Atadas a las sombras del invierno, nutren las calles del festejado y adelantado primaveral,
soldador de estaciones. Cubrían mantas de humo, abrigos rotos de esperanza. Si bien, nuestros queridos amigos de la noche, de oscuros atardeceres confundidos por la neblina del año nuevo; Álex y Sofía tenían algo más que contar que unos simples e hipócritas deseos para los próximos trescientos sesenta y cinco días que le quedaban al dos mil veinte. Amarse como amigos, distantes de la rutina mutua, amigos de aquello que les une, les mitiga el hambre, abriéndoles el apetito de la ilusión, amigos acariciándose los secretos que nadie más podría comprender ni entender. Amarse como lo hacían ellos, era el amor que quién supiera de esa historia, quizá descubriera qué es amor. Ellos eran amor.
Sofía quería recuperar el tiempo invertido entre torturas de la propia rutina, consentida por no saber levantar cabeza, llevarse el trabajo a casa y viceversa no habían dado buenos resultados. Amaba la inteligencia de Álex. Compartir un lecho vacío de color, era un detalle secundario.
Álex, permisivo de detalles personales, constantes en movimiento por la pesadilla más descabellada que le podía ocurrir durante un pequeño y prolongado tiempo, estaría solo. Los pensamientos iban rebotando de un lado a otro, sin tregua alguna. Él vivía entre pantallas y pantallas, facturas y números, cálculos, entrevistas. Moría en la agonía de sacudir, acudir al silencio de los párpados en paredes que cuelgan inocencia, sueños, esperanzas… un contrato firmado, una sentencia des del nacimiento hasta al último suspiro que da el latido.
—¿Te apetece quedar hoy o mañana?- días tranquilos para celebrar algo que ni él mismo sabía qué era.
Al otro lado de la pantalla, Sofía, envuelta en renovar energías. Necesitaba fuerzas, las perdió hacía mucho, su trabajo conspiró para encargarse dejarla con las mínimas para sostenerse, llegar hasta la propia mente le permitía. Pero eso acabó.
—Hoy me va bien.
—Tengo tiempo disponible al medio hasta media tarde.
Tras darle demasiadas vueltas, calculando cuánto podría aprovechar más tiempo, al medio o tarde noche. Al fin, decidió medio día. Necesitaba algo más que un simple café, o cuatro tapas.
—Quedamos al medio. ¿Comemos juntos?- sugirió Sofía.
—¡Genial! :p
—Dame una hora y media y estaré contigo.
Las dos y medio, Sofía estaba en Plaza de Cataluña cuando le mandó un mensaje y Álex le preguntó por comida japonesa. Algo que le encantaba, admiraba esa cultura tradicional en ciertos temas y en otras tan avanzadas. Le respondió con gran entusiasmo su aprobación, él envió la ubicación del restaurante. Extrañamente, como en la anterior cita, aunque en esta ocasión sus nervios le hicieron sudar las manos, el corazón en la garganta; el abrigo le empezaba a sobrar pero no podía quitárselo. No hasta encontrarse con él. Sus botines rojos de diez centímetros, iba a grandes zancadas mientras el GPS le hablaba, se perdía haciéndole caso; cuando al fin se dio cuenta que la zona a donde le enviaba la conocía demasiado bien. Al otro lado de Vía Laietana, se encontraba el local que aparecía en la ubicación. Esperaba que fuera un lugar de tapas, ambos solían ir a sitios así, pero se equivocó. En el letrero ponía Rosas de invierno.
—Estoy aquí. – le escribió a Álex.
Yo también estoy a cinco minutos, sin embargo, resulta que mi móvil ha decidido hacer vacaciones durante un rato con la condición de poder los mensajes que recibo pero sin poder responderlos. Álex no creía en Dios ni Lucifer, menos aún según cómo te comportes en la vida; en el momento del abismo se decide destino del fin de sus días: cielo o infierno. Mitologías de seres con cortos horizontes.
Sofía iba a por el tercer cuando, de la nada, apareció Álex.
—¡Hola preciosa! – la saludó con un abrazo y dos besos en la mejilla, mientras ella dudaba donde expulsar el humo del cigarro que acababa de ingerir. Hasta que decidió echarlo en cara, prefirió esa opción en lugar de ahogarse y que su salvador le hiciera el boca a boca. Pensándolo bien, no era tan mal idea.
