Insaciable o inalcanzable
- Tiru Rakhi
- 13 sept 2020
- 9 Min. de lectura
Nuestro amigo escribió un mensaje a su querida amiga, quién organizaba los días de la pronta ida, respondiéndole para verse al día siguiente e invitándole a comer juntos. Concretaron los detalles a lo largo de a jornada.

Martes.
Ella, en Plaza de Cataluña.
Invierno, tú que te envuelves de ternura en pieles ardientes, confundes la lluvia con los diamantes de las lágrimas surcadas en orillas de trenes sin estación; dime qué hacer en esta incertidumbre, él es mi otoño en tu gélida brisa de febrero. Disfrazado de fortaleza y valentía, no lamenta frente a nadie, aún con los poros abrasando sus noches, deja al descubierto el desprecio al amor que cultivó años. Con el zozobre del desquicio, la otra realidad se entromete entre preocupaciones y emociones ocultas.
Él, se encontraba enla compañía de los aborrecidos números en el piso de siempre. Ilocalizable. Hundido, desesperanzado, razonándose consigo, una y otra vez. Con la cortesía del sol, nadaban los brazos de los rayos, entrometiéndose en los rincones más ocultos del apartamento. Recibió un mensaje. Miró la hora, ha llegado antes de lo previsto. Aún restaban quince minutos para las tres del mediodía. Debía de ultimar detalles, para después, aprovechar el tiempo con ella, sin estar pensando en todo cuánto tenía quehacer y entregar antes de medianoche. Necesito algo más de tiempo, nena.
Ella, rebosante de paciencia, tranquilidad y armonía con la vida, no le apresuró; para, relajarse antes del encuentro, respirar ideas y sensaciones del solitario caminar. Treinta minutos más tarde, él escribió para ir a su encuentro. Estoy en la misma calle del domicilio.
A pocos metros pensaron ambos. Salió disparado del edificio, la vio nada más cerrar la puerta de la calle. Por un momento, pensó en no decirle nada, observarla mientras ella sumergida en saber qué o quién. Con la mirada arrastrada y en el suelo meditaba.

Ella levantó la vista cuando vio una silueta acercándose en su dirección. Sonrió. También él. Apresurado, la saludó con dos besos y un abrazo caluroso, fugaz casi.
—¿Has comido?- preguntó el joven
—Aún no. Te estaba esperando, quedamos en comer juntos.- habían quedado para comer, no entendía la pregunta
—Creí que…¡Genial, entonces!- no sabía dónde tenía la cabeza entre tantas preocupaciones.
Se interesó por sus preferencias gustos alimenticios. Al final, decidieron por comida preparada, recalentada. Un par de porciones de pizza y una focaccia de verduras. Mientras esperaban a pagar, la cogió de la mano, era todo cuanto podían atreverse a ojos de los curiosos.
Ella sacó la tarjeta.
—Guárdate la tarjeta, anda- dándole unos leves golpes en el hombro. Él sonrió por la apresurada acción. Qué cabezota era en ocasiones.
—Gracias…- pasándole el brazo por la cintura de ella.
Acarreando la comida entre manos, accedieron al piso. Él, creó un hueco en su mesa, apartando papeles y demás archivos, echó a un lado el portátil. Cogió dos vasos y las rellenó de agua del grifo. Ella preguntó por dónde dejar las pertenencias y éste le señaló que las podía dejarlas en la misma mesa. Las cogió, depositándolas en unas las sillas de madera delante de una estantería. La amiga cogió la otra butaca, sentándose al borde. Él comió con hambruna, ella con la parsimonia como solía hacer.
—¿Cómo estás?- se interesó el amigo.
—Bien, he estado bastante ocupada estos días entre una cosa y la otra, pero bien. Algo preocupada por el trabajo, ya sé que no hay camino seguro ni fácil, sin duda.- cómo había crecido, de igual modo que él, la etapa del adulto la invitaba a ser realista, sincera consigo.- ¿Y tú cómo estás?
—Agobiado, harto de esto. De llevarme el trabajo a casa, estar hasta altas horas, esperaba mucho más pero parece que vaya a donde vaya, me encuentro lo mismo.
—¿Buscas otras opciones?- sabía que lo hacía. Un hombre como él, desconformado, queriendo crecer a nivel laboral, seguir sumando y no estancarse con cualquier cosa, aún siendo un cargo suficientemente importante como el que tenía, no le bastaba. Para no romper la rutina, entró una llamada del jefe, momento que la amiga aprovechó para dar un par de bocados más y tirar el restante. Volvió al lugar, mientras él finalizaba la entrega que le habían encomendado.
Deseaba no mostrar esa inquietud que le perturbaba pero no podía. Se alzó del sillón, le rodeó. Besó la nuca, recorriendo los labios de lado a lado, mordisqueando su oreja provocativa.

