cuáles quería después de tanto rato de dudas, se disculpó a la vez mientras pagaba en caja.
Ella con la excitación a flor de piel, parecía una niña emocionada por cada cosa que veía en los rincones.
—Te encuentro muy contenta.- le gustaba verla así. Era pura felicidad.
—Estuve unas semanas en la Toscana por trabajo y al volver me noto inmensamente relajada, contenta.
—Las últimas veces que nos hemos visto, te he notado agobiada. Me habías comentado que ibas a mirar de cambiar de trabajo. Me quedé preocupado…
Entonces, ella, le contó cómo surgió la oportunidad de ir a Italia. Oírla hablar con ese entusiasmo, ilusión y tanta energía era fascinante, ella era fascinante. Giraron al callejón del local. El amigo se fijó en las letras de la puerta, habían cambiado el estilo. Ni un alma, el barman pasando el tiempo limpiando y ordenando, haciendo caja; comprobación. Se giró para ver a los clientes, de seguida reconoció a la muchacha, durante unos breves instantes hablaron preguntándose curiosidades habituales el uno del otro. Tras terminar ese pequeño intercambio de palabras, el barman les preguntó qué querían.
—Yo quiero una cerveza – le relajaría y desconectaría de todo en general.
—Dos, por favor. — y sin darle tiempo, sacó la tarjeta y pagó las dos bebidas. Se lo debía a si misma, también a su amigo.
—Has ido rápido hoy. ¿Eh? – la veo distinta. Es difícil deducir que es la misma de las veces que la vi en las últimas ocasiones.
—Sí, quién no corre vuela —soltó una carcajada. Esta vez seré yo quien decida…- ¿Vamos arriba?
—Sí, me parece bien.
Subieron las estrechas escaleras con sus respectivas bebidas en mano mientras él comentaba los cambios producidos durante el prolongado tiempo en su ausencia. Hasta las mesas estaban distintas. Ahora eran mesas pequeñas, dos sillas o tres hasta un sillón largo de dos. En cambio la cristalería seguía siendo la misma. Se sentaron en la mesa pequeña frente y en medio de la ventana, con dos sillas y una antigua lámpara de decoración en una esquina. Se sentaron uno frente al otro. Con las chaquetas en el respaldo, brindaron y dieron un trago largo a la cerveza. Y aún a pesar de las ganas de besarla hasta dejarla sin labios, con la boca sedienta. Quiso empezar bien con buen pie.
Si hubiera alguien en la calle observándoles, creería que serían dos jóvenes amigos quedando para tomar una cerveza. Aunque, desde la posición en el que estaban ambos, la situación no era la misma que la del desconocido.
Ahora que la veo tan cerca. ¡Esta radiante! Se ha quitado ese jersey de punta con estampados de flores, dejando al descubierto otro jersey gris perla con escote en pico. Llevaba un maquillaje suave, pelo medio recogido. Aún sabiendo la respuesta…
—Estas preciosa… muy sexi… – y sonrió, acercándose un poco más a ella. Quería romper ese gélido, distante y absurdo hielo. No le cabía en la cabeza, tenerla allí después de tanto y parecer como dos amigos simples.
— ¡Qué va! – pero sabía que él tenía razón. Quería la conquista de esa batalla silenciosa.
Soltó una risotada, ¡qué mujer! O buscaba una excusa o aquello iba a seguir igual…
—Tengo que ir un momento al baño. – se levantó
—Yo también, pero me puedo aguantar un poco.
Pero él no podía más, la necesitaba. Con ademán de irse, se acercó y la abrazó. Qué bien olía… Cómo la había extrañado. Ella le devolvió.
Tan cálido como en sus recuerdos, las fantasías que le hacían despertar melancólica. Y la besó. La besó con intensidad. Apasionado, con la fuerza de un animal en celo.
Se levantó para besarle y enredarse juntos en ese deseo tan carnal como animal. Hambrientos del otro, se besaron desesperados, sin importar lugar, ni la escena que pudieran montar. Eran sus instintos tan salvajes que llevaban jugando a ser uno. Él asomó su lengua en la boca de ella, ésta la recibió como as de manga, pues sabía cuánto la provocaba. La amiga le rodeó las manos por la cabeza mientras él la tenía cogida por su nuca, a la vez; con la otra le estrechaba la cintura a su miembro. Eran volcanes, fuego libre y descontrolado. Sus cuerpos excitados. Entraban y salían de la boca, lamiéndose con ferocidad. Derretían el invierno.