—Hola… disculpa por el humo
—No, no. Tranquila. Termínate el cigarro con calma, no hay prisa alguna.
— ¿cómo estás?
—Bien. Con algunos problemas en el trabajo. Un percance que no sé cómo irá, estoy entre espada y pared, es largo de explicar. Aparentemente, una de las partes me echa a los leones, el otro me susurra palabras para vagabundos; es decir, quitando toda esta habladuría. La reunión que tengo pendiente esta tarde, son por errores que he ido cometiendo en el trabajo conscientemente. ¿Por qué creen los jefes que sufro de ataques, no cardíacos sino, mentales? Es decir, migrañas. Cualquier día de estos, me explotará la vena que tengo aquí. – y le señaló encima de la ceja. La vena de la saturación, la que se le hinchaba cada vez que no expresaba lo que le sucedía y su cabeza le decía “dame tiempo”. Cómo era posible decirle a un workalcoholic (adicto al trabajo) frenar su obsesión compulsiva, Sofía lo había intentado varias veces con él pero el resultado fue en vano.
Le gustaba cómo vestía. Entre otras cosas, sin duda. Solía vestirse con colores claros, tierras, azules y grises, una camiseta de color, en este caso llevaba una verde y un botón desbotonado, dejándose al descubierto un poco de pecho. Odiaba los tejanos, prefería pantalones cómodos del estilo Timberland, aunque sin bolsillos laterales. Al igual que el color de las camisetas, eran caquis.1 Un hombre como él, meticulosamente cuidadoso con la piel, descuidado apropósito en algunas y en otras, inconscientemente enamorado de aquello que le revivía, adicto al sentido del arte carnal, acompañado de emociones alocadas. Aún la ropa que llevaba, había un accesorio que no se desprendía, su bufanda de anchos cuadros combinados con azul y gris, rallas negras entre medio.
—¿Pero peligra tu situación laboral? Quizá, tan solo es un pequeño bache que se te acecha para empezar bien el año. – soltó una leve carcajada. No era demasiado buena dando consejos pero su forma de escapar de las situaciones complicadas lo hacía a través de la risa. Algo que solía hacerlo también consigo misma.
—Estoy siguiendo las indicaciones que me ha dado el jefe de la cadena principal. Me estoy preparando mentalmente para la posible gran riña que me dé.
Sofía terminó el cigarrillo. Era comprensible la saturación que pudiera tener, ella misma sufría de eso cuando le venían temporadas de grandes eventos, conferencias, reuniones, charlas de temas diversos. La mayoría de las veces, cuando le tocaba quedarse para necesidad de cliente, se entretenía escuchando; no lo comentaba con nadie o raras veces lo hacía. Aprendía en el trabajo de muchas maneras. Quién se dedicaba a su mismo sector, no apreciaba estas oportunidades, aún menos, fijarse. Con el paso del tiempo, se dio cuenta que ama su trabajo, no tanto como para estar quince horas diarias en él, tan solo lo justo para sobrevivir.
Entraron al local, esperaron a la hostess para que les diera una mesa. Ambos querían ir a la planta de arriba, para disfrutar de intimidad, aunque fuera solamente comiendo.
—Si me siguen por favor.
Álex caballeroso ante todo.
—Tu primera.
Sin rechistarle, Sofía siguió a la camarera, subieron unas escaleras encorvadas con piezas de madera. La costumbre, de Álex ofrecerla sentirse en el largo sofá y él en la silla. La ocasión en el que Sofía dejó caer el largo abrigo, su preferido, bien puesto en un lado. Lucía un vestido con encaje de cuello alto con mangas sin camisola.
—Estás preciosa…- relucía su piel
—Gracias.- no le iba a llevar la contraria como en la anterior ocasión. Apareció una camarera realmente encantadora, detalle que a Sofía la sorprendió por segunda vez en ese día. Sin embargo, también era algo que apreciaba Álex, el trato tan directo, formal y atenta con los clientes.
—¡Hola chicos! ¿Qué os apetece para beber?- Sofía también era así. Tratar al cliente de “tu a tu” darle confianza, seguridad y simpatía.
—Yo quiero ua agua. – respondió Álex con una amplia sonrisa de complicidad.