—uf…nena…- desconcentrándose, dejó escapar unos gemidos. – ya termino… dame unos segundos…
Rendida, se sentó frente a él y miró el móvil. Las redes sociales cada vez parecían ser más absurdas, no había novedad que le llamara la atención. El compañero terminó de hacer el envío, y dejó el trabajo a un lado. Indeciso si cogerla del pelo y besarla con brutalidad apasionado; o, directamente empotrarla en el lugar dónde estaba. Optó por la segunda opción. Inclinándose.
—No puedes hacer eso y quedarte impune…- preso de la excitación, la besó, cogiéndola del pelo.
Ella rió maliciosa, pícara, juguetona. Aceptando sus labios. Acariciándola en la cintura, y después los pechos. Gimió, gimió de cuánto le hacía arder. Alzándose, envolviendo el rostro de él en los propios brazos. El amigo, la levantó sin esfuerzo. Ella rodeó las piernas en sus caderas. Besos ansiosos, suplicados por el paso de los días, desinhibidos. El amigo introdujo la lengua en la boca de ella. Ésta la recibió con gusto. Se divirtieron unos instantes. Hasta que notarse que necesitaba sentirla piel a piel.

—No te muevas, vamos…- comentó él
Besándose ansiosos sin dejar respiro ni para coger aire, la llevó hasta la cama de la habitación contigua, con la mayor delicadeza posible, la tumbó. Los labios se separaron, tiempo en el que, poseídos por esa atracción. Adictivos, presos en la cárcel de los reprimidos deseos. Él se quitó el jersey, mostrando la camisa de dibujos blancos y azules que llevaba debajo. Ella hizo lo mismo, apartó la única prenda que calzaba encima, dejándola a en una esquina de la cama, entre cojines.
—Me encanta la camisa. ¿Me la puedo quedar?- preguntó entusiasmada
—Gracias- respondió al halago y después de una trepidante carcajada- no.
Poseído, una vez más, la besó, creando un camino húmedo por su rostro. Repitió la escena de la lengua, ella le mordió suavemente. No se entendía, ¿cómo podía ser que ese cuerpo la excitara del modo como lo hacía? La amiga, corrió a notar esa piel de lagunas misteriosas, hasta adentrarse entre pantalones y ropa interior. Después degustó el trasero masculino.
Ella era su baraja, la carta a la que recurría en cada situación que vivía. Ése cuerpo, esa mirada, el deseo explosivo que le aventuraba a verla con frecuencia, desde el inicio del nuevo año. Apretando uno de los pechos, la criatura que tenía debajo, gemía de placer. Manos que se buscaban continuamente, ávidas siluetas emergidas en las fragancias. Colisionando sentidos, roces desesperados por tenerse.
La amiga, sobre él recorrió con los labios el desnudo pecho hasta el vientre. Con suma suavidad, repitió varias veces. La miraba, disfrutaba tanto de su compañía. Ella quiso perderse entre sus piernas, pero el pantalón de tejano le impidió, haciendo que fuera él mismo quién se desabrochara, bajando los calzoncillos y los apartara. Después, hizo que ella se desprendiera de los suyos. Lamió el desmesurado miembro, y a continuación practicó juegos. Derribando los muros de los cerrados pensamientos del compañero. Éste, recogió el flameante cabello de fuego de ella. Con movimientos deseosos, haciéndola engullir el colosal tamaño hasta crear arcadas. Se retiró del miembro. Degustando el cuerpo que tanto ansió.
—Uff… qué bien lo haces nena…- halagada, se dispuso a ser más provocativa, sabiendo que la observaba.
La levantó, le hizo despojar la ropa interior que le quedaba, y él desabrochó los sostenes, dejando a la vista los preciosos pechos. ¡Cuán mojada estaba! Sus labios tenían la mezcla del propio sexo y los de su boca.

—No he podido controlar… perdona.- se disculpó. Verla sudar del modo como lo hacía, le excitaba aún más.

—Ven…- besándola, perdiendo las coordenadas del rumbo al que se dirigían, introdujo el miembro en el interior de ella.
¡¿Cómo diantres le cabía ese tamaño?! Pensó ella.

Con movimientos seductivos se revolvió el cabello. Sexy. Colocarse sobre él, adueñarse de su miembro, clavarse
Él, disfrutando de las vistas. Hartarse de esa belleza tan exótica era poco probable. Ella se inclinó para que pudiera gozar de los senos, incrustándose-los en la boca de él. Serpenteaba por encima del cuerpo del amigo. La última vez que había gozado de sus sexos, se colmó de deleite. Un secreto que sucumbía, parpadeaba en sus adentros. Allí estaba.
—Ah… uf… – buscaba el propio orgasmo.
—Sh…shh pequeña…- las paredes eran de papel y tenía que callarla.
Explotó con un sórdido e irrefutable orgasmo a oídos de él. Con la respiración entrecortada, se tumbó sobre él, mientras éste tomaba las riendas del momento, penetrándola con rapidez.
Con el orgasmo aún vivo y la penetrada, el gemido crecía nuevamente a oídos del hombre.
—Sh…sh…- cerró la boca besándola. Degustaba los gritos de la fémina pero era un lujo que no podía permitirse en el apartamento.
Haciéndola recostar a su lado, le levantó las piernas y en posición fetal, siguió internándose en la cueva. A la vez, ella le abrazaba, posando sus labios en el cuello y pecho del compañero. Ansiaba alzar los gemidos a los cuatro vientos entre aquellas paredes de papel. Pero no podía. Buscó la mano de él, éste entrelazo los dedos con los de ella. Cuantas más ganas tenía de estallar, apretaba con más fuerza las manos. Luego, colocándose encima de ella, continuó.