En sus bocas se deslizaban fantasías vestidas de sabor. Las manos huían de la nuca a la cintura, de aquí al rostro. ¡Qué pasión más extrañada! El tiempo les había condenado, la distancia les había hecho en falta. Unir sus efervescentes labios, hartados de quejarse por no beber de ese licor; almendrado respiro. Entraban y salían de la boca, del otro, rugían las ganas, los cuerpos excitados con los fluidos despiertos; húmedos con las ganas de secarse para ansiar el deseo.
—Voy al baño… – la besó suavemente.
Ella se volvió a sentarse, secándose el labio inferior con el dedo. Le vio irse con ese porte de metro ochenta. Su estilo tan deportivo, elegante y seductor; a la vez.
Es una bomba de fuego, de sexo y de besos que me dejan desbordado. Me provoca con su mirada de niña buena, con ese cuerpo de piel de marfil, consigue de mí, lo que nadie más antes. Sabe dónde tocarme…
Dos minutos más tarde, volvían a estar juntos. Enfrente del otro. Acarició los muslos de ella, ésta le cogió de la nuca para dejarlo sin aire, acercándose a cada segundo más a él. Caricias de llamas. Atrevimiento. Le toco los pechos per debajo del jersey. Los volcanes que enredan mis pensamientos… Luego… se aventuró, metiendo la mano dentro de los pantalones y la ropa interior, encontrándose el sexo bañado de fluidos por esos juegos. A la vez, ella, viendo que no le quedaba más remedio, se sentó sobre los muslos de él, besándole locamente; enamorada. De los amores que reviven sensaciones, compartiendo una diversión, sudando, jadeando al oído del otro. Recriminando la distancia con agresivos tocamientos, caricias de espinas con pétalos siendo menos sangrientas.
Pararon unos breves instantes, cuando el amigo se dio cuenta que había gente en la calle.
—Creo que tenemos público. – comentó mientras ella se volvía a su silla.
—¡Qué más da! – también tenía razón, qué poco importaba.
Durante unos segundos, sus ojos se analizaban, enredados por el frenesí del deseo, de la escena montada y un público alegremente observando a esa juventud desesperada por compartir besos de anhelo. Éstos últimos, desconocidos de la historia: pensarían, dudarían, imaginarían, supondrían… con la certeza escapada de sus manos.
Miedo, miedo de perderse por siempre. Por no encontrarse ni en las noches más oscuras, donde las tormentas engullen siniestros amores, en el que la mayor grieta es el de un labio hinchado por no besar a quién se quiere… fantasea, ama.
Dedos entrenzados, frente con frente. ¿Quién hubiera dicho que descartarían todas las cartas para estar allí, como en el principio? Se suspiraban con los ojos cerrados, tal vez gozando del bochornoso celo, quizá de la embriaguez. La cogió del rostro desmontando la situación mágica, vistiéndola de nuevo a la seducción y jadeo. Ella le miraba con cara de “¿por qué me castigas así?..”
—Parece que me estés suplicando y es al contrario…- le decía sonriendo, excitado, empalmado.
—No puedo más… dime que tienes un plan b… – quería probar el sabor de los fluidos, sentirla dentro su garganta.
— ¿yo? – y soltó una carcajada, luego le echó en cara su pensamiento feminista.
—Mi intención era venir aquí y lo que pudiera surgir… suceder…Pero, ahora, te necesito dentro de mi… Es que no puedo más… al menos déjame esto…- le palpó el miembro por encima de la ropa, la notó tan dura. Golosamente insaciable. ¿Quién podía resistirse aquella seducción, provocadora por su tamaño descomunal? – vale, ya lo busco yo.
Dejó caer una carcajada y mirada de resignación. Sabía con seguridad qué iba a pasar, cuáles eran las intenciones de esa diabla; no solamente por lo que ella pudiera querer, sino, por lo que él deseaba de ese cuerpo de marfil. Al final, decidieron al único sitio en el que podían estar solos, sin pagar horas ni dejar datos. Un lugar donde últimamente parecía el hogar de los sueños de ella.