—Me gustaría una copa de vino. – el día soleado con temperatura primaveral invitaba a beber una cerveza aunque el paladar le pedía vino tinto.
—Tenemos un verdejo de la casa y un vino tinto garnacha. – sugirió la camarera.
Detestaba la garnacha. Así que terminó escogiendo una cerveza pequeña.
—Aquí en la mesa tenéis las cartas para que podáis mirar y decidir.
Con una sonrisa de oreja a oreja, la chica se fue en busca del pedido de la mesa.
—Qué raro… estoy buscando el menú, es curioso porque no lo encuentro…
Después de darle vuelta a la carta, escogió un par de cosas sin excesivo apetito. Segundo más tarde volvió la camarera con las bebidas.
—El agua y una cerveza y…- llevaban dos cañas en la bandeja, para no devolverla les invitó. Álex, quien no quería beber nada de alcohol la aceptó a pesar de todo.
—Por cierto, ¿la carta del menú?- preguntó ansioso en la propia desesperación. – ¡Sí! En seguida les traigo.
Segundos más tarde tenían el menú en las manos.
—Ahora será más fácil escoger.- cierto.
Sofía no se acordaba que Álex no era de compartir platos, así que cada uno se pidió dos platos.
—Quería contarte que en unos meses me iré. – no quería esperar más a decirle la noticia
— ¿C-cómo que te vas? ¿A dónde?- casi se atraganta con la pregunta.
—En un par de meses, supongo que en marzo. Aún tengo que mirar ciertos detalles pero sí.
—Pero, ¿A dónde? ¿Sola? – esperaba esa reacción. Sin embargo, no tenía intención alguna de decirle el lugar. Esquivó ambas preguntas, no quería entrar en demasiados detalles. Buscó el tacto en las manos de él. Una caricia. Solo eso. Álex la cogió de las manos y la besó con dulzura mirándolo a los ojos. Sufría por ella. Desde que se conocían, nunca se iba sin darle explicaciones, tampoco las pedía pero en ese caso era distinto. Le ocultaba algo, no la forzaría. Tal vez, más adelante se lo diría. Al menos lo esperaba. Aparcó la lluvia de interrogatorios que se le ocurrían para proseguir con una velada tranquila, con buen sabor de boca. Siguió hablando del trabajo mientras los platos se vaciaban hasta llegar a los postres. La camarera volvió para retirar los platos, Álex pidió la cuenta, a pesar de todo, y pagaron a medias.
En un cerrar y abrir de ojos, caminaban dirección al interior del barrio santa Caterina, lugar en el que aprovecharon para pasar por la farmacia a comprar un ibuprofeno y seguir hasta la oficina. Dejó que Álex abriera las puertas debidas, perdía la cuenta si eran dos o tres. Una vez en el recinto, Sofía le preguntó dónde dejar el abrigo.
—Donde tú quieras. – colocó las pertinencia en la silla frente la mesa de él.
—Discúlpame, me voy un momento al servicio.
—Sí, claro. Tú misma.
Momento que Álex aprovechó para acomodar un poco la habitación. Fue al comedor, abrió un de los cajones y sacó una pequeña manta polar blanca para el colchón, aun habiendo dejado la bomba de calor con el pasillo ardiendo, la habitación eran un congelador. Por qué no sorprenderla con una tarde tranquila. Con la camiseta puesta, sin zapatos ni pantalones, la esperó tumbado. Sofía salió del baño, situado frente la habitación, lo encontró aparentemente desnudo.
— ¿Ya estás en la cama? Qué rápido- le observó dulcemente, sonrió levemente.
—Ven, estírate conmigo…- la invitó a su lado.
Le dio un beso en los labios, tierno y cariñoso, sin su parte fogosa.
—Ponte cómoda… quítate los zapatos…
Se deshizo de los zapatos de tacón, las medias de encaje y con el vestido puesto, se hundió en los brazos de Álex. Por un escaso segundo, a Álex le hubiera gustado entrar en la mente de Sofía, y curiosamente encontrarse junto a ella, rebozados de amor pleno, sin más barreras que las que se interponen entre ambos de una forma humana, temporal. Sin embargo, todo cuanto podía llegar a hacer hasta entonces era abrazarla. Oler el perfume que su piel le dejaba entre ebrio, excitado, deseoso de morirse en su vientre. Tenerla como parte de esa vida que fueron construyendo entre obstáculos varios, sentimientos con altibajos.