—No aguanto más…- el cansancio y las ganas de terminar parecían no contenerse un segundo más.
—Termíname encima…
Así fue. Pocos segundos más tarde, irrumpió el orgasmo con un derroche de fluidos, bañándola entera.
Me encanta que su fuente sea así de exagerada pensó ella.
—Uf … perdona- dijo mientras intentaba recuperar el aliento.- ahora te limpio.
Ddespués de asearse, el amigo se tumbó invitándola a estar estirada a su lado. Abrazados, relajados. Ella le besó el cuello y después los hombros.
—Vente conmigo…- susurró, suplicándole.
—Nena… es complicado. No depende solo de mí, hay otros factores que debo atar y, estando como esta todo, es difícil.- su situación laboral no estaba como para tirar cohetes, pedir favores a la empresa, era un asunto más complejo del que su amiga creía.

Sabía que le diría eso, pero no deseaba rendirse. Esa vez no hubo otra opción. Prosiguieron hablando, mientras las mentes de ambas mentes divagaban.
—¿Sabes que te quiero muchísimo, verdad?- sufría por él. En la anterior ocasión, bebiendo y comiendo sándwiches, le vio dolorido, atormentado por todas las inseguridades que le colmaba la nueva situación.
—Eh, nena… Yo también te quiero muchísimo. – hacía tiempo que dejó de dudar los sentimientos que tenía y sentía hacia ella ya no dudaba de sus sentimientos ni de la atracción por ella. Un beso que pudiera decir cuánto le importaba, pero no. No había suficientes.
Reposaron en el silencio, cuando él le preguntó.
—¿Qué has dicho sobre el viaje?
—Motivos de trabajo. Conocer el país que ansío estar desde hace bastante.
Bueno, en parte tenía razón. Si hubiera dicho la verdad, ambas vidas estarían arrojadas al descontrol, perdiendo cuánto habían construido juntos.
Cuando la fémina estaba medio adormecida, el compañero la volvió en sí.
—Nos tenemos que ir nena…
Ya vestidos y sentados uno frente al otro, ella parloteaba de asuntos familiares, de futuros proyectos. Él la escuchaba mientras repasaba las tareas que le quedaban, ordenando los planes.
—¿Tienes tiempo? – ella le asintió- ¿Te apetece un café?
Con él quería invertir el tiempo que hiciera falta, crear una vida. En la calle, dirección Arco de Triunfo, el amigo buscó un local. En tanto, él le compartió anécdotas del trabajo. Mujeres que perdían la sensatez al verle, saber de su carrera, de cuánto hacía y dedicaba. Entraron a la cafetería.
—Pídete algo…- comentó él.
Les atendió una camarera latina-
—¿Qué querrán chicos?
—Una manzanilla, por favor.- lo único apetecible y que le entraba sin un sobre esfuerzo para ella.
— ¿Algo más?
—Yo un café con leche.- aún le quedaba jornada, somnoliento poco acertaría.
Se acomodaron en la mesa de la esquina, retirando los cafés anteriores. Ella se ofreció llevárselo a la barra. Poco agradecidas las trabajadoras, pensó.
Con la conversación entre manos, la camarera les entregó la comanda, dejándolos solos, nuevamente.
—¿Quieres algún dulce?- preguntó a media habladuría.
—No cariño, no me encuentro demasiado bien. – tenía el estómago revuelto.
Minutos más tarde, el café y el dulce volaron. Ella seguía con su manzanilla.
Con dos tragos más, se dirigieron a la caja, dónde el amigo no dejó que pagara otra vez.
—Apresúrate, que nos tenemos que ir. – en menos de tres cuartos de hora, tenía que estar en la otra punta de la ciudad.
—¿Sabes dónde estás?- lo único que no había mejorado, la ubicación.
—Sí, creo que sí- respondió mientras pensaba por dónde ir.
—Plaza Cataluña es por allí.- indicó él. Contemplar perderse en la calle de su ciudad, era hasta gracioso.
Se despidieron con un abrazo y dos besos tiernos se despedían.
—No me mires así- no podía creer que le pusiera esos ojos de deseo- No me jodas.
Y estallaron en una carcajada.
Él cruzó la calle hacia la estación y ella, con los auriculares en mano y encaminando a la dirección que el chico le indicó. Echó una última mirada hacia a él.
He encontrado en ti, aquello que siempre otros carecían. Amigos de la noche, del misterio de los atardeceres, el vuelco fantaseado en tantas ocasiones. ¿No era eso, acaso, amor?
Juguemos a ser sudor y latido, dulce boca, granada de orgasmos.
A nuestra vera, querida luna.
Texto de Tirupathamma Rakhi,






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