Salieron del local, bochornosos, frutos de los poros orgásmicos, congestionados por liberar el grito. De sentirse piel a piel. En la misma rambla, a pocos metros de La Font de canaletes, se encontraba una scooter negra. Él abrió el sillón y sacó un casco que se lo hizo poner a su amiga. Aquellas horas de la noche, las calles estaban más que tranquilas. Se subió, arrancó la moto, bajó de la acera y cedió a la amiga para sentarse detrás.
—Cógete a mí- se bajó el cristal del casco, tenía unos ojos muy sensibles y al mínimo aire en contra le lloraban.
Colocó los pies hacia atrás, rodeó la cintura de él hasta apretarse con la chaqueta. Cruzaron Plaza de Cataluña sin tráfico, pararon en el semáforo de la continuación de calle Pelayo, llegando a plaza Urquinaona. Aprovechó la ocasión para preguntar a su amiga si iba cómoda.
—Muy bien, no te preocupes. – la sonrisa que se dibujaba en su rostro era la de una niña pequeña disfrutando de la experiencia.
Siguieron en línea recta hasta llegar a Arco de Triunfo, giró a la izquierda, pasaron la primera calle de largo y empezando a buscar una zona donde aparcar. Se subieron a la acera, apagó el motor, bajaron y guardaron el casco dentro del asiento. Él la cogió de la mano hasta adentrarse en el barrio, cogió las llaves que llevaba dentro la chaqueta. Subieron un piso, abrió la puerta, giraron a la derecha, cruzaron un pequeño y corto pasillo.
—Pasa tu primera- dijo.- enciende la luz, si puedes.
A tientas le hizo caso mientras él cerraba. Se fueron hasta al comedor, acomodándose, ella se desprendió de su bolso en el sillón frente la mesa de él. Sin darse más tiempo. Él trajo hacia sí, la besó desesperado, ansioso por recibir aquella delicia de amor prohibido, envuelto de secretos y misterios. Ella, sin hacerse rogar, le devolvió la locura de los labios que esperaban ser suyos eternamente hasta perder la noción de la vida. La levantó, ésta rodeó las piernas en la cintura. Él la sujetó mientras sudaban, los pálpitos se sincronizaron a la velocidad de la luz. Ella quería sentir su piel bajo sus dedos, arañarle hasta excitarse a más no poder. A la vez él iba caminando llegando a la habitación, la tumbó sin brusquedad para luego, echarse encima de ella.
—uf…- gimió ella con cada beso que le parecía que no podía ser real aquello que le estaba sucediendo, a pesar del tiempo que llevaban gozando de la compañía mutua.
Los besos sacudieron cimientos de extrañeza para guardar esos que sucedían en el momento. el amigo, levantó la camiseta, apartó los sostenes para succionar los pechos que, golosamente, entraban en su boca, provocando un jadeo irremediable en la garganta de la fémina.
—ufff… dios…- susurraba ella.
Se quitaron las ropas para continuar besándose, cruzando las fronteras de las pieles, lamiéndose como miel en jarro intocable. Tal vez, se comprobaban que eran reales, tal vez, se morían por el deseo del otro. Tal vez, estaban hechos el uno para el otro pero el destino no quería juntarlos.
Colocándose encima de él. Empezó a chupar el miembro con tanta ansiedad que le puso dura a los pocos segundos. Con los ojos cerrados y las manos en los cabellos de ella, ayudándola a seguir. Gemía a cada movimiento de lengua. ¿Cómo podía ser tan salvaje? Al rato se colocó encima de él.
Sintió como esa maravilla de mástil entraba lentamente en su interior.
—uff… cómo te echaba de menos…- murmuró la amiga
—y yo a ti cariño…
Inclinándose hacia él, besó la boca que jugaba con su lengua. Encendiendo fuegos apagados en otras ocasiones. A ella le encantaba morderle morder el labio inferior, provocando y seductora en movimiento de nalgas y caderas. Se sentía poseída del juego, incitada a ser placer de la noche, de paredes oscuras, hasta blancas tan simples como repartir las cartas del póker encima de la mesa. Saborearlo, poder arrancarle la última gota del sudor y beberlo como sedienta agua del desierto. Él era el oasis de su rutina.