Álex besó a Sofía suavemente. Ella lo recibió de buen agrado.
—Eres preciosa, y este vestido te queda aún mejor…- de ello no estaba tan segura Sofía, pero le gustaba como salían las palabras de los labios de él, como un susurro que gime caminos de amor en lugar de sudor. Álex deslizó la mano hasta la parte más jugosa de su cuerpo, notando como los fluidos humedecían los dedos.- Uau nena… ¡estás muy mojada!
Como para no estarlo pensó ella.
Empezó a moverse lentamente encima de la ropa interior de Álex, cual danza del vientre. Buscó en la ropa interior de él, el mástil que tanto la preparaba y la ponía. Dura, larga, atrevida.
—Me encantas… cariño…- a él también. Decir esas palabras, era como decirle “te quiero cariño…”.
Siguieron jugando con más besos. Labios mordiéndose al otro, sudando con el tiempo a su favor, por una vez, determinando y creando ese sentimiento entrometido que les provocaba.
—¡Qué juguetona estás hoy…!
—Sí, ¿por qué no…? Me encanta jugar contigo…
Mientras se seguían con más besos, Sofía le asaltó con una de sus preguntas.
—¿Alguna vez has atado a alguien o… te han atado?- Álex se quedó sin saber qué decir. Jamás anteriormente le habían hecho una propuesta como esa.- mmm no…¿por qué ¿
—¿Nunca? ¿Lo has probado?
—Tampoco…- qué decepción pensó Sofía… En un futuro no tan lejano, lo probarían juntos. Sonrió maliciosamente.
Sofía era una caja de sorpresas continuamente. Claro que se había aventurado en investigar sexualmente con más compañías pero quizá no lo suficiente, ella en cambio, había probado mucho más que él. Detalle que se comprobaba constantemente, y eso, le encantaba. Le dejaba fascinado por ese descaro suyo. Atrevida, sensual, provocativa en cada movimiento como hacía en ese instante.
—Me molesta esto…- apartó la manta, para bajarle los calzoncillos.
—A mi…esto- Sofía levantó los brazos mientras Álex cogía el vestido y se lo quitaba.- Quiero tenerte piel con piel…
Desnudarla de una forma tan delicada, sensualmente atrevida. Sofía era pura belleza, más aún desnuda. Su cuerpo era piel de pétalos de rosas. Con las cicatrices que escondía debajo de los tatuajes, una corona de memorias, cada dibujo que llevaba era una página de lágrimas enmarcadas con símbolos identificables en ningún lugar. Ella detestaba ser como una mundana más. También le gustaba, le subía la temperatura hasta al infierno cuando le mordía el labio inferior o le besaba el cuello sin dejarle más marca que el rastro del perfume que desprendía su boca en la propia garganta.
—oh… ufff…-murmuraba Álex. Oírle gemir la excitaba
—Anoche tuve… tuve un pequeño y ligero problema interno…
—¿ah…sí…?
—Sí… y tuve que espabilarme… yo sola… pensando en ti…
—Eso lo arreglamos ahora mismo cariño.- imaginarla tocándose mientras pensaba en él, como también había hecho. Cuando la soledad le quemaba y Sofía se le aparecía con su vertiginosa mirada, llamándole interrumpiéndole cualquier pensamiento que pudiera tener, buscándole y gritándole “cariño… escríbeme… búscame… te echo de menos, murámonos sudando con la piel ardiendo. Ven a nuestro encuentro, veámonos entre paredes oscuras, cortinas tupidas, cubiertas de secretos, códigos que tan solo nosotros sabemos cómo descifrarlos”. Lo conseguía. Del mismo modo que hacía al estar juntos. Fantasear con ella no era tan difícil, solía estar en su mente perversa y romántica, aunque este segundo en el último había pasado desaparecido, por estrés de ambos. Algo tan inevitable y a la vez tan evitable.- ven.
Y la abrazó, acariciando la piel, apretando con las uñas cortas las nalgas de Sofía acompañado con un leve cachete. Estrujó esas carnes hasta que oyó su jadeo, sus sexos sudaban fluidos. El gemir que provenía de ésa garganta, le erizaba la piel. El corazón desbocado. Cogió su rostro y la besó, la besó con todo el amor que podía entregarle.
Pasó la mano por los pechos de Sofía y ésta aprovechó para lamerle el pulgar, el índice y el corazón. Le excitaba cuando chupaba los dedos como si fuera su miembro, golosa, provocadora, juguetona, sensual. Luego ella, levantaba la cabeza para que Álex le recorriera el cuerpo con su sabor. La excitaba. Álex la veía como se transformaba en una pequeña diablesa. No necesitaba que le dijera, sus ojos parecían poseídos.
Ambos, sin hablarlo ni comentarlo, subieron el ritmo del movimiento, cuando Sofía notó que estaba a punto de llegar. Comenzó acelerar las caderas.
—ah… sii… cariño… uff…- gemía, susurraba. Llega pequeña, soy tuyo.
—Shh… pequeña…- el mástil se endureció.
Sofía notó como su orgasmo crecía en su interior.
—Aaaah…- dejó caer un gritó y dejó caerse exhausta.
—¿Estás bien?- una pregunta absurda, era consciente.
—Sí…
Levantó su pelvis, al notar que el sexo de Sofía estaba completamente abierto, para introducir el miembro hasta al fondo. Ella se colocó en el pecho de él y le abrió las piernas, buscando nuevas posturas para acercarse a las aventuras. Pero ¡qué difícil era! Sofía le indicaba cómo era mejor, aunque se arrepintió en cuanto lo dijo. Demasiado tarde. Álex notó esa incomodidad. La cogió, poniéndose encima, llevándose las riendas de la situación. Sofía le fue besando rostro, cuello, garganta mientras acariciaba cada poro de la piel tenía frente suyo. Álex dispuesto a complacerla, la penetraba con intensidad, seduciéndola con los propios labios en las de ella. A continuación.
—Gírate. – claro que Sofía iba a complacerle, le encantaba cuando la penetraba a cuatro patas. Notar su miembro hasta el ombligo era una de las mayores experiencias cuando estaba en la cama con él. Estuvo penetrándola una y otra vez hasta notar que las piernas de Sofía flaqueaban y el mismo notaba que llegaba.
Apretó las nalgas, las abrió un poco mientras la penetraba notó que ya estaba llegando. La sacó y terminó haciendo ella mojándola toda la espalda, partes del pelo y muñecas de Sofía.
Se quedó mirando el cuerpo de Sofía.
—No te muevas, ahora vengo.- Ella sonrió, qué irónico era a veces ese hombre.
Fue al baño, a buscar papel, se limpió previamente y después volvió, tras limpiarla cuidadosamente. Se Tumbó al lado de ella, la abrazó.
Tenerse con esa calma, hablar de asuntos banales. Como una pareja. Ambos les gustaba la sensación que compartían ese día. Eran todo cuanto querían ser juntos, tranquilos en su miel. Dar un paso más alto, podría ayudar a su relación. Pensó Álex. De repente sonó el alarma del móvil.
—¿ya…?- preguntó Sofía decepcionada
—Sí, la tengo puesta cuando a veces me tumbo para hacer algunas cabezadas.
Esa habitación le traía recuerdos en su soledad. Mientras se vestían Sofía le comentaba que la había dejado exhausta. Álex sonrió des del comedor, picarón y juguetón.
—Tú también me has dejado exhausto.
Se encontraron ambos en el mismo salón, él pidió disculpas porque tenía que terminar una ficha antes y enviarla antes de irse. Sofía le respectó, escondida detrás de su pantalla, le observaba. Creando algo de ambiente, encendió y puso música. Cada uno con sus cosas en mente, trabajando. Sofía se dio cuenta que no podía concentrarse, se levantó de la silla que había frente a la mesa de Álex, y lo abrazó desde atrás. Le sorprendió, no le disgustaba, al contrario. Sentir el calor de ella tan de cerca fuera de la cama, verla en el reflejo de su pantalla, mientras Sofía inhalaba el perfume de su pelo. Álex se giró un poco y la besó.
—Te quiero, cariño. – dijo Sofía. Le amaba.
—Y yo a ti mi pequeña.
Cuando no sepas dónde huir, encuéntrame en tus pensamientos. Somos las respuestas a las preguntas que nadie más sabe responder.
Tirupathamma Rakhi
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