Mientras subía y bajaba, bailaba encima del mástil, su boca dejó escapar unas palabras que la inconsciencia no pudo frenar.
—Te echado de menos…- mirándole a los ojos y éste sonrío. – y yo a ti…
Al segundo respiro.
—Te quiero cariño…- hasta se sorprendió a sí misma, no quería decir eso…
—Y yo a ti cariño…- ella se acercó y le besó. Le besó transmitiendo aquél sentimiento que tan difícil se la hacía controlar.
Era contrariedad. Desprendía ardientes deseos, su mente solía zambullirse en las carnes de esa mujer que le hacía perder noción, conseguía asombrarse en cada cita. Sus perfectos y redondos pechos, llamándole a grito silencioso. Era una belleza indescriptible.
A continuación, él la arañó suavemente la espalda hasta notar aumento del ritmo de las caderas de la amiga. Quería sentirle gritar, sin embargo, la rodeó con las dos manos y la giró colocándola debajo de él. Siguió penetrando.
—uf… dame más… quiero más… – quería que le mordiera los pechos hasta arrancarle los pezones. Quería que le follara hasta reventarle aquello que era tan suyo pero que lo compartía con él. Abrazó a esa escultura de perfectos hombros, espalda irresistiblemente deliciosa para pasearse. Apretó las propias uñas por esa pizarra, le cogió de la nuca y le besó, entrando lengua en la boca de él.
—mmm…- excitados, con los fluidos mojando pieles de fuego.
Al notar que estaba a punto de llegar la paró, le hizo darse la vuelta. Ella subió las nalgas, abriendo las piernas. Una postura donde el amigo se volvía loco, dominante de aquella maravilla mujer. Era suya. Iba a dejarla agotada, con las fuerzas suficientes para volver a casa. ¡Cómo gemía esa pequeña…!
—ay cariño…no puedo… – él tampoco, estaba a punto de entrar en explosión.
Con la cara en la almohada, ahogaba los gritos.
—ah…oh…sí- se le escapó.
—sshh…bonita…- mientras cabalgaba, cogía de las nalgas y las abría para entrar mejor. Segundos más tardes, había dejado los propios fluidos encima de las nalgas. Le gustaba correrse ahí, también en el vientre, hasta en los pechos. Sin embargo lo que realmente le gustaba de ella era ese insaciable deseo que le provocaba.
—No te muevas…- fue a buscar papel y al volver la observó un instante. Tenía un culo realmente precioso. La piel tan suave que hasta podía resbalar el propio rostro. La limpió delicadamente. Ella se giró, le observó. ¡Cómo no enamorarme de él…!
Se sonrieron para seguidamente, vestirse, cogerse las cosas y salir a la calle. El chico echó un último vistazo, dejando atrás los sudores compartidos, los delitos que nadie más; solamente ellos, sabían de sus travesuras.
El silencio era sepulcral, la plaza habitual estaba abarrotada de sombras y luces. El frío le esperaba para bajar sus altas temperaturas. Ella apoyó su brazo en el de él, cual pareja romántica paseando por Barcelona en la otoñal noche, preparada para la siguiente estación. Sin embargo, su historia transcurría de forma distinta. De nuevo, como en el inicio de la cita, uno frente al otro, se miraron, besaron las cicatrices que guardaban. Besaron la electricidad que les contemplaban en las carnes Y luego, rozaron sus labios notar la respiración del otro.
—Gracias por todo, cariño…- comentó la amiga
—A ti cariño…- la besó en la frente – me voy en bus.
Ella asintió la cabeza, cogió sus cascos, los conectó al móvil. Le miró una última vez. Era la otra mitad de su corazón.
Dejándolo que hiciera la rutina de siempre, observó. Era el latido, la esperanza de los días grises. Transformaba el existir. ¡Cuán difícil se le hacía no verla tanto como quisiera!
Amar es desprenderse de la rutina, descubrirse en otros brazos y sentir que el tiempo no pasa para ellos. Que esa historia no cuenta con las agujas del reloj. Viven en el limbo perfecto, donde ellos juegan a ser uno. Quién les envidie dirá que son traidores, yo les digo que son amores que la vida les unirá con el paso de muchos años.
Feliz año nuevo 2020.
Tirupathamma Rakhi